LABERINTO
© Abdul Al-Hazred | Henry Armitage | Harley Warren | Joseph Curwen
Laberinto
© Tyndalos
Me había sorprendido la lluvia ya entrada la noche, y de repente comenzaron a subir del suelo efluvios de arcilla mojada. Siempre me he preguntado si es ése el aroma que se respira en el torno del alfarero, igual que me pregunto cuál es la intensidad adecuada para golpear la gubia sin levantar la astilla inadecuada en el momento de atacar un nudo en la madera. El calor se hizo sofocante, pero no sería eterno: cuando me percaté que llevaba la camisa empapada ya había soltado más de dos estornudos y me recorrían todo el cuerpo severos escalofríos. El jardín se había convertido en un laberinto y los árboles sólo eran figuras grotescas bajo las luminarias de los relámpagos. Vinieron a mi memoria las imágenes de otros acosos, de pesadillas de otros tiempos. La luna sólo ofrecía una luz empobrecida, casi opaca, y no resultaba fácil orientarse. Los zapatos se me habían atascado en el barro, del que logré zafarme con un poco de pericia y otro tanto de suerte, pero con la postura y el esfuerzo se me resbalaron las gafas y no conseguí dar con ellas. Apenas veía. No podría asegurar que tuviera manos de alfarero, pero por la pastosidad debían ser lo más parecido a ellas. La humedad en los huesos intensificó en mí la necesidad de orinar, pero tuve remilgos de hurgar la cremallera en tales condiciones, y ni siquiera después de sacudir mis manos al aire en repetidas ocasiones, e intuir cómo se desprendían trozos de lodo hice por bajarla. Perdí el equilibrio y caí por un terraplén hasta el fondo de la inconsciencia. Cuando volví en mí, estaba pasmado de frío y me castañeaban los dientes. Para entonces la camisa eran apenas dos jirones, uno en cada brazo, sujetos a las muñecas por los gemelos, a modo de dos guiñapos de bandera de señales. No había nadie que pudiera verme. Una alambrada me impedía continuar y ni siquiera los ladridos de un perro acusaban mi presencia. No había pájaros en los árboles o éstos habían enmudecido. Creí caminar en línea resta, hacia el oeste, orientado por la tajada de sandía de luz empobrecida que asomaba entre las nubes; pero mi tránsito era una espiral incesante, donde el sudor, el barro y la humedad se había encaramado a mi cuerpo como las enredaderas. Después de escapar de una zanja, venía a caer en otra. Después de un tranco insalvable, venía a tropezar con otra roca más inaccesible. Mis zapatos chapoteaban barro como para amasar una montaña de adobe; no podía tirar de ellos y me liberé de la carga. Las perneras del pantalón terminaron por ser flagelos deshilachados cuando logré escabullirme de las zarzas: sólo mis vergüenzas estaban cubiertas. Casi desnudo, con el bolsillo trasero del pantalón desgajado, helado de frío, sin documentación, desorientado... Me piden una y otra vez que explique donde estuve la noche de autos y pienso que aún no he salido del laberinto.
Palpo en un juego de luces ciegas el techo que casi toca mi cabeza. Palpo el suelo que enfría las plantas de mis pies desnudos. Palpo las paredes que me flanquean por un pasillo largo e insustancial. Siguiendo un destello (similar al que sentimos al apretar mucho los ojos como queriendo estrujar la luz residual que queda en el nervio óptico), me abro paso entre un rumor de sombras y el florecimiento de suspiros y latidos de corazones inorgánicos. De una manera antinatural, empieza a fluir una corriente de líquido espeso que inunda mi cuerpo desde la cintura hasta las rodillas. No comprendo qué significa ese corte en bloque transversal de humedad, en la que mis brazos, mi pecho, mi cabeza y mis piernas quedan secos. No busco nada, ni siquiera una salida. Hay algo que me busca a mí. Mis pies tantean varios recodos y eligen en cada encrucijada giros a la izquierda, hasta llegar a una estancia circular, sin rincones. Solamente el techo ha desaparecido y el fluído se empieza a trenzar entre los dedos de mis pies. Se escabulle bajo las plantas y parece un líquido neumático que eleva mi cuerpo. Mi cabeza parece encajarse en un cubículo, pues siento una especie de collarín que impide que mis hombros logren pasar por el techo hueco. De pronto, algo destella frente a mis ojos, una afilada hoja de metal que veo pasar hasta que se pierde bajo mi barbilla. En milésimas de segundo, mis ojos se abren a la luz de un sol cegador y, con un giro lateral de mi cabeza, tras una cortina turbia de lágrimas mis ojos sorprendidos ven el trenzado de mimbre, que forma el interior de un cesto.
Un camino oscuro se vislumbraba frente a él. Árboles retorcidos, cubiertos de denso follaje, emitían cantos guturales al ser azotados por el fuerte vendaval. Música grotesca.
Se encaminó por ese pasaje lóbrego. A pesar de ser verano, el aire se sentía frío aquella noche. Helado. El paraje era retorcido como una serpiente y describía arcos agudos, cerrados. Tras recorrer un corto trecho, éste se bifurcaba como la lengua del ofidio. Hacia la derecha el camino parecía estrecharse, hasta desvanecerse en un juego de sombras. Ese sería su destino. El viajero revisó nuevamente las direcciones escritas en reseca tinta china en un arrugado papel amarillento y continuó su marcha.
Volvió la vista sobre el camino recorrido, la oscuridad lo devoraba todo, aunque casi podía divisar la tenue luz de la estación ferroviaria. Parecía estar a kilómetros de distancia, aunque estaba seguro de haber caminado sólo unos pocos metros. El bosque distorsionaba la percepción. No tenía ningún punto de referencia, ni siquiera de las estrellas que, ocultas por el denso ramaje, se filtraban cual rayos de mágica esencia. Ésta era la única fuente de luz con la que contaba y se iba raleando a medida que avanzaba por aquel camino de creciente vegetación.
Observó con cuidado el escenario que lo rodeaba. El paraje carecía del elemento humano. Aún el sendero que transitaba daba la impresión de haber brotado por propio capricho de la naturaleza.
En la oscuridad su mente divagaba, tratando de apartarse de aquella situación irreal. Pensándolo bien, parecía inútil la existencia de una estación en ese lugar tan remoto. Pero aún así allí estaba, al igual que el camino que se extendía a su paso. En aquel momento una idea nació en su mente, pero pretendió olvidarla.
La visibilidad era casi nula, cuando las luces que guiaban su camino fueron extinguidas en su totalidad por densas nubes rojizas, apenas perceptibles en las tinieblas nocturnas. Pensó en regresar, el farol herrumbrado de débil luz ambarina en la ahora lejana estación, le parecía una fuente de increíble seguridad, mientras se encaminaba en aquel paraje desconocido.
Volvió a tomar entre sus manos el trozo de papel que guardaba celosamente en el bolsillo de su abrigo. Aunque no podía distinguir el escrito dada la falta de luz, recordaba claramente cada palabra, ya que la había releído varias veces desde que llegara a su poder.
Muy pronto llegaría, se dijo, pero el camino se prolongaba indefinidamente en ambas direcciones. Ya le era imposible distinguir la estación al igual que la lejana fuente de su miseria. Pronto la idea de que caminaba en círculos se apoderó de él. Las ramas estrechaban su andar enredándose entre los cabellos plateados, llenando sus manos y rostro de rasguños y astillas. Por momentos sintió que no estaba solo, sino que varios otros como él caminaban sin cesar en el laberinto boscoso sin encontrar su camino o la salida.
El retroceder no era una opción, el pasaje se estrechaba en ambas direcciones, se cerraba sobre él con filosos dientes de madera. Arrastró su dolida humanidad a través de grutas punzantes, la sangre manaba formando un nuevo camino, un camino de naturaleza aún más secreta. Las fuerzas le flaqueaban, pronto ya no podría pedir ayuda y, aunque sabía que ninguna persona podría escuchar su llamado, eso fue exactamente lo que hizo.
Los gritos fueron consumidos por la noche; la ofrenda satisfizo la sed del bosque y sus oscuros dioses de caoba y ébano. Cuando las púas se apartaron solo quedaban restos informes, imposibles de describir como una vez humanos. Un fuerte viento se impulsó a través del camino revolviendo las cáscaras secas convirtiéndolas en polvo. Sólo se necesitó de una ligera brisa para esparcir las cenizas en el bosque, nutriendo la tierra como su sangre lo había hecho. El trozo de papel se elevó en el mismo viento y fue expulsado de la sarracenia; el mensaje vagaría a lo lejos hasta encontrar a otro que lo descifre y entonces, volvería a ella.
Onírico Laberinto
La noche me inundó con sus mares de opaco cristal en los que veía el reflejo de mi mente entre punteadas sombras elásticas y destellos lumínicos que, como pregoneros de la conciencia, me iban avisando de que cada vez más me iba sumergiendo más y más profundamente entre los vericuetos de las fantasías oníricas que tantos temores me producían.
Luchaba imperiosamente por no sucumbir a las redes cartilaginosas de mis terrores nocturnos pero sabía que, sin remisión alguna, no podría sino dejarme transportar por los vapores embriagadores de mis experiencias vitales convertidos en oníricas vivencias. De repente, todavía sumido en esta serie de disquisiciones, me encontré ante una puerta de entrada a una laberíntica travesía que, al mismo tiempo, me atraía como una imantada herradura y me producía inquietantes y epicéntricos estremecimientos. No sé si yo mismo decidí traspasar aquel oscuro umbral o fueron unas desconocidas fuerzas las que tiraron de mí y me llevaron hasta el comienzo de un recorrido laberíntico pleno de imágenes oníricas de mi propia pasada existencia.
Comencé por dar una serie de obtusos y pausados pasos hacia una imagen de mi más tierna infancia. Me veía sentado en un típico cochecito infantil de deformada apariencia, como si estuviera construido con un material esponjoso y blando. Mi cándido rostro mostraba pavor, como si hubiese o estuviese percibiendo algo horrendo. Como estaba todo en penumbra me acerqué hasta mi aniñada y redondeada faz, al acercarme un poco más, de mi garganta brotó un desgarrador alarido al comprobar que esa cara no tenía ojos, solamente dos cuencas vacías; vacías y negras como la más ancestral oscuridad.
Me sentía confuso en mi propio sueño, extraño, raro ¿qué significaría aquella insólita pesadilla? Deambulé entre estrechos pasillos de arqueadas direcciones sin saber hacia donde dirigir mis pasos. De vez en cuando una secuencia de mi propia vida aparecía frente a mis ojos, secuencia que no deseaba mirar tras la angustiosa visión que había ocurrido unos momentos antes. De pronto una percepción mía, de la adolescencia se me acercó hasta detenerse cerca de mí. No pude resistir el hecho de mirarle a los ojos y, al igual que en el caso anterior, solo las almendradas cuencas vacías y negruzcas se clavaron como saetas en mis ojos. Huyendo despavorido de aquella fantasmagórica visión me dirigí a otro estrecho laberíntico corredor del que emergían como curvilíneas sierpes más y más ceñidas galerías que me iban sumergiendo en las zonas más inhóspitas de mi propia onírica conciencia. El sudor frío bañaba mi frente, sentía mi corazón como si en cada latido ansiara por salir de mi pecho para escapar de aquella horrible pesadilla; mi respiración era tan estrepitosa que resonaba entre las angostas paredes de aquel maldito laberinto en que me encontraba encerrado entre ensoñaciones fatales y ciegas figuras.
Seguí presenciando muchas más secuencias de mi pasado, teniendo todas ellas el mismo denominador común: siempre mi propia imagen en diferentes momentos evolutivos se me mostraba con facción y gestos aterrorizado y sin globos oculares en el ensangrentado rostro. Me vislumbré en mi época universitaria, en mi casa, en compañía de amigos y siempre, incansablemente en mi propia imagen el mismo semblante de máximo horror y falto de ojos.
Más que caminar, corría entre aquel cada vez más profundo laberinto atravesando miles de personales secuencias cronológicamente ordenadas y todas con las mismas características oculares. De repente al girar uno de esos serpenteantes corredores, la angustia vital que sentía se incrementó al máximo y mi atronadora respiración quedó por segundos paralizada al sorprenderme en una sala plena de gigantescos y sanguinolentos globos oculares de oscuros iris y dilatadas pupilas. Ojos que clavaban su fija mirada en la mía como dándome la bienvenida a su espacio onírico, rodeados todos de una serie de prolongados restos musculares que convertían aquella estancia en algo absolutamente repulsivo. Los ojos gigantescos formaban una serie de pasajes de circulares formas y los restos de alargadas fibras musculares prácticamente impedían el tránsito por dicho onírico habitáculo.
La desesperación que yo sentía era cada vez más intensa, solamente deseaba despertar de aquel desdichado sueño y maldecía la hora en que me había quedado dormido en las fatídicas y desconocidas horas de la noche. En un momento, la totalidad de aquellas imágenes que me pertenecían y que había ido encontrando durante mi laberíntico recorrido se me presentaron con sus horrendas cuencas vacías dirigidas hacia mi desencajado rostro. Sentí como si cada año de mi vida se me representase en una pavorosa imagen de mí mismo con los ojos arrancados y de tenebroso gesto. Me arañé con fuerza hasta hacer brotar sangre de mis brazos por si conseguía despertar de aquella perversa pesadilla; pero no, no era posible despertar de la laberíntica ensoñación. Mis propios egos de todas las edades me iban rodeando silenciosamente al tiempo que de las oscuras cuencas oculares les brotaban lágrimas de roja sangre, aunque ennegrecida por las tinieblas que rodeaban aquella maléfica estancia sólo iluminada por el tenue reflejo ensombrecido de aquellos oscuros iris que irradiaban cierta espectral florescencia bañando la estancia de reflejos de muerte y horror. Aquellos egos formaron un círculo dejándome en medio y comenzaron a emitir unos guturales sonidos semejantes a una infantil y monótona canción de cuna que me barrenaba los oídos y me estaba haciendo perder el juicio.
Sumido en el más profundo estado de terror, desesperación y locura comencé a arañar mi rostro con todas mis fuerzas en una última posibilidad de despertar de aquel mal sueño. El canturreo de aquella infernal nana continuaba incesantemente destrozando mis tímpanos y desmembrando hasta mi propia razón. No podía resistir más aquella situación sin volverme completamente loco. Por un momento, por unos breves instantes no sé si debido a aquellos susurros con cadencia de maternal arrullo o por causa de la alteración psíquica a la que estaba siendo sometido, dejé de ser dueño de mi propia voluntad y en una impensable expresión de absoluta y cerval demencia, con mis propias manos y mis propias uñas me arranqué los dos ojos al mismo tiempo que mi ya destrozada garganta acababa de desgarrarse como consecuencia de un último rugido en el que se mezclaba el dolor físico y el más intenso y devorador de los pavores humanos.
Ahora, en este momento, formo parte del laberinto onírico de mi propio sueño, estoy perdido ente los corredores oscuros en los que no existe salida alguna. Soy una secuencia más, una imagen más de mi propia existencia vigil, un eslabón más de la profunda cadena que forma el mundo de los sueños. Y estoy ciego porque aquí los ojos no sirven para nada, en el mundo de la oscuridad los ojos no tiene ningún valor. Mis ojos se encuentran en la estancia donde reposan y esperan todos los ojos de mi experiencia, todas las imágenes de mi evolución, todas las secuencias de mi existir. Los ojos solamente le sirven al mundo de la vigilia, por eso los moradores del mundo de los sueños no los necesitamos. Aunque ambos mundos son paralelos, en este onírico mundo solo se inhala el más puro de los horrores, el más intenso de los terrores, el más ancestral de los sentimientos: el miedo.
En muchas ocasiones el sueño se apoderada de la vida vigil. El sueño y sus fantasías oníricas siempre me produjeron un gran temor, y yo tenía razón. El sueño es la mayor de las trampas, pues quien se duerme corre el riesgo de nunca jamás despertar, de ser raptado, engullido, atrapado, por los seres que habitan en nuestras oníricas ensoñaciones, seres que somos nosotros mismos representados en nuestros personales miedos, nuestros temores, nuestras inquietudes, nuestros pensamientos, nuestras experiencias, nuestros deseos
No se dejen seducir por el mundo de los sueños, cualquier noche, en cualquier momento, quizás hoy mismo, esta noche cuando se duerman, no podrán abandonar los laberintos de su propia onírica conciencia y acabarán ciegos, sin ojos, dementes, formando parte de las profundidades desconocidas del mundo de los sueños. Solamente lágrimas de sangre les podrán distinguir.
Comentarios
Hee Hoo
Edgar Allan Poe escribió acerca del sueño: El sueño, pequeñas rodajas de muerte, como las detesto.
Y justamente, al leer su relato interpreté, vaya a saber por qué, que los egos de edades diferentes que el protagonista encontró en su sueño no eran otra cosa que las muertes sucesivas de su propia persona. En otras palabras, la muerte de cada etapa de su vida. ¿Acaso no hay quienes dicen que a cada etapa de la vida, somos alguien distinto? Y para que podamos asumir la nueva personalidad que caracterizará determinada etapa de nuestra vida ¿No es necesario, acaso, que nuestra personalidad anterior muera? Metaforicamente, podríamos compararlo con la semilla, que ha de morir para que la planta pueda nacer. Así que por momentos veía a cada ego del protagonista como la muerte de cada etapa de la vida, pero más que nada como la muerte de las ilusiones y esperanzas que lo acompañaron durante dicha etapa, y la visión que tenía de las cosas y del mundo durante la misma (¿de allí que los egos no tuvieran más ojos?). En fin, esto no es más que una interpretación espontánea que se me vino a la cabeza en cuanto terminé de leerlo y me detuve unos instantes a meditar el contenido de su relato.
Me gustó el tema de la sala o algo similar en la que se encuentra de pronto el protagonista, donde entra sin apercibirse al principio , y donde estan todos los ojos de los egos de órbitas vacias... muy interesante. Vi eso como una especie de trampa, donde todos sus egos, deseosos que se integre en "el club", querían conducirlo ...
El relato esta marcado, a mi parecer, de un gran realismo onírico porque en efecto, en mi humilde opinión, el mundo de los sueños puede a veces estar más cerca del mundo de la vigilia de lo que podemos pensar... a veces incluso interactúan simultaneamente... mi teoría es que en realidad el consciente y el subconsciente interactúan constantemente intercambiando información; es más, a veces pienso que lo que llamamos intuición en realidad no es otra cosa que el producto de deducciones realizadas al nivel del suvconsciente o del inconsciente... ¿cómo explicarme...? ¿Cuántas veces tenemos una especie de flash, una idea, un descubrimiento que nos viene de pronto a la cabeza y que después resulta ser certero tras la verificación... y que erróneamente lo atribuimos al sexto sentido o que sé yo... en mi opinión, es simplemente que sin darnos cuenta, nuestro conciente va absorbiendo informaciones sueltas, subliminales a veces, que las vas pasando al subconsciente o al inconsciente y que éste las va clasificando, procesando, analizando y una vez la tarea terminada, retransmite el resultado al consciente, de manera tal que aparece como una idea que surgió espontáneamente en nuestra consciencia como por arte de magia... y claro, nosotros creemos que es intuición simplemente porque no tuvimos consciencia de todo el proceso deductivo que se estuvo produciendo en los niveles de nuestra mente que creemos no controlar a diario... En fin, no son más que teorías mías de aficionado.
En todo caso su relato me impresionó mucho y de manera personal, con el tema del protagonista que se enfrenta a las etapas pasadas de su vida porque, fíjese usted que muy a menudo tengo sueños donde el presente se mezcla al pasado y que la mayoría son sueños en los cuales yo, en mi estado presente, regreso al pasado... a pesar de que nunca son aspectos traumáticos ni nefastos de mi pasado, el simple hecho de volver atrás en sueños hacen que despierte siempre con una profunda sensación de angustia... no sé cómo explicárselo... tal vez porque siempre tuve un cierto rechazo hacia mi pasado, por más benigno que haya sido... o tal vez porque en el fondo alguien que mira siempre hacia adelante y que por muy bien que haya sido cierta etapa de mi pasado, el pasado no puede reconstruirse y hay que pasar a otra cosa.
En todo caso, enhorabuena Mr Curwen por su magnífico relato. Pienso que de cierta manera me vi algo identificado en el protagonista.
Interesante cita del genial Edgar Allan Poe y excelente personal comentario que usted realiza a mi contribución narrativa Onírico Laberinto, comentario que le agradezco en gran manera. Además quiero manifestarle que su interpretación, además de personal, me parece muy profunda y elaborada.
Joseph Curwen
Muy interesante ese concepto de las "muertes sucesivas de la propia persona" o "la muerte de cada etapa de la vida". Cierto, aunque con reparos a la teoría que afirma que cada etapa de la vida somos algo distinto. Realmente estamos siempre mediatizados por nuestras propias experiencias vividas, nuestro entorno, nuestra cultura, nuestra sociedad, nuestros miedos, nuestros deseos Los seres humanos vamos acumulando, sobre nosotros mismos, indudablemente todo aquello que vamos viviendo y todos esos ya vividos aspectos van conformando nuestra actual momento personal.
Por tanto nuestro pasado nunca puede "morir, siempre de una u otra forma nos va a acompañar hasta el final de nuestra vida. Nosotr@s mism@s somos nuestro pasado y nuestro presente y también nuestro propio futuro.
Lo que sí que es cierto es que podemos aprender (estamos en continuo aprendizaje) formas más adaptativas de vida, que nos hagan sentir mejor, que nos provoquen mayor número de satisfacciones, de buenos momentos, y obtener una mayor calidad psíquica de vida. Pero por suerte o por desgracia somos esclavos de nuestro imborrable pasado. Además considero y afirmo que siempre se puede obtener un mensaje en positivo de cualquier aspecto pasado, pues seguro que va a servir de aprendizaje presente y futuro.
Nadie puede deshacerse de su experiencia pasada. La evolución es como una línea de imborrable tinta china, para que la línea mida 15 centímetros necesitará irremediablemente de cada uno de los milímetros que la conforman y no podrá prescindir de ninguno de ellos, si no, no podrá medir 15 centímetros.
Muy interesante esa "muerte de ilusiones y esperanzas" que conforman otras anteriores etapas evolutivas. Cierto. Las ilusiones de un niño de 4 años, por desgracia, no son las mismas que las de un adulto de 40. Esas se han quedado en el complejo camino de la evolución. Por eso es recomendable no perder nunca el espíritu infantil, ese que facilita la ilusión, la sonrisa continuada, la ingenuidad. Está comprobado que las personas que en la etapa adulta tienen ilusiones y sonríen con facilidad son mucho más felices (entendiendo por felicidad el hecho de sentirse bien, adaptado al entorno y de tener la capacidad de disfrutar del día a día de una manera realista).
Todas aquellas personas que viven en un mundo irreal, fantasioso (no fantástico) y utópico, demuestran una inadecuada adaptación a la realidad y una no aceptación de su propio entorno.
Tiene razón al afirmar la existencia de esa interactuación, más o menos directa, del consciente y el subconsciente (por seguir utilizando esta terminología freudiana). Considero que el subconsciente lo conforman nuestras experiencias pasadas y en consciente nuestra actual realidad. Por tanto es normal que se produzca esa interactuación entre ambos estratos, aunque donde más claramente se observa es durante los sueños con argumento en los que en muchas ocasiones, tal y como usted comenta, aparecen aspectos del momento actual extrañamente relacionados con nuestras vivencias y/o experiencias pasadas generando en muchas ocasiones sensaciones incómodas que producen que nos despertemos recordando así la ensoñación.
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