El horror de Navidad

Howard Phillips Lovecraft

Hay nieve en la tierra,
y los valles están fríos,
y una profunda media noche
se aposenta, negra, sobre el mundo;
pero una luz en las casi invisibles colinas
nos sugiere festejos antiguos e impíos.

Hay muerte en las nubes,
y miedo en la noche,
porque los muertos en sus sudarios
festejan la marcha del sol,
y cantan salvajemente en los bosques mientras bailan
alrededor de un altar fungoso y blanco.

Ante ningún viento terrenal
se inclina el bosque de robles,
cuyas enfermas ramas entrelazadas
por enloquecido muérdago se ahogan
porque así son los poderes de oscuridad,
llegados de las tumbas de los druidas

Diciembre de 1926

 

Canción de Navidad

Primera Parte

Los Fantasmas de las Navidades Pasadas
(2004)

Vivía en el País del Sol, donde la luz acuchillaba dulcemente todos mis sentidos y me movía las piernas hacia la línea del horizonte. Cuando llegué al Extremo del Mundo, me encontré con un valle que tenía la forma de una caja romboide iluminada por el reflejo de tres estrellas mortecinas en un espejo. El valle estaba poblado por Seres Amorfos que se buscaban los unos a los otros y todos buscaban la Magna Cadena formada por el Gran Desagüe, que conducía al Embudo del Abanico de Colores y que conducía - finalmente - al Olivo de la Humanidad. (Henry Armitage)

Entre los Seres Amorfos que poblaban el valle, había uno todavía más Amorfo al que todos le habían profesado en otros tiempos gran devoción y pleitesía. Esta ya pasada deferencia era debida a que había aprendido a leer la simbología de las tres estrellas mortecinas que se reflejaban en el espejo de marco de marfil y luna de argenta y mercurio. Los demás seres de su raza, durante miles de cósmicos eones, le habían adorado cual rey, siguiendo sus mandatos y cumpliendo sus órdenes, hasta que un buen día se dieron cuenta que seguir al más Amorfo no valía realmente la pena. (Joseph Curwen)

Esa pérdida de devoción aconteció cuando se percataron de que lo que imaginaban un renuevo del Olivo de la Humanidad, no era otra cosa que un vástago del Gran Acebuche. Lo que otrora fueran reflejos argentíferos con regusto a cinabrio, había dejado de proyectar los tres tenues trinos luminosos de aquellas estrellas mortecinas. El día que se dieron cuenta de que ya no valía la pena seguir al más Amorfo, el aire había adquirido densidad de muerte: aroma ancestral que recordaba la Gran Cloaca, ese desagüe de ácimos e infectos trasiegos que se diluían hacia el Abanico de Colores. El origen lumínico. (Abdul Alhazred)

Ya que las luces mortecinas morían poco a poco, cadía que pasaba su resplandeciente y dulce luz moría un poco más y el embudo de colores se volvía cada vez más oscuro, intentado sumirlos a todos en el olvido. Marfil , colgado en lo alto, parecía brillar sobre las demás. Ahora su gran rey ya no era capaz de leer las tres estrellas que poco a poco morían. Mercurio fue la primea en comenzar a decaer y a esta le siguió Ópalo, la cual comenzaba a tornarse de un color anaranjado. Éstas eran las tres estrellas sobre las que antaño el gran rey les había guiado. (Albert N. Wilmarth)

Todas estas cosas habían acontecido en el valle con forma de caja romboidea, cuando mis piernas me llevaron hasta él. Me condujeron luego por ese valle en donde los Seres Amorfos vivían ahora en la más completa anarquía y me llevaron así hasta cierto pozo que se encontraba no lejos del Gran Desagüe y en el cual, según decían ciertas leyendas, el Supremo Ser Amorfo extraía - otrora - parte de su sabiduría. Me asomé entonces al pozo, miré en su interior y vi allí, reflejada en sus aguas, una estrella reluciente como un millar de soles; mas, cuando miré hacia arriba, me topé con una total negrura. (Hee Hoo)

Volví a mirar dentro del pozo, pues era muy extraño ese brillo tornasol, y al observar detenidamente vi que crecía el resplandor, de pronto presencié un colosal estallido de formas y colores, un caos cual remolinos de luz, y me volví a observar la bóveda celeste y seguí viendo oscuridad, sentí que se oprimía mi corazón, pero mi curiosidad insistió y volví mis sentidos hacia el pozo, ahora ese clamor luminoso cesaba y se convertía en tres intensas fulgores en medio del vacío sepulcral, y me di cuenta que eran esas mismas estrellas que ahora apenas alcanzan a iluminar este valle decadente. (Zeth)

Los Seres Amorfos no sabían que hacer. Habían permanecido tantos eones sometidos al Supremo Ser Amorfo, que por mucho que intentaban dirigir sus pasos hacia el Olivo de la Humanidad, no encontraban el Sendero de Ónice que podría guiarles hasta humanizantes ramas de verde esmeralda. En una onírica dimensión el valle había estado iluminado por miles de estrellas de tornasolados brillos, pero el Supremo Ser Amorfo les había prometido generosas bondades que ellos habían creído y elogiado ingenuamente, provocando su perfidia que las estrellas de tornasolados fulgores fuesen absorbidas por el pozo de fulgentes destellos. (Joseph Curwen)

Sin tregua, sin cuartel, sin el más mínimo asomo de querer llegar al Armisticio Armónico, se libró la Lid de las Lides, auspiciadas por el Ente Cacofónico de la Sombra que reclamaba Soberana Monarquía. Pero, yo guardaba en el hueco de mis manos las tres llaves, que abrían el Pórtico de la Noria en giralunas y girasoles, girándulas y libélulas tornasoladas y acaracoladas. Una llave era de lapizlázuli que abría las sombras para encontrar el Sendero de Ónice, la segunda llave era de basalto que partía la luz del relumbrón y la tercera, una llave minúscula, con cabeza de diamante, hacía redondo el horizonte. (Henry Armitage)

Una voz interior me susurraba al oído que dentro de ese pozo de profundos abismos residía la clave de la desgracia en que se encontraba el valle del Extremo del Mundo. Ya no había luz en aquel valle de los Seres Amorfos, solamente los tres débiles candiles de las tres estrellas mortecinas posibilitaban la visión de algunas sombras que cada vez transcurrían con menor intensidad. Me subí al pozo e intenté ver mi imagen en el espejo del cielo, pero sólo ví mi sombra entre Marfil, Mercurio y Ópalo y me sentí triste, muy triste y lloré lágrimas que caían dentro de ese extraño pozo e iluminaban el fondo de arcoiris. (Lavinia Whateley)

No sé el tiempo que permanecí llorando sobre el insondable pozo. Podría decirse que perdí la noción del tiempo. De pronto una luz inmensamente esplendorosa surgió de las entrañas del mismo reflejando durante breves segundos miles de tonalidades cromáticas sobre el espejo del cielo del Extremo del Mundo. En ese momento de un oscuro agujero surgió el Supremo Ser Amorfo mirándome fijamente y con la cacofonía que le caracterizaba, comenzó a imitar mis movimientos, mi voz, mis gestos y mis palabras, usurpándolos grotescamente cual absurdo bufón cortesano de reducidos miembros y desagradable rostro. (Joseph Curwen)

Saliendo del pozo se paró frente a mí y me fijó con sus ojos, que no eran otra cosa más que la burda caricatura de mis propios ojos. Luché por evitar cruzar aquella mirada que ocultaban innombrables intenciones, mas la tentación pudo más y, antes que pudiera darme cuenta, me hallaba contemplando el fondo de aquellos iris multicolores.
¿Como sucedió? Jamás lo sabré con certeza. La cuestión es que de pronto me hallaba prisionero en el fondo de aquel pozo, mientras el Amorfo Usurpador se dirigía a grandes pasos rumbo al Olivo de la Humanidad
(Hee Hoo)

Desde la oscuridad de aquel pozo pude escuchar cómo aquella nausebunda cacofonía era cada vez más estridente conforme el Amorfo Usurpador se acercaba a su destino.
Los demás seres Amorfos parecían extrañamente excitados.
Aunque podía vislumbrarse cierto ténue resplandor a la salida de aquel sombrío lugar, la negrura donde me encontraba ejercía en mí una angustiosa desorientación, estaba suspendido en aquel oscuro infierno.
Debía salir de allí, torpemente traté de agarrarme a las paredes de aquel cilíndrico habitáculo. En mi mente la idea de tener que usar alguna de las llaves me producía no poca intranquilidad... (Bolangera)

Más ahora en el interior de ese ínfimo vacío, la voz interior otra vez me dijo que la desgracia que se cernía sobre el valle provenía de aquí, y mientras esto sucedía las llaves empezaron a vibrar, desprendiéndose de ellas una hermosa melodía que contrastaba absurdamente con la cacofonía exterior, mi vista empezó a nublarse y sentí muy pesada mi cabeza, sin querer solté la llave lapizlázuli, dándome cuenta de ello cuando ésta empezó a brillar intensamente, segundos después la vista y mente aclararon, y mi sorpresa fue que frente a mi no había oscuridad, más sino un camino lustroso de ónice que comenzaba bajo mis pies. (Zeth)

A mis espaldas rugía congelada la oscuridad sin poder avanzar ni un ápice hacia el lustre de ónice que la llave había abierto. Me encontraba al otro lado, tal vez a salvo; aunque el cielo violáceo me daba mal fario, porque las Criaturas Amorfas con Almas de Medusa podían haberme seguido los pasos, olfateando el sudor de las plantas de mis pies. Poco caminé por el Sendero de Ónice, pues en el primer recodo del camino choqué con una superficie transparente, como si un cristal taponase mi paso al otro lado. Seguí el frío cristal con mis manos abiertas y la exploración me llevó a varios metros de distancia en medio de un tupido bosque de pinos plateados. (Henry Armitage)

Mientras escrudriñaba las tinieblas que reinaban por debajo de la pálida luminiscencia, emitida por las copas plateadas de los pinos, llegó a mis oídos ruidos lejanos de chapurreos confusos y de chapoteos repugnantes. ¡Los Amorfos! ¡Habían llogrado hallar mi pista y ahora estaban lanzados en una frenética y despiadada cacería! Al mismo tiempo comencé a percibir en la penumbra del sotobosque confusas siluetas en movimiento. Momento de crítica decisión, debía elegir: O bien lanzarme hacia lo desconocido y huir al interior del bosque, o bien esperar estoicamente a que los Seres Amorfos diesen conmigo. (Hee Hoo)

Tras unos momentos de máxima confusión, decidí internarme en el bosque de argentados brillos, pues lo último que deseaba era encontrarme con ese grupo de desdichados Seres Amorfos que, ya sin la patética guía de su cacofónico y usurpador Soberano, se habían tornado un paupérrimo grupúsculo de Seres sin sentido alguno. Sabía que aunque me intentaran seguir por el interior de ese bosque de estilizados árboles no aguantarían mucho tiempo tras mis pasos, pues los Amorfos no estaban acostumbrados a los destellos que producían los árboles de plata, pues su vida transcurría entre semioscuridad y negra tiniebla. (Joseph Curwen)

A pesar de mis seguridades, no pude evitar que un sudor frío recorriese mi cuerpo de arriba abajo. La duda me inoculó un espasmódico miedo que a poco se convirtió en gran pánico. Cuando estaba a punto de sucumbir y entregarme como chivo expiatorio de inmolación, un destello argentífero iluminó mi mente y convertí mi herida en aguerrido arsenal defensivo: viré sobre mis pasos huidizos y me enfilé de cara hacia ese grupo de desdichados Seres Amorfos, no sin antes hacer un minucioso estudio de luces sombras, de forma que los soles de plata que emitía el estilizado bosque hicieran ángulo recto con sus ojos tenebrosos. (Abdul Alhazred)

 

Segunda Parte

Los Fantasmas de las Navidades Presentes

(Diciembre 2005)

La sombra de los Seres Amorfos había crecido artificialmente a mis espaldas, porque el miedo había puesto lupas falsas, multiplicando los Acechantes del Supremo Ser Amorfo. De pronto, me di cuenta que no estaba solo, nunca lo había estado y, al mirar cara a cara a ese Ululante Coro de ruido sin nueces, comprobamos que no eran más que grotescos muñecos de guiñol manipulados por un Engendro Agusanado. Uno a uno los fuimos mirando, como descorchando sus ojos tenebrosos, poblados de un limo abismal. Sus cuerpos empezaron a perder fuelle y, antes de que acabasen por desaparecer, el Engendro Adalid del Ululante Coro se volvió y devoró a esas desgraciadas criaturas. Así, al engullirlas, adquirió una corpulencia y envergadura, que le hizo albergar esperanzas de presentar batalla. (Henry Armitage)

El horroroso Engendro comenzó a convulsionarse, en primer lugar muy lentamente, pero segundo tras segundo esas rítmicas convulsiones comenzaron a tornarse en verdaderos estremecimientos corpóreos que unidos a una serie de gemidos e indescriptibles sones comenzaron a provocarme una especie de sensación psicológica de progresivo y completo aturdimiento hasta que perdí totalmente la conciencia. No sé cuanto tiempo cronológico estaría adormecido, pero al despertar todavía me pesaban los párpados y me era dificultosa la concentración. Me encontraba en una especia de espacio de forma ovoide iluminado por una serie de columnata de luminarias de las que emergía una luz tenue pero suficiente para vislumbrar adecuadamente el solitario entorno en el que me encontraba. (Joseph Curwen)

Había algo que me afectaba especialmente: era tanta soledad reunida en un solo lugar. La luz tenue y evanescente comenzó a titilar, con espasmos intermitentes, como si fuera la tos de un ser desconocido. No me amilané por ello, pero me sumió en una confusión mayor a la que ya me encontraba, y eso que no suelo ser confuso o caótico, bien por el contrario, mi sentido del orden lo he llevado a límites inconcebibles e incomparables, pero éste parecía ser un sitio donde la palabra orden se había desvanecido sin dejar rastro, o, peor aún, en donde nunca había existido. (Dogon)

Pronto, dolorosamente pronto, recuerdos intangibles fueron llegando como convulsos golpes a mi Mente. Un paroxismo de terror me cautivó por completo, excitando cada triste fibra de mi ser. ¿Cómo había llegado a esto? De ningún modo debí pronunciar aquellas palabras convocadoras, jamás debí osar a despertar a ese bicho pervertido. Pero heme aquí, en medio del caos y de las tinieblas, amortajado por mi falta de cordura y razón. La superficie es demasiado oscura para reconocerla, demasiado devastada para desearla. Y las estrellas me miran, inquisidoras, haciéndome llegar el remordimiento por saber lo que he soltado allá, muy lejos de donde ahora me encuentro. (Rodhern Foldant)

De pronto, la oscuridad estalló en negrura, el indescriptible ser se había posado cerca de mí, explotando en el sumun del paroxismo, sus alaridos guturales y extramundanos taladraron mis tímpanos durante largos minutos, tiempo que se me hizo siglos en mi incontenible y perversa tortura, estiré mi brazo hacia el libro de invocaciones, pero... ¡no estaba donde había caído! En su lugar, había un cúmulo de cenizas grises y humeantes... (Dogon)

Me supe transportado a un lugar inconcebible, allende las más roñosas pesadillas. El Alacrán de las Tinieblas al que había invocado había quedado sin duda en mi habitación, transportándome con sus horribles poderes a una dimensión de puro caos y quebranto. Y allí, a su merced, una nueva bestia desconocida gemía a mis pies, teniéndome a merced de su voluntad, que yo adivinaba no era mayor ni mejor, por lo contraria, a la mía.
¿Para qué mentir? Me lo tenía merecido. Hay ciertas cosas que las que no es bueno tratar, y si se hace, que sea muy de lejos. Pero en los últimos meses, desde que había llegado a la librería aquel libro, me había sumido en un contingente cúmulo de saberes ocultos, entregándome por completo a ellos. (Rodhern Foldant)

Mientras esa maldita extraña Entidad seguía acercándose a mí a paso lento, como arrastrando su amorfa corporeidad entre la oscuridad de la ovoide sala, me percaté preso de confusión y pavor que me encontraba tumbado y maniatado en una especie de altar pétreo también de forma ovoide al igual que todo en aquella macabra sala, al menos todo lo que podía vislumbrar a través de aquella evanescente luminosidad que nos envolvía. Los guturales sones procedentes del Amorfo Ser cada vez se me antojaban más insoportables, pues el eco que generaba me taladraba literalmente mis cada vez más mermadas capacidades cognoscitivas. Maldecía una y mil veces la manipulación de aquel grimorio y mi malsana curiosidad que me había llevado hasta ese submundo infernal. El deseo de conseguir saberes ocultos me había transportado hasta ese rincón del averno en que en este momento me encontraba junto a un monstruo de repugnantes formas y deseos. (Joseph Curwen)

Todo era caótico. Las luces y las tinieblas estaban distribuídas de manera desigual. La tierra húmeda y reverdecida de un color azulado flotaba irregularmente a la altura de mis ojos, debajo de mí, bajo el altar pétreo, donde estaba maniatado, se veían estrellas como alfileres tallados en cristal y El Alacrán de las Tinieblas aparecía desmembrado sobre mi cabeza. En una de mis manos apareció de improviso una daga con la empuñadura de cobre y la hoja de plata, con la que conseguí cortar mis ligaduras y, en seguida, entendí que lo debía hundir en el Vientre Tenebroso del Alacrán. Éste se deshinchó como la bolsa de una gaita y emitió un sonido acorde a las circunstancias. El monstruo pareció sangrar o al menos empezaron a brotar pausadamente siete gotas de sangre, que cayeron una a una sobre las puntas de siete alfileres tallados en cristal. Así, al estallar las gotas de sangre aparecieron las siete caras amigas de mis compañeros de fatigas, los que vivíamos felizmente en el País del Sol, antes de que llegara El Ser Supremo y sus Amorfos. (Henry Armitage)

Al principio, me pareció ver los rostros y cuerpos de mis siete amigos, hasta que, mirando mejor, me percaté de que estos siete engendros no tenían nada que ver con ellos; en realidad, parecían una cáfila de retorcidos y deformes rostros nada amistosos, que se abalanzaron sobre mi persona con las fauces abiertas en medio de horripilantes gritos. Afortunadamente, como había logrado desatarme, pude saltar a un lado, en el preciso instante en que ese hatajo de animalidad salvaje caía donde, hace un momento, me encontraba. Caí del altar pétreo a un piso gomoso, fofo y húmedo, que resultó ser más asqueroso que otra cosa. Sin embargo, me puse en pie y emprendí una huída tan rápido como pude. No sabía hacia dónde, pero debía alejarme de allí. Empujé algo que estaba en el sitio de la puerta de la librería, saliendo de la sala ovoide en donde me encontraba, para verme envuelto por algodonosas densas tinieblas... que tenían una consistencia similar. (Dogon)