Los presagios de Innsmouth

© Henry Armitage

 


 

No sé lo que me está ocurriendo. Cada vez me cuesta más trabajo controlar mis movimientos. Hay algo en mi cuerpo que ha empezado a dejar de funcionar. Al menos me siento tan extraño como si todo hubiera cambiado, como si nada fuera igual. Tengo unos vagos recuerdos. Sé que mi nombre es Henry y que vivo en la muy noble ciudad de Innsmouth. De lo demás apenas recuerdo nada, como si todo se hubiera borrado de pronto. Pero una parte de mí recuerda episodios, que no consigo desentrañar su significado. Estoy seguro de que me ha atrapado la enfermedad o el síndrome de Innsmouth. Esa maldad que vino del mar. Me gustaría empezar por donde se suelen empezar estas cosas, por el principio; pero, no sé si voy a ser capaz. Parece que algo le ha afectado también a mi sentido del tiempo y del espacio. De pronto mi mente se sitúa en un tiempo muy remoto, como que empieza a dar saltos hacia un futuro irreconocible o me instalo en un presente absolutamente vacío de contenido. ¿Que no entiendes nada? No es fácil de entender, pero intentaré ordenar un poco el caos que reina en mi confesión. Igual no se trata de una confesión propiamente dicha, ya que los hechos me demuestran que nada es lo que parece ser. Si te llamo hermano, es posible que no seas más que un hermano franciscano de los de hábito y sandalias de buena persona. Pero, ¿por qué tengo yo que confesarme a un fraile franciscano? Ya ves, estoy empezando a desvariar y a ver las cosas como si fueran ajenas a mi persona. El caso es que todo empezó una mañana de julio. No es posible, brillaba la luna. Apenas se veía a dos palmos de distancia. Todo era oscuridad en ese extraño lugar, donde se dejaba sentir la brisa de la noche, las luces del mar y el crepitar de los sonidos calientes de los pinares. Apenas se podían ver las sombras al compás de los faros que iluminaban aquellas franjas de extraños movimientos, en un ir y venir entre los cardos, las brozas y las cañas implorantes de los descampados.

Todo iba

cobrando forma

algo bullía entre la espesura

y apenas se dejaba sentir las respiraciones fuertes

los cuerpos que se rozaban los unos a los otros y una vez más todo iba resultando cada vez más confuso.

La noche lo dominaba todo. La oscuridad, el resto. La mitad de la oscuridad estaba teñida de miedo, la otra de misterio, donde nada acababa por suceder. Nadie esperaba que pudieran ocurrir algunos sucesos por inexplicables que pudiesen parecer.

De pronto, todo el escenario pareció cambiar, aunque todo era igual. Sentía que los dedos de las manos se iban atrofiando y que iban segregando una membrana blanquecina. Necesitaba respirar una bocanada de aire fresco, pero mis pulmones no parecían responder. El calor era insoportable y la humedad hacía que todo se cubriera de un vaho extraño. Sentí que unos pasos se iban acercando hacia donde yo me encontraba. Podía escuchar el ruido de los pies que rascaban las piedras. A mi oído llegó el ruido tenue de unas ondulaciones de arena de la playa. Una figura oscura brotó delante de mis ojos asustados y se mostró silenciosa como la muerte misma. Entonces pude ver cómo la oscuridad iba tomando forma, los dedos de las manos pegados formaban una especie de pequeñas palas, como tentáculos aplastados.

A mi lado

apareció un torso

que entonces me pareció

una explosión de belleza y maldad. De manera sinuosa, como una serpiente, llegó ondulante un tentáculo y me rozó la frente. Sentí un escalofrío en las sienes, palpitaciones que casi podía escuchar con su tamborileo machacón. Las venas de la garganta empezaron a engordar como gusanos retorciéndose en los anzuelos. Se acercó

una enorme

ventosa

y me fue

qui-

tan-

do

lo que me hacía semejante a un ser humano. Tenía el pecho Esponjoso y había partes que tenían una textura gelatinosa parecía fluir por el suelo como carne derretida. Entonces me pareció un espectáculo hermoso, que violentaba los sentidos y de pronto...

un estallido de luz, faros que huían veloces como luciérnagas y parecían atrapar todas las sombras de la noche.

Se encendieron las luces y se dejaron ver los dueños de las sombras en actitudes indescriptibles. Todo el ruido lo llenó el mar. Todas las imágenes olían a algas, los cuerpos se arracimaban como sorprendidos en una danza obscena. La brisa se detuvo. Las cabelleras de las algas se vieron flotar mansamente y las venas volvieron a palpitar en las gargantas. Innsmouth bullía con los aleteos membranosos

haciendo añicos la noche ...

 


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