EL QUE MORA EN LA OSCURIDAD
© Gala Lovecraft
Onirico © Vittorio Traversi
Luego de una prolongada noche de insomnio, durante la cual su musa lo había abandonado, decidió vestirse y dejar el cuarto para adentrarse en los misterios de la ciudad. La cama, se le antojaba un premonitorio de la tumba. Luego de tantas horas acostado con los ojos cerrados en la oscuridad, y consciente de cada ruido, cada movimiento sutil de la casa se volvería loco si veía llegar a través de las cortinas, la blancura lechosa de la aurora. La oscuridad reinaba en el mundo con su espesura de tinieblas. Era el momento, las sombras, una invitación para salir, para recorrer de una vez por todas, aquella parte antigua e inexplorada de la ciudad que tanto le había intrigado y nunca, por falta de tiempo u otras cuestiones, había podido conocer.
Se vistió apresuradamente, temeroso de ver clarear el cielo. El reloj de pie de la sala marcaba las cuatro de la madrugada. Las penumbras difuminaban y se contorsionaban en las volutas de madera oscura de los muebles jugando con sus formas, semejando anormales tentáculos, a veces los movimientos de un océano espeso, oscuro y extraterrestre.
Contuvo la respiración al salir abriendo la puerta con sigilo. Había una luna creciente en el cielo, semioculta por negras nubes como velos de tinieblas. La forma lunar semejaba un cuerno de marfil perdido entre sedas oscuras de índigo brillo. Con una cautela felina, se escurrió por la abertura de la puerta, permitiendo que en la casa dormida reinara el silencio, cerrándola después rápida y sigilosamente. Había que atravesar el bosque y su espesura, susurrante de vida nocturna en plena actividad, para llegar a tiempo a esa zona de la ciudad.
Un sendero, casi invisible entre la maleza y la oscuridad, comunicaba con una de las calles de la edificación antigua. Los movimientos de las hojas en las copas de los árboles, a causa del viento, creaban a capricho de su imaginación, extrañas formas amenazantes. Que, acompañados por el aullido fantasmal del viento que silbaba entre las ramas, transfiguraba el bosque, alegre de día, en una pesadilla nocturna. El sonido de los insectos nocturnos unido a la canción fantasmal que el viento creaba en su silbar, componía una sinfonía de horror preternatural.
Se presentía observado desde aquella espesa oscuridad que parecía no tener fin. Su terror aumentaba y lo sentía, como su sangre helada al recorrerle la columna. Cuando la luna dejó de brillar, oculta tras espesos nubarrones, incapaz de iluminar por mas tiempo aquella blasfemia, que a él le parecía oculta por los siglos en la oscuridad
"Todos los senderos nos llevan a la muerte" Susurró para sí mismo en forma de una plegaria tranquilizadora. Cuando la luna volvió a brillar, ya había recorrido casi todo el siniestro trayecto y divisaba la calle de antiguos y gastados adoquines.
Algo extraño le llamó la atención, era un camino empedrado con canteras redondas y de un singular brillo meloso, peculiar, que se ramificaba anormalmente del sendero, perdiéndose en la espesa vegetación, que rodeaba aquella senda formando un túnel de árboles aparentemente natural.
Aquella oscuridad, garganta vegetal, poseía un respirar propio que se percibía en la piel como una brisa de hielo glacial, lo atraía y a la vez le atemorizaba su existencia, pues, ¿cuando abría sido construida, y por quién?
Imposible asegurarlo, la última vez que paseó por el sendero del bosque, días atrás, ese camino de piedras redondas, el túnel de la arboleda, nada de eso estaba allí. Un misterio demasiado inconmensurable, como para dejarlo pasar. Una intuición le decía que el camino estaba ahí para él, en ese momento en particular, y que al día siguiente ya no estaría. Que esta, era su única oportunidad para desvelar el misterio se dirigió a través de la senda, con una emoción creciente y palpitante.
El silencio en los bosques se hizo total, una fuerza misteriosa había acallado la música del viento y el arrullo de las aves y los insectos nocturnos. La oscuridad era tal, una vez dentro de la caverna arbórea, que lo hizo sentir presa de un gran mareo, sus sentidos estaban tan aturdidos que apenas podía percibir que estaba arriba o abajo, las dimensiones se le hicieron confusas. Apenas pudo presentir, ante él, una especie de portal o abertura, aunque no podía estar seguro de que había paredes rodeándole. Era como si el mundo entero rodease aquel extraño portal. Aturdido por sus sentidos, lo cruzó.
Confusión. La cabeza le daba vueltas. Recordaba una caída en la oscuridad, quizás un descenso que se sentía tan largo como la eternidad, a través de miles, millones de extensiones a veces estrechas como túneles o escalinatas labradas en la roca por las manos de seres ignotos, otras, el vacío abominable del universo primigenio donde las estrellas esperan por nacer y no reina más que el caos y la inexistencia.
En ese instante al abrirse sus ojos, supuso que había soñado pero lo que lo rodeaba distaba mucho de ser su habitación.
La oscuridad habría sido total, de no ser por un extraño liquen que se cimentaba en las paredes rocosas y emitía una leve fosforescencia blanquecina y desagradable a la vista.
Se encontraba, sin duda, en una caverna compuesta por túneles, excavados en una piedra negra de dureza excepcional, quizá volcánica. Este pensamiento lo intranquilizó un poco, pero, tal vez la corriente de aire frío que sentía recorrer el túnel le llevase a alguna salida. Intentó serenarse, el esfuerzo de su mente racional para encontrar una respuesta a su situación, a su llegada a ese mundo subterráneo, estaba a punto de mellar en su cordura mental. Lo más probable era suponer una caída en un antiguo pozo que tal vez comunicara a pretéritas minas abandonadas. El golpe de la caída explicaba su aturdimiento, tal vez había estado vagando, semiinconsciente, quien sabe cuánto hasta perderse en esas entrañas terrestres.
Al intentar ponerse en pie, descubrió que sus extremidades estaban magulladas, no así su cabeza intentando no pensar para perder la cordura, se puso en pie trabajosamente, y comenzó a andar siguiendo la dirección de la que provenía el viento.
Pasaron horas, o quizás sólo minutos, ya no estaba seguro del tiempo ni de la ubicación. El aliento helado mermaba, a veces se hacía más fuerte trayendo hacia sus sentidos aguzados por el horror, aromas inquietantes.
Un vaho mohoso, producto del pulular de los microorganismos subterráneos, suspendidos en la viciada atmósfera, alumbraba tenuemente el largo túnel negro, en forma de una especie de niebla que difuminaba las siluetas de las rocas y las grietas, creando el espejismo alucinógeno de grotescos rostros inhumanos, que acechaban en aquel mundo de noche sin fin.
Luego de caminar lo que le parecieron kilómetros, una sensación de descenso en el trayecto comenzó a aumentar la alarma en su cerebro, la idea de estar perdiéndose inexorablemente dentro de las muertas y heladas entrañas de la tierra. Donde solo un infierno de eones y oscuridad le esperaba.
Se sentía cansado, la humedad de aquel túnel sin fin agotaba cada vez más sus fuerzas.
De repente, algo distinto en la atmósfera lo hizo sentir esperanzado. Se abría, ante sus maravillados ojos, una gran cámara, cuya extensión parecía imposible de calcular, indefinible, tan ciclópeo era este vasto lugar, que su vista no albergaba mas allá de la oscuridad lejana que difuminaba sus contornos.
Unos metros ante él se abría un gran abismo de negrura, a solo unos pasos
Iluminado por un tétrico cielo subterráneo, verdoso, quizás de carácter radiactivo, semejante a la espesa bruma del túnel, iluminada también por el pulular de organismos fotosensibles que se nutrían en aquella atmósfera extraterrena. La boca de su túnel no era la única. Pudo reconocer varios orificios similares encima, a los lados y debajo de la misma, cantidad imposible de calcular, se perdían en la distancia, efectuados sobre la gigantesca masa rocosa. Le recordaban, pavorosamente en su composición, a una gran colmena, construida, excavada, quien sabe por qué clase de entes, quizás y muy probablemente abominaciones prehistóricas de un horror inconcebible para la mente humana.
Fue entonces, mientras su mente divagaba perdida en estos pensamientos de carácter terrorífico, que ocurrió.
Pecado © Julio García Saavedra
Una forma misteriosa de contornos indefinidos apareció entre las sombras y comenzó a avanzar hacia él, sólo que no había de donde apoyarse la criatura preternatural reptaba en el vacío del abismo subterráneo, que formaban las tinieblas y la espesa oscuridad, una forma alargada y de proporciones confusas contempló que de aquel ser brotaban algo así como largos apéndices tentaculares, que le servían para palpar en la oscuridad y se retorcían diabólicamente desde el extremo superior de su cuerpo.
El horror petrificó sus movimientos y congeló su alma, y sólo atinó a acuclillarse en las sombras que se proyectaban de la abertura de su caverna.
Un resplandor amarillento semejante a un pálido halo rodeaba a la criatura que, ante su espanto, se acercaba más y más, haciéndose cada vez más visible
Sintiéndose cercano a la demencia total, decidió cerrar sus ojos ante la visión, protegerse el rostro con las manos, cualquier cosa era preferible a caer en el abismo de insania que significaba enfrentar a ese ser, incluso arrojarse desde las alturas del inmenso vacío de aquel mundo subterráneo. Todo sería preferible a mirar a la cara a aquel horror que moraba en la oscuridad.
Percibió, paralizado, su mente racional detenida, que la criatura estaba ante él, su instinto le dijo que estaba siendo observado.
La luz de palidez amarillenta que envolvía al ser, le cegaba ligeramente, impidiéndole contemplar con nitidez sus contornos.
Los segundos pasaron interminables como lo hacen las horas en el infierno.
La criatura habló. Su voz era irracionalmente humana y hablaba en la misma lengua que su visitante, con maravillosa capacidad.
Muy lentamente, fue levantando la vista mientras separaba las manos de la cara, y sus ojos luchaban contra el golpe de luz que lo cegaba, intentando divisar el rostro del que provenía la voz.
Las formas del ser semejaban, para su gran maravilla y alivio, a las del hombre. Aunque obviamente no podía tratarse de un ser humano, de eso estaba seguro.
Mientras le tendía una mano para que se levantara, todo el ser de la criatura resplandeciente en esa oscuridad abominable, ante su estupor exclamó con una grave voz de bajo, que no olvidaría jamás:
- Bienvenido a mi morada, en uno de los siete reinos subterráneos de Leng, estimado señor Lovecraft
Se mareó al escuchar su nombre de los labios de la criatura, pero lo que mas lo sorprendió y horrorizó fue saber que estaba en el lugar más ignoto y terrible de su mundo onírico, las entrañas de la espantosa meseta de Leng.
Los ojos relucientes del altivo ser con rostro humano le parecieron enormemente familiares, resplandeciendo como joyas de un color azul tan intenso y anormal, en ese rostro cuya sustancia le recordaba a una máscara de mármol blanco por lo duro y gélido, que a la carne viviente de los seres humanos.
Lo recordaba, vagamente leído en las páginas de algún antiguo grimorio, quizás ese tratado de hechicería antigua donde se mencionan caracteres de criaturas sobrenaturales, que no es deseable perturbar ni conjurar. El nombre de ese tratado de hechicería antigua que apenas podía recordar, perdido en algún sueño del pasado, era Pactum Infernus.
Entonces le recordó ese ser ante el cual estaba, el que moraba en las tinieblas subterráneas de Leng, era el mismo soberano de ese reino, el ignoto y temible Rey KonhRad.
La cabellera del rey, espesa y larga como la negrura de la oscuridad, parecía poseer vida propia, retorciéndose de forma tentaculada a su alrededor, palpando las sombras. Su amo era de origen monstruoso sin duda, pero poseía un bello rostro amarfilado que era agradable de contemplar, aunque en los antiguos escritos advirtiese que no deben posarse jamás, en él, ojos humanos. Hasta le sonreía, cortésmente a su antes aterrorizado visitante.
El oscuro rey KonhRad caminaba sobre el vacío de los abismos con la misma facilidad que sobre la roca sólida. Cuando ejecutaba este truco su larga cabellera flameaba tras él, haciéndole semejante a un calamar que se desvanece en las profundidades, o a un cometa apagado. Sus vestiduras, que cubrían todo su cuerpo, consistían en una larga túnica de una materia desconocida, aunque negra como tinieblas, emitían un fulgor lechoso cuando el rey lo deseaba.
El maravillado espectador de este prodigio sobrenatural imaginaba hipótesis.
Quizás su poder era tal, que controlaba la espesura de la materia en que está formada la oscuridad, o dominaba la voluntad de invisibles bestias inexistentes en nuestra dimensión sensorial, que le tendían sus espaldas para que caminase sobre ellas.
Los poderes que había acumulado ese ente a través de los eones parecían sorprendentes.
Aun así, poseyendo conocimientos y poderes arcanos más allá de toda imaginación, había en la mirada del joven rey una cierta melancolía.
Esa primera vez, le transportó por las tinieblas, llevándolo a conocer su vasto y silencioso reino de eterna oscuridad.
Una ciudadela deshabitada de ónice negro y brillo verdoso de jade le llamó la atención al visitante, sus dimensiones tan colosales como enorme era esa sensación de soledad que entrañaba. Las millares de ventanas alargadas verticalmente, en un sin fin de colosales construcciones, eran como ojos vacíos.
Torres y muros metálicos, observaron la llegada del rey con la fachada inerte y negra de la desolación. Y sobre sus cúpulas estriadas y torres afiladas como lanzas dispuestas para asesinar a un coloso, brillaba el extraterrestre cielo, eternamente nocturno, tan gigantesco y oscuro, semejando la bóveda mortuoria del mismo caos.
Al pasear por las calles desiertas en compañía del rey, divisó en parte la escasa vida animal que habitaba ese mundo. Ocultas en las sombras, en su deforme monstruosidad, en su anormalidad subterránea, una vista era capaz de arrebatar la cordura. Criaturas huidizas, cuya fosforescencia y carne albina y opalescente, les confería una repugnancia peculiar, algunos con carencia total de ojos, o cantidades de miembros y apéndices anormales en otras no parecían ser digna compañía para un rey, por mas oscuro que este fuese.
Un océano de negras aguas, espesas y repulsivas a la vista, poseía en sus profundidades incalculables una siniestra provisión de criaturas acuáticas, de dimensiones colosales a juzgar por las mareas que producían sus enormes movimientos, en su mayoría carnívoras y caníbales. Este mar negro bordeaba gran parte de la ciudad subterránea.
La vegetación se constituía por extraños especímenes fungoides mixturados en su apariencia con árboles, de grueso tronco aterciopelado y blancuzco, de esos troncos emergían unas ramas muy extrañas acabadas en garras espinosas retráctiles, que hacían recordar los apéndices de las plantas carnívoras del mundo exterior. Estos árboles anormales formaban grupos numerosos, a veces se herían a sí mismos, llenando el ambiente de aquellos bosques de pesadilla con el aroma putrefacto de su savia derramada.
El rey le explicó a su compañía que en ese paisaje no era prudente para él aventurarse, porque estaba hecho de carne, justamente lo que mas adoraban esos árboles malignos.
El maravillado visitante del rey preguntó entonces a su majestad por su gente, a lo que el rey respondió con evasivas e incógnitas, diciendo a su invitado que ya estaba aplicando complejos cálculos transdimensionales para ello, que sería complicado de expresar en su lengua, algo que después de milenios de espera y preparación quizás jamás se lograra, a pesar de poseer él tantos conocimientos arcanos y astronómicos. Habló de las constelaciones, de dimensiones y de algo que expresó como salto a falta de una palabra mejor. Saltar entre dimensiones pero para qué
Quizás fuese el último de la raza oscura, aunque en los antiguos grimorios se hablaba de una casta de seres infernales que pululaban en las entrañas de la tierra.
Lovecraft se alegró de que no fuera así. El rey pertenecía a una raza de seres extintos, como lo había supuesto lo yermo de aquel lugar. Los ojos de zafiro escrutaban su reino con reposada frialdad. Solo era el cementerio para una cultura olvidada.
En determinado momento de la visita, y mientras el imponente soberano le dirigía una enigmática sonrisa, su visitante expresó su deseo de volver a su propio hogar, anhelando como nunca la compañía de su familia humana bajo los rayos del sol, tan contrastante en sus recuerdos con aquel yermo mundo subterráneo, de arquitecturas eónicas y seres amenazantes de pesadilla. El rey comenzó a acercarse, todavía sonriente, los ojos de zafiro pulido resplandecientes en la oscuridad de esa atmósfera verdosa. El escritor temió por su vida cuando la enorme mano del rey se posó sobre su cabeza, y le acometió una sensación inmunda de desvanecimiento, la inconciencia le lamía la mente a medida que se apoderaba de él, con su lenta marea de negras aguas insondables. Mientras su conciencia se sumergía en las tinieblas más oscuras, la mano presionando su cráneo, se lo tragó la nada, en una oscuridad total.
Despertó sobresaltado, hallándose en su muy conocida habitación, escuchaba desde su cama el tictac del reloj de la sala y al contemplarlo estupefacto vio que eran las cuatro de la madrugada.
Su gato le acariciaba rozándole con su lustroso pelaje las piernas, mientras le ronroneaba afectuosamente. No había transcurrido ni un minuto desde que se había marchado por el bosque hasta llegar al ignoto interior subterráneo del oscuro reino de Leng.
Para él, habían transcurrido siglos
El rey, mediante alguna desconocida magia, le había permitido volver a su dimensión y a su tiempo.
¿Qué oscuros conocimientos ancestrales y maléficos guarda el enigmático soberano de Leng, de rostro inmutable, en aquel reino abominable y perdido?
Poco tiempo después, con esta curiosidad haciendo presa de él, decidió recorrer una vez más, el infernal sendero de canteras redondas de brillo ambarino. Un impulso irrefrenable era el que lo guiaba por ese bosque, y grande fue su desilusión al descubrir que dicho sendero ya no existía.
Imaginó lo que sucedería por pertenecer a dimensiones tan lejanas, que supuso medidas en eones, distancias astronómicas imposibles de calcular por su mente humana. Tal vez, al llegar a través del portal esa dimensión ya no existiría y se abriría ante el un abismo transdimensional, devorándolo algún ente caótico universal, en una eternidad oscura e infinita, el mas temido de los abismos donde ya ni siquiera el tiempo existe.
La tarde aun no había caído y el clima estaba favorable, por lo que decidió, desilusionado del hallazgo, dirigirse hacia la parte antigua de la ciudad. Aquella que antes lo había estado intrigando con sus novedades, un bazar de antigüedades y objetos raros y una librería con textos arcanos.
El paisaje levantó su ánimo, con su arquitectura de reminiscencia medieval, con sus callejuelas estrechas empedradas de adoquines irregulares, los frentes de las casas desgastados por el paso del tiempo, construidas en piedra resistente y madera reseca, que se elevaba en los tejados puntiagudos que se alzaban en un cielo azul de primavera como signos de exclamación. En sus entrañas desvencijadas, arrullaban las palomas. Tan empinados y maltrechos eran esos aleros, albergando a las aves y sin embargo tan alegres en su decrepitez.
El gentío, escaso, se agolpaba en las vidrieras y caminaba por las calles empedradas. Iban en parejas, tomándose del brazo, algunas damas protegiéndose del sol con sombrillas, la mayoría de los caballeros rebuscaba algo de interés en las vidrieras y escaparates, que exhibían de libros y objetos de ciencia. Lo mejor eran los libros raros, objetos provenientes de Europa, de la lejana y amada Bretaña.
Al caer lentamente la tarde, con sus colores de ámbar y rosa resplandeciente, los faroles comenzaron a encenderse, toda vez que las tinieblas de la noche amenazaban con ensombrecer el ajetreado pasear de los visitantes de ese agradable y antiguo bulevar.
Mientras se hallaba hojeando un volumen raro, distraído por el interesante contenido de esa encuadernación en fino cuero, y con grabados originales, la atmósfera del bulevar se enrareció, adquiriendo cualidades oníricas.
Le pareció ver una figura familiar, aunque al primer vistazo no pudo precisar de quien se trataba, detrás de un puestito de flores que descansaba sobre la vereda de enfrente. Se trataba de un caballero joven, que a simple vista no parecía tener nada de raro, aunque era bastante alto, vestía un traje elegante de tweed, con la cadena dorada de un reloj de bolsillo, sobresaliendo de su chaleco color crema. Parecía fascinado con la apariencia de las flores, y de todo cuanto lo rodeaba, y hasta del aspecto de la florista, una muchacha bastante corriente, de cabellos rizados y rubios y delantal blanco, que no cesaba de parlotearle, mientras él señalaba las flores.De repente, el altivo muchacho clavó la mirada en los ojos de Howard, que al reconocerlo, sintió al instante que se le llenaba la boca de algodones, el corazón helado por el pánico como si se le hubiese detenido siglos atrás.
KonhRad le sonrió enigmáticamente como era su costumbre, todavía con la florista parloteándole cuarenta centímetros mas abajo. Los ojos azules centellearon al saberse reconocido, su sonrisa se hizo mas amplia. Le saludó con un asentimiento de cabeza, mientras con la mano se enderezaba su sombrero a la moda, al mejor estilo europeo británico.
El estupor de Howard no podía ser mayor, al ver a aquel ser moverse entre los humanos con tanta naturalidad, solo el tono de la piel, y la estatura, resultarían inquietantes para un observador más atento aunque nadie, de los presentes en esa calle, parecía notar que se hallaban ante un ser anormal. ¡Los caballeros le saludaban con un asentimiento de cabeza, las damas, le sonreían, con emoción, como si estuvieran ante un gallardo joven!
Con su porte elegante, altivo, el rey le hizo una graciosa reverencia con su sombrero, aunque había algo de burlón en su mirada, y en la sonrisa que le dirigió, antes de dar media vuelta y perderse de vista, con su esbelto caminar, entre la multitud del bulevar.
![]()