EL PRIORATO DE EXHAM
© Henry Armitage
Entre arrozales y senderos de huerta se encuentra Exham. A pesar de lo que muchos pudieran imaginar, es un paraje idílico, donde el sol y la luz siempre se muestran benignos. Las noches son siempre diáfanas, puesto que el cielo invariablemente aparece pintado de tonos color amatista, iluminado por el plateado de la luna en sus menguantes y sus crecientes. En el antiguo Priorato de Exham se encuentra la morada donde vivo, casi diría que allí pervivo, algo que con frecuencia sorprende a propios y a extraños. Recuerdo que recibí una citación de una notaría de Innsmouth, que me sobresaltó y me puso sobreaviso de los peores presagios y, aún cuando el misterio se desveló, la noticia constantemente me ha estado intranquilizando. Se trataba de la transmisión de Exham, una extraña edificación que materiales de arribo, riadas y maleza había permanecido oculta como una loma, aparentemente imposible en la llanura de espejos junto a la Albufera. Pasó mucho tiempo antes de que los obreros pudieran sacar a la luz lo que ocultaba la extraña loma llamada Cheperú-Alcuzú. Se habían hecho muchas cábalas en torno al supuesto Priorato de Exham, pero lo único que la enigmática loma hizo brotar de su misterioso interior fue una alquería típica de la huerta innsmouthiana.
Años después conocí a Joseph Curwen. Apareció de improviso y curiosamente interesado por mi casa, que había estado oculta durante tanto tiempo bajo una auténtica losa de misterio. Me empezó a hablar del escritor norteamericano Lovecraft, del que apenas había leído algunos cuentos incluidos en las antologías del género. Llegó a despertar mi curiosidad, cuando me dijo que el nombre de la antigua loma que cubría la alquería podría traducirse e interpretarse como "La Joroba de Cthulhu". La verdad es que ese hombre me pareció uno de esos fanáticos, que creen ver más allá de la ficción literaria; pero me agradaba su compañía, puesto que era una persona de trato exquisito y sus gustos eran de lo más refinados.
La alquería no tenía nada de particular, pero hoy en día se suelen rehabilitar para no perder la tradición de lo poco que va quedando de la cultura rural autóctona. Quise acondicionar y equipar la casa con unas ciertas comodidades, pero todos mis esfuerzos no consiguieron acabar con la humedad de las paredes, las corrientes de aire y el crujido de las losetas del suelo. Precisamente una noche de insomnio, paseaba arriba y abajo por la sala de estar, cuando una de esas losetas sueltas emitió un chasquido bajo mis pies y sonó como si hubiese partido por la mitad. Así fue, en efecto, y no era de extrañar, porque debajo se podía ver una gran abertura que se extendía bajo las losetas contiguas, que pude arrancar con mucha facilidad. Así que, en mitad de la noche, me encontré al borde de una especie de pozo sin fondo, que en aquel momento me pareció el pavoroso bostezo de una alimaña nocturna. Fui en busca de una linterna, unas pilas de repuesto y cuantas velas y cerillas pude encontrar en la cocina. El pozo resultó ser una especie de tramo de escalones, que conducían a las entrañas de la tierra.
Mamá, la caldera hace ruidos extraños. Cállate niño y que baje tu padre al sótano, que para eso está. © Rodhern Foldant
¡Nunca me hubiera podido imaginar el lugar al que conducían esos escalones! Pronto perdí la noción de mis giros y movimientos hacia abajo, pero pensé que se trataba de una angosta escalera, que unas veces parecía ser de caracol y otras que realizaba un descenso en zigzag. En todo caso, en la primera revuelta perdí de vista la luz que había sobre mi cabeza, que formaba el cuadrado de lo que yo al principio creí que era el brocal de un pozo. La oscuridad era absoluta, pero yo me sentía seguro, arropado por el cálido resplandor de la linterna y con la certeza de que no me iba a quedar a oscuras. Aún así, se me agolparon en la cabeza todas las historias terroríficas que me contó Joseph Curwen sobre el Priorato de Exham y, sobre todo, lo que más martilleaba mi mente era esa descabellada idea de que mi propia casa pudiera ser la parte visible de ese monstruo inventado por Lovecraft. La cabeza me hervía al pensar que en estos mismos momentos pudiera estar cabalgando sobre los lomos de Cthulhu, sobre su blasfema, leprosa e impía joroba. Es posible que ese monstruo marino se haya adaptado a las condiciones de las aguas pantanosas de Innsmouth y que yo mismo me encuentre bajo el influjo de sus sueños.
Antes de lo que me podía imaginar, llegué al final de la escalera y me encontré en un especie de claustro en cuyo patio interior crecía algún tipo de vegetación extraña de color blanquecino y de aspecto quebradizo. Las columnas del claustro sujetaban una galería superior y una enorme bóveda sobre el patio. Mi sorpresa fue inmensa, cuando me di cuenta que la bóveda estaba cubierta de innumerables poros por los que parecía colarse algunos destellos de luz y unas filtraciones de humedad, procedentes del exterior. Sin lugar a dudas, me encontraba en el auténtico Priorato de Exham.
Era una sensación muy extraña recorrer las galerías que rodeaban arriba y abajo el patio del claustro, ya que parecía haber sido diseñado y edificado para permanecer oculto bajo tierra; por este motivo, yo era incapaz de comprender la misión evangelizadora de sus moradores. Lo entendí más tarde, cuando descubrí unas galerías por las que pude llegar a rastras hasta una especie de guaridas para seres inimaginables. El mismo día de mi descubrimiento, quise hacerme una idea de la distribución del Priorato Subterráneo. Todas las habitaciones daban a las galerías del claustro y la turbia luz que procedía de los poros de la bóveda llegaban escasamente a las celdas de los monjes, que más se parecían a las celdas a escala de un panal de abejas, que a las alcobas de un monasterio. La monotonía de las habitaciones la rompía una enorme sala semicircular, que hacía las veces de cocina y refectorio, y a ambos lados de esa sala, se encontraban la capilla y la habitación del prior, que parecía ser al mismo tiempo dormitorio, biblioteca y despacho. Toda esta sala semicircular servía de cinturón, que abrazaba y apuntalaba la bóveda central, por este motivo se encontraba tenuemente iluminada gracias a esos ingeniosos poros abiertos y canalizados hacia el exterior.
Hasta aquí llegaron mis investigaciones de la extraña construcción subterránea. En una siguiente ocasión, examiné el contenido en compañía de Joseph Curwen, ya que había algunos detalles del descubrimiento que no alcanzaba a comprender y que él podría arrojar alguna luz, de eso no me cabía la menor duda. Y esa ocasión no tardó en llegar, pues se presentó en casa, como si hubiese intuido que algo había ocurrido en Exham. Una vez puesto al día de las novedades, bajamos en horas del mediodía con la esperanza de que la iluminación fuera más intensa. Comprobamos que el monasterio estaba apenas amueblado, pues casi todo su contenido se encontraba en la sala semicircular: una enorme mesa y doce sillas hechas con madera de acebo. En la capilla había una sucesión de nichos labrados en la piedra, que hacían la función de asientos, reclinatorios o simplemente lugares para la meditación. Llegamos a la conclusión de que se trataba de una capilla, porque en la cabecera de la misma encontramos un altar de piedra, que nos recordó una mesa ritual de sacrificios. En la alcoba del prior encontramos unas estanterías repletas de libros, escritos en una lengua completamente desconocida a pesar de estar escrita con caracteres latinos:
Yhl Duc fhaz yhiendo suaz dueyh loaz muyht yhg randeaz, yhv eniáliaz yhl manyh dadoaz qhl yayh ziáaz esmoryh tecidoaz yhl yhem peranteaz. Manyh dóaz sah caraz yhl fhijoaz dyhl entreyhl lhs moraz talyh dades. [*]
Lo único que pudimos reconocer era la palabra Duc, que también se repetía en algunas epístolas que encontramos abiertas en la mesa del prior, pues muchas de las cartas estaban firmadas por Duc Rodhern Foldant. He dicho cartas, pero apenas había escrito texto, eran más bien unos dibujos en los que incluía algunas palabra de evocaciones siniestras e inquietantes.
Nightgaunt © Rodhern Foldant
El color blanquesino [sic] ... Alimaña Noctámbula... los poros de luz... todo es circular y anguloso al mismo tiempo, en el mismo plano espacial, pero en diferente esfera temporal.
Mis antepasados salieron de Inns. rumbo al Arrecife, donde medró mi estirpe endogámica... asfixiante...En una interesante carta, donde no había ningún dibujo, Duc Rodhern Foldant explicaba sus traumáticas experiencias en el Priorato de Exham:
Exham... debe ser un acrónimo formado con palabras latinas: Ex hic anima morta. Creí que el priorato estaba desierto, que los monjes lo habían abandonado hacía siglos... Es como esa vegetación blanquesina [sic] del patio, que proceden de unas almas muertas, corrompidas... ¿corruptas? [Se observan varios tachones y algunas manchas de color rojizo]
Había llegado el momento de salir de ese lugar maldito, pero Joseph parecía muy interesado en comprobar algunas de las insinuaciones escritas por la mano de Foldant, que parecían transmitidas por su mente enloquecida o escritas al dictado de una entidad enfermiza que interfería en sus sueños. Así que, de pronto, Joseph salió corriendo sin darme tiempo a reaccionar. Oí sus pasos corriendo por las galerías... una pausa, un grito haciendo un eco amortiguado, como si el aire viciado del convento no hubiese sido capaz de propagar el sonido. Me acerqué a la capilla, donde aprecié algunas sombras en los nichos de las paredes, pero como no se encontraba Joseph allí, proseguí mi búsqueda. No me quedaba más remedio que revisar las celdas y no tuve mucho que buscar, porque le encontré en la primera de ellas. Vi sus piernas a la poca luz que entraba de la galería, desde los poros luminosos de la bóveda. Me imaginé que estaba sentado en una especie de lecho de piedra, así que me senté a su lado y le hablé, preguntándole por qué había gritado. Palpé en la oscuridad y comprobé que respiraba con ansiedad y me tranquilizó oír su voz que repetía las palabras del Duc. Mi tranquilidad duró poco, pues noté que al otro lado del lecho de piedra había algo o alguien. Sentía su contacto. Era algo amorfo e indefinido. Su tacto era seco y quebradizo, como la vegetación del claustro. La diferencia estaba en que se podía sentir unas palpitaciones que procedían de una piel blanda y rugosa, que parecía estar cubierta de miles de filamentos. Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, me di cuenta que la sombra se puso en pie y se acercó al umbral de la puerta, donde apenas se podía discernir sus formas. Cuando ese espectro materializado salió sin emitir ni un solo sonido, cogí a Joseph por el brazo y casi a rastras, le llevé escaleras arriba hasta mi casa.
[*] Para la elaboración de este texto he utilizado un fragmento de un texto medieval. Lo he transformado añadiéndole algunas sílabas para darle un aspecto extraño. La única palabra que no se ha cambiado ha sido "Duc", que convenía al desarrollo de la historia.
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