HOWARD Y LOVECRAFT

LAS DOS CARAS DEL MIEDO

© J. Von Ranke [*]


Howard y Lovecraft mantuvieron una amistad soportada por la múltiple correspondencia que mantuvieron durante muchos años. Compartieron cartel en varias publicaciones de la época, e incluso escribieron sobre el mismo ciclo. No obstante, su enfoque y su visión de la vida, era diametralmente opuesta.
Por J. Von Ranke
Podríamos situar las obras de los escritores H. P. Lovecraft (1890-1937) y R. E. Howard (1906-1936) en los polos opuestos de la condición humana, incluso de la narrativa. Si el primero se dedicó durante su carrera a elaborar el panteón conocido como Mitos de Cthulhu, una serie de historias en las que predomina el Terror Cósmico y la impotente lucha del hombre (siempre una insignificante criatura) frente al Caos, Howard, muy al contrario, creó en sus relatos un nuevo tipo de héroe: el bárbaro, el máximo exponente de la vitalidad humana y de su capacidad para lograr el triunfo mediante la lucha. Nada más lejos del atormentado pesimismo del escritor de Providence que el jovial y casi desenfadado carácter de los héroes de Howard, triunfantes sobre mil brujos y demonios.

Y sin embargo, ambos escritores partían de un mismo presupuesto, aunque lo enfocaban desde perspectivas bien distintas: el ser humano es tan sólo uno más entre la larga cadena de moradores de la Tierra. "...¡Los hombres no siempre fueron gobernados por hombres!", como le susurra el valeroso guerrero picto Brule al rey Kull de Valusia.

Para Lovecraft, la humanidad se encontraba atrapada en una existencia sin sentido y sin futuro entre el exilio de los Grandes Dioses, ocurrido hacía millones de años, y su inminente e inexorable retorno. Los hombres serían sustituidos entonces por las razas servidoras (mestizas y degeneradas) de estos poderosos seres venidos de más allá de las estrellas y las dimensiones. El creador de Conan, no exento de un cierto sentimiento trágico en su concepción del ser humano, de su devenir y de su posible futuro, consideraba que la Historia se repetía y se estructuraba en ciclos. Así, un ciclo de barbarie se veía sucedido por uno de civilización, pero éste, a su
vez, llevaba a la decadencia y a un nuevo ciclo de barbarie. Y vuelta a empezar. No sólo era así, sino que así debía ser, ya que la verdadera potencia emprendedora, la capacidad de cambio y renovación, la Fuerza en suma, resultaba privativa de las razas bárbaras, no contaminadas, no estropeadas por la civilización.


Tal vez puedan encontrarse severas matizaciones a un discurso que, a primera vista, parece pecar de racista (y fascista) en ambos casos. Pero no nos dejemos engañar por las apariencias. En primer lugar, tanto Howard como Lovecraft son hijos de su época, como todos nosotros, con sus prejuicios y sus esquemas heredados. Repasemos en nuestro propio país la creación literaria de los años veinte y treinta e incluso Ortega y Gasset podría sorprendernos en ese sentido. En segundo lugar, tal interpretación no deja de ser excesivamente simplista. Howard reverencia a los bárbaros no por pertenecer a una supuesta raza superior; aunque reconoce que sean físicamente superiores a los seres civilizados del mismo modo que nosotros oodríamos reconocer sin empacho alguno la mayor capacidad de levantamiento de peso de un atleta entrenado que de un oficinista sedentario, tal reconocimiento no proviene de la idea de la raza, sino de su propio carácter de bárbaros, de personajes que, inevitablemente, aportan vigor y renuevan las sociedades enfermas y estancadas de los seres civilizados, antiguos bárbaros a su vez.

Repasemos las historias de Conan: ¿quiénes son los hiborios, los occidentales civilizados? Ni más ni menos que los antiguos salvajes llegados del norte que acabaron con Aquerón y el imperio de Estigia. ¿Y quiénes gozan de las mayores simpatías del escritor de Cross Plains a lo largo de toda su obra? Efectivamente: los pequeños, morenos y salvajes pictos. Su héroe emblemático es Conan, de acuerdo, pero Howard reverencia a los pictos y su eterno carácter de salvajes indomables. Nada menos sospechoso de racismo.

Tal vez el origen de esta dualidad de planteamientos lo podamos encontrar en la conexión, más sentimental y estética que otra cosa, de Lovecraft y Howard con dos culturas bien diferenciadas. Mientras Lovecraft se confesaba cien por cien anglófilo y admirador del siglo XVIII, Howard se alineaba con la tradición céltica e irlandesa, admirando las épicas sagas de los siglos oscuros. Razón y siglo de las luces contra barbarie y Alta Edad Media. O, por definirlo de otra forma, Lovecraft representa la tradición de Apolo (lógica, mesura, frialdad, contención) y Howard la de Dionisos (intuición, carnalidad, emoción y desmesura).

¿Cómo reaccionan los personajes de uno y de otro autor frente al terror, frente a lo desconocido? ¿Cuál es su papel, el papel de la humanidad, frente a las oscuras deidades que pueblan el Más Allá y que en ocasiones llegan hasta nosotros? El miedo está presente en ambos casos, por supuesto. El mismo Conan se aterroriza ante el uso de la magia y teme a los magos. Pero es un temor que se traduce en disgusto, no en sumisión o adoración, como hacen los seres civilizados. Los héroes de Howard reaccionan ante lo sobrenatural y luchan con ello, tal vez porque no sepan muy bien a qué se están enfrentando. En Lovecraft, sus personajes intentan racionalizar el encuentro con lo Desconocido y el propio autor, consciente de la impotencia de la lógica frente a lo Sobrenatural, sume a los desdichados protagonistas en la locura, el único estado mental capaz de aprehender las implicaciones asociadas a Cthulhu y su progenie.

Amalric de Aquilonia, compañero de Conan en la historia "Los tambores de Tombalku", acaba con un dios, Ollam-Onga, en la propia torre donde moraba. Tembloroso y "aterrado por la consciencia de su débil humanidad", da buena cuenta de su enemigo simplemente porque llega al convencimiento de que podía hacerlo. El héroe de "Lobos más allá de la frontera", Gault Hagarsson, no vacila en liberar una horda de demonios del pantano que acabarán con la amenaza picta. Los ejemplos relativos a Conan serían, como todos sabemos, demasiado numerosos como para citarlos siquiera.

Tal vez las siguientes palabras de Conan, pronunciadas en "El valle de las mujeres perdidas", resuman con claridad la concepción de Howard sobre el ser humano y su papel frente a lo desconocido: "Es un demonio del Negro Espacio Exterior -dijo Conan lanzando un gruñido-. Bah, no es nada raro. Abundan como moscas más allá del cinturón de luz que rodea al mundo. He oído a los sabios de Zamora hablar de ellos. Algunos logran llegar a la Tierra, pero cuando lo hacen, han de adoptar alguna forma terrenal. Un hombre como yo, con una espada como la mía, puede enfrentarse a cualquier tipo de engendro con garras y colmillos, sea infernal o terrenal".


 

(*) Publicado en Aurora Bitzine, Revista de Fantasía y Ciencia Ficción 02 de febrero del 2005


 

Comentarios a esta Colaboración

© 2005