DEMONIOS
Demonios
© Tyndalos
El autobús se detuvo en la segunda parada del camino, en mitad de la nada. Me desperté con la sacudida, un estentóreo golpeteo que produjo en su frenada. Saliendo del ensueño me costó un segundo el acomodar mi mente al entorno, los límites del interior se perfilaban vagos y desenfocados; podría estar en cualquier lado, pero en cuanto las tinieblas del inconsciente comenzaron su retirada recordé el viaje que había iniciado, lo recordé todo y lancé un inadvertido suspiro de alivio.
La mayoría del pasaje bajó a la estación de paso para comer algún bocadillo en el precario restaurante, o simplemente para estirar las piernas. Estábamos en mitad del camino, luego de once horas de carretera nos rodeaba sólo el oscuro cielo de la noche colmado de manchones y cúmulos de estrellas como una pintura de Jackson Pollock; la tierra árida, una infinidad oscura y uniforme cubriendo el suelo desértico, y en el medio de todo la eterna línea del horizonte extrañamente nítida en un entorno de tinieblas.
Mientras los pasajeros bajaban, una extraña aprensión se apoderó de mí. La visión del pequeño establecimiento en medio de la nada, tan frágil azotado por los vientos incansables, tan vulnerable a cualquier cosa que pudiera brotar de ese cosmos infinito o de la negrura de la tierra.Quedaba solo en el interior, el conductor me dirigió una mirada inexpresiva y se dirigió junto al resto del pasaje hacia la choza de paso, sosteniendo el gorro de la compañía de viajes para que los fuertes vientos no se la arrebataran. La puerta quedó abierta ya que, en medio de la nada, el autobús no corría el riesgo de ser robado o asaltado.
Una corriente de aire frío y seco penetró recorriendo el pasillo y los asientos, aire cortante cargado de una corrupción extrañamente familiar. El sonido del viento comenzó a formar una cacofónica melodía al atravesar en su paso los cortes en la lona de los asientos y los abrigos descartados que, en su apuro, algunos pasajeros habían dejado sobre los respaldos. El sonido era exótico y a la vez evocador, como una canción de cuna sólo escuchada en la más tierna infancia.
Casi sin darme cuenta comencé a relajarme, a ser arrastrado hacia la inconciencia nuevamente. El cielo estrellado desapareció de mi mente, así como las interminables extensiones de oscuridad que lo perfilaban junto a la infinita línea del horizonte; la estación de paso se difuminó hasta no ser siquiera un recuerdo y las paredes del autobús le siguieron; poco a poco el espacio se redujo hasta ser sólo yo y un par de asientos de lona gastada, silbando junto al interminable flujo del viento en la oscuridad. Y entonces la oí
Un sonido desgarrado y afilado acompasado perfectamente al silbar del viento, pero ajeno a la vez como el corazón de un bebé en el útero materno. El sonido comenzó a formar una imagen en medio de las tinieblas de mi inconsciente una figura amorfa y a la vez humanoide, el intento de lo intangible de acercarse a la humanidad, pero ¿con que propósito?
Un puñal de hielo se clavó en mi mente, un desgarro del velo que me mantenía atado en las garras oníricas del ser creado por las turbulencias del viento.
El tacto del asiento demasiado real me produjo una sensación cercana al dolor, pero aún así placentera, ya que me alejaba de los designios que dilucidara en mi ensueño.
Me propuse salir de allí, reunirme con los otros aunque las dimensiones del exterior me produjesen una insólita sensación de agorafobia, la inmensidad de la nada, la falta de cualquier referencia más allá del autobús y la choza, uno junto al otro a unos metros de distancia. Me puse en pie acercándome hasta la puerta, pero al llegar no pude ver nada. Sólo la eternidad observándome con sus infinitas pupilas radiantes de astros lejanos e incandescentes. Di un paso atrás, la imagen me horrorizó más que cualquier ser surgido del Tártaro, la completa soledad de un paraje donde el hombre jamás pusiera su pie civilizador.
Quise volver a mi asiento, despertar de la torcida realidad en que me hallaba sumergido. Me estaba ahogando en la desesperación de la inexistencia.
Pero al volverme la vi, me había seguido.
Sobre mi asiento, junto al bolso negro donde llevaba mis papeles y bosquejos, una figura envuelta en capas de tela oscura y pútrida. El sonido antes ignorado por mi mente, comenzó a incrementarse mientras su propietario se elevaba por sobre mis pertenencias moviéndose hacia mí. El terror me invadió, aunque tuve tiempo más que suficiente para salir de allí, el lento avance de la figura envuelta me hipnotizó como el ondulante movimiento de la cobra. Lentamente el ser se deshizo de sus capas materiales revelando la naturaleza secreta que ellas ocultaban, los pliegues de una carne rojiza y corrompida ligeramente iluminada por el resplandor de unos ojos horriblemente verticales y rasgados. El demonio comenzó a rodearme con sus extremidades, tentáculos articulados y leprosos; acariciándome como lo haría un amante, pero su tacto era doloroso y pude percibir con horror como me cambiaba como si mi carne fuera maleable cual arcilla. Quería desmayarme, pero el ser continuaba hundiéndose en mi ser, alterando mi fisonomía horriblemente. Afuera el horizonte curioso comenzó a acercarse a una velocidad incoherente, trayendo consigo hordas de demonios y todos ellos confluían en mí, hundiendo carne y sombras en mi cerebro despedazado; lepra, sífilis, viruela, fiebre hemorrágica y peste negra, todas las plagas conocidas por el hombre no dejarían una huella como aquella salida de la profundidad de la monstruosa vacuidad de aquel paraje maldito. Fue entonces que el cielo tembló como si quisiera sacudir de sí sus propios demonios, y las hordas celestes cayeron poblando la oscuridad amorfa que rodeaba el autobús.
Uno de ellos se acercó a mí y suavemente susurro en mi oído: despierta.****
El autobús se detuvo en la segunda parada del camino, en mitad de la nada. Me desperté con la sacudida, un estentóreo golpeteo que produjo en su frenada. Saliendo del ensueño me costó un segundo el acomodar mi mente al entorno, los límites del interior se perfilaban vagos y desenfocados; podría estar en cualquier lado, pero en cuanto las tinieblas del inconsciente comenzaron su retirada recordé el viaje que había iniciado, lo recordé todo y lancé un inadvertido suspiro de alivio.
©
2005