LA OFRENDA

© Abdul Alhazred

Hasta entonces todo había sucedido de manera fortuita, pero algo me dijo que lo casuístico estaba ya escrito de forma indeleble e inexorable en el libro de la vida. Mi afición a la espeleología vino después de la primera juventud. En ello tuvo mucho que ver Silvia y la incorporación a su extraño círculo de amigos, quienes llegaron a convertirse en fanáticos del riesgo. Mi condición física no era la idónea para actividades de este tipo, y en mi mente estaban fundidos como en una retorta la salida al monte con el buen yantar por encima del ejercicio y el riesgo.

No es el momento de describir a Silvia, así que bastará con decir que sus ojos son dos farallones lumínicos a los que la misma muerte no se puede retrotraer sin marchar hacia ellos con marcialidad. Siempre la he seguido a todos lados, magnetizado por el hechizo de su halo de misterio. En las primeras expediciones me limitaba a guardar puerta, a ser centinela de los utensilios y tratar de aprender las técnicas más rudimentarias, pero cuando ella desaparecía descolgándose hacia los intrincados entresijos magmáticos, yo me abrasaba en el fuego negro del más absoluto de los abandonos. Poco a poco fui adquiriendo pericia y seguía su estela a sabiendas de que se trataba de un posible descenso a los infiernos.

Con frecuencia me hablaba de un tal Curwen y de las fantásticas cavernosidades de la Sima de Nir, al norte de Innsmouth, donde éste había veraneado desde tiempo inmemorial por generaciones. Supe que la perdería y me sentí más desvalido que si se tratase de perder la misma vida. Cuando estuve en la boca de la sima supe que difícilmente escaparía para contarlo, pero me sabía condenado a seguir su huella, auque ésta me condujese directamente a los avernos.

No me gusta la cordada, - le dije en tono severo mientras preparábamos el material - son gente extraña.

Su sonrisa cómplice me confirmó que eran gente muy extravagante, como de otro mundo, pero quiso asumir el riesgo y se deleitó con el peligro añadido. Si no fuera por la mucha angustia que me queda por contar, entraría en el detalle descriptivo, pero ante el inminente quebranto de vidas humanas me parece una pérdida de tiempo.

En las oscuras profundidades, alumbrados por teas resinosas, el tal Curwen ordenó montar un pequeño ara sobre el que hizo una variada gama de ritos iniciáticos, para terminar dándonos un extraño bebedizo que, al menos a mí, me desgarró las entrañas como si hubiese tragado una bola de fuego. A partir de que el brebaje hizo su efecto, todo comenzó a serme más fácil, e imagino que para todos. Pude apreciar cómo mi ángel guardián salió despavorido en ascensión irremediable, como columna de humo por los poros de mi cuerpo, y me dejó abandonado a mi suerte; mientras, el Oferente Curwen practicaba ceremonias extrañas con las que dominaba la totalidad de las voluntades. Supe que se avecinaba la mano exterminadora y recordé con saudade a mi mayúsculo amigazo Dogon, cuando me hablaba de "Ars Moriendi" en sus epístolas, esas que tan a diario me gustaba releer. Era el momento idóneo para prepararse para la muerte, pero todo a mi alrededor era hostil y estaba palpable que mi alma no encontraría jamás el apetecido descanso, sino el tránsito incesante de una muerte violenta.

Lívido © Gala Lovecraft

La caída al abismo de Silvia fue precedida por una fantasmagórica invocación del tal Curwen: unos sonidos extraños e indescifrables que, convertidos en halos flamígeros, seccionaron los soportes con los que se sustentaba a las escarpaduras rocosas. Fue como una voz de presagio o como un canto desencadenante o iniciático, como una ejecutoria sin posibilidad de rectificación. Silvia debió caer de manera infinita, a juzgar por la ausencia de eco; algo similar a lo que más tarde le ocurriera a Warren y a Zeth: primero fueron los desgarros guturales de Curwen y luego la caída inevitable del individuo de turno, para finalizar con la mirada mística del Oferente hacia dimensiones que no alcancé a visualizar en ninguno de los casos. Después de la tercera víctima, deduje que no se trataba de un nefasto acontecer de accidentes, sino de una ofrenda, un holocausto alfabético que caprichosamente comenzó por la "s" de sentencia.

Ahora estoy convencido de que está llegando mi hora en el calidoscopio alfabético de la ofrenda, y de que nada puedo hacer por evitar mi estancia en capilla, al igual que sé que van a seguirme en la desventura Albert, Armitage, Bolangera...


H.P. Lovecraft

Hongos de Yuggoth, XX

No sabría decir de qué criptas salen arrastrándose,
Pero cada noche veo esas criaturas viscosas,
Negras, cornudas y descarnadas, con alas membranosas
Y colas que ostentan la barba bífida del infierno.
Llegan en legiones traídas por el viento del Norte
Con garras obscenas que cosquillean y escuecen,
Y me agarran y me llevan en viajes monstruosos
A mundos grises ocultos en el fondo del pozo de las pesadillas.
Pasan rozando los picos dentados de Thok
Sin hacer el menor caso de mis gritos ahogados,
Y descienden por los abismos inferiores hasta ese lago inmundo
Donde los shoggoths henchidos chapotean en un sueño dudoso.
Pero ¡ay! ¡Si al menos hicieran algún ruido
O tuvieran una cara donde se suele tener!


 


[*] Saudade es un vocablo de origen gallego, que significa nostalgia, sobre todo la que se siente por la tierra natal y muy aplicable como efecto de emigración. Es posible que en este caso tenga que ver con que en Buenos Aires (asociado con Dogon) haya más de un millón de gallegos.

 

 

Copyright © 2005