Despertar

© Nefren-Ka

 


...Y de repente pensó que todo aquello no era cierto; que no había sido enviado de la Marina a buscar el navío que supuestamente había enviado una señal de auxilio por aquellas latitudes un par de días atrás; ni que habían tenido que entrar en aquel banco de niebla que tanto miedo les inspiraba a él y a sus amigos, pero que a la vez les había atraído con una fuerza y un poder que no eran de este mundo; ni que habían llegado a aquella isla con construcciones de dimensiones imposibles para un ser humano; ni había visto caer a sus compañeros muertos por el miedo que flotaba en aquel lugar, un miedo casi tangible; ni los había visto volverse locos con solo contemplar, incluso sin comprender lo que había dentro de aquella inmensa cripta de ángulos desconocidos, cuya puerta se encontraba abierta y su techo abovedado de dimensiones suprahumanas encerraba la perdición de su mundo, y que sabía que era tan terrible que pocos podían siquiera concebir la idea de una muerte como la que aguardaba en aquella oscuridad y en aquel silencio que nada ni nadie había roto en miles, millones de años. Pero al fin se rompió.

Un rugido del monstruo encerrado bajo aquella construcción megalítica lo sacó de su ensimismamiento. Más que un rugido fue un resoplido, un bufido, aunque lo suficientemente terrorífico para que un hombre sensible perdiera la costumbre al instante. Pero él no. Porque él sabía lo que había ahí adentro. Oh, sí... él había leído suficientes libros en aquella biblioteca vieja, casi abandonada en los sótanos de un edificio del siglo antepasado, pero cuyo subsuelo albergaba secretos que no tenían tiempo. ¿Cómo se llamaba ese libro de tapas viejas y carcomidas, y hojas podridas que tan celosamente guardaba el viejo que cuidaba el lugar? Ah, ya. Necronomicon.

Él sabía que le aguardaba debajo de aquella cúpula limosa surgida de las profundidades del océano, a él y a toda la humanidad, y sabía que no había escapatoria posible del horror que se avecinaba. Lo había leído, sí, pero lo consideraba mera superchería; estupideces de niño, garabatos de loco. Ahora veía el error. Y sufría. Sufría por que sabía que no había retorno de la locura, no había retorno alguno de la verdad. Sabía que, después de miles de años de aguardar, Cthulhu había despertado.

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