LA VASIJA

Escrito por © Henry Armitage al estilo de Stephen King y basado en la siguiente Nota dejada por H.P. Lovecraft.

Extraño individuo de barrio sombrío de antigua ciudad posee objeto de horror arcaico e inmemorial.

Resultaba muy extraño ver a ese hombre pelirrojo, moverse por entre las callejuelas de Toledo, como un mastodonte, ya que no tenía el aspecto del típico turista con sandalias, pantalón corto y camisa con palmeras. Por otros motivos diferentes a los de su aspecto, había llamado la atención en el aeropuerto de Barajas:

- ¿Nació usted en Toledo? - dijo el policía de la Aduana, mirándole de la cabeza a los pies y preguntándose cómo aquel guiri español viajaba con pasaporte yanki.

Ben Marsten puso cara de entender a duras penas la pregunta que le hacían, pero no tardó en reaccionar y contestó en un españolo casi perfecto, tan solo marcado por la pronunciación pesadamente nasal de algunos norteamericanos.

- En efecto, señor, nací en Toledo - lo pronunció como tolidou - en el estado de Ohio. Soy ciudadano americano.
- Vale, tenga su documentación y abra esa maleta grande.
- ¿La valija negra? - Preguntó señalando una maleta tan grande que parecía un baúl. Y continuaron con ese ritual característico y habitual para los peregrinos interoceánicos.

Hacía mucho calor ese mes de junio en Toledo, aún así Ben se tenía que abrir paso entre pequeñas muchedumbres de japoneses, sonrientes y esforzados turistas, que lo fotografiaban todo: las misericordias en el coro de la catedral, las armaduras en las puertas de recuerdos para turistas, el techo de la sinagoga, los mejillones de la paella, la Caja Rural de Ahorros... Pero a Ben enseguida se le hizo de noche buscando la dirección que tenía escrita en un trozo de papel reciclado.

- Señora, hágame usted el favor de indicarme cómo llegar a esta calle - le preguntó a una mujeruca de piel y ropas arrugadas enseñándole el papel.
- Lo siento, hijo, no sé leer y, aunque supiera, apenas puedo enhebrar la abuja sin las gafas. Una ya no vale para , como le digo siempre a mi Rosa, ¡la pobre! ... que se deja los ojos cosiendo pa uno de esos modistos de Sevilla, que tienen taller de costura en Madrid.
- Excúseme, señora, la calle que busco es Calle Real del Arrabal.
- ¡Claro! ... Pero... ¿el señor me entiende?
- En efecto, su españolo es muy bello y usted es muy amistosa conmigo. - Ben Marsten se quedó un momento pensativo y continuó con sus preguntas a esa buena señora, que parecía no tener nada que hacer - ¿Está muy lejos esa Calle Arrabal, señora?
- Es la Calle Real y está aquí mismo, a tiro de piedra, muy cerca de la Mezquita del Cristo de la Luz. Pregunte, pregunte... creo que algunos la llaman la Mezquita de Bab Al Mardum.

De pronto, algo se iluminó en los ojos de Ben al escuchar las palabras en lengua arábiga, en menos que dura un chasquido de dedos le llegó al cerebro el flujo maligno del Al Azif, salido de la pluma de Al-Hazred. Dejó a la mujer boquiabierta y salió como al galope por el laberinto de callejuelas y callejones.

La luz empezó a escasear, pero el calor continuaba recalentando las plantas de los pies, que unas veces corrían y otras se abrían paso tranquilamente entre papeles arremolinados en aceras resquebrajadas, que ya empezaban a enseñar los dientes verdes de las malas hierbas y la baba negra de la tierra manchada de aceites pesados. Ben veía que las pintadas empezaban a ganar terreno a los carteles desconchados de novilladas y rejoneos junto con uno, viejo y amarillento, en el que se podía leer: "Circo Internacional de Navidad" y la mueca grotesca y perversa de un payaso descolorido. Abría una enorme boca, negra como las fauces de una bestia, y por la que se podía perfectamente meter la cabeza. Sabía que si lo hacía, los guantes blancos del payaso aparecerían como un rayo y le apretarían como tenazas el cuello, los ojos se le inyectarían de sangre y los labios se pondrían violáceos y fríos como las gélidas aguas de río Maumee. "La boca del clown parece una ventana ovalada" - pensó Ben volviendo a la realidad de este Toledo españolo, la ciudad hermana dominada por el Alcázar de Disney y el Greco y sonrió con la ocurrencia, mientras se acercaba a la boca negra del payaso, donde creyó ver relucir unos dientes, a medida que se acercaba. En efecto, la pared se había desmoronado tras el desconchado cartel y el payaso parecía bostezar, las sombras de la noche iban desbordando sus labios amarillentos y el reborde rojo de la boca se iba abultando con tonos fuertemente sanguíneos. Parecía que empezaba a brotar regueros de sangre: la herrumbre de una cañería que teñía de manchones rojos un agua turbia e inservible.

- Le estábamos esperando, Mr Marsten - le sobresaltó una voz a su espalda, que venía acompañada de una mano enguantada. Así le pareció al principio, pero luego se dio cuenta que se trataba simplemente de una mano huesuda, artrítica y pálida como la muerte - ¿Se ha perdido usted? El señor Amel me ha pedido que salga a buscarle.
- Gracias, señor. Esta ciudad es endiabladamente huidiza, escurridiza - dijo Ben intentando pronunciar bien las zetas, curiosamente sólo con esas exóticas palabras.
- No sé a qué se refiere. Toledo es un sitio muy turístico.
- To-le-do - Ben silabeó los sonidos que componían el nombre de la ciudad y parecía contrastarlo con los de su ciudad natal. Y, cuando acabó de salir de sus reflexiones y levantó la vista del suelo, comprobó que ya el mensajero de Amel doblaba la esquina, como alma que se lo llevaba el diablo. Se quedó atónito y no fue capaz de reaccionar, hasta que una corriente de aire frío le rozó la nuca. Sintió un pánico atroz al recordar que tenía al payaso del cartel a sus espaldas y tuvo la sensación de que algo parecía querer succionarle. Extendió las manos para mantener mejor el equilibrio y vio cómo sus manos y sus brazos se le iban poniendo blanquecinos, como si la sangre empezase a retroceder y no quisiera llegar a las extremidades. Sintió que un frío mortífero le helaba los hombros, el pecho y la cara. Creyó percibir que, dentro de su cabeza, la sangre le empezaba a bullir y el cerebro entraba en erupción con el cráter encharcado con la viscosa lava de la sangre. Apenas le dio tiempo a pensar un "Christ!!", cuando unos brazos salieron de la enorme boca del payaso y le acabó devorando.

Ben abrió los ojos y se le llenaron de oscuridad. Estaba boca arriba y no podía moverse, parecía pegado al suelo. Pronto notó un cambio en el tacto de la superficie que tocaba su cuerpo. Era como si el suelo, o lo que quiera que fuese, se empezase a ablandar. Notaba cómo su cuerpo se hundía, que algo gelatinoso le empezaba a trepar por el cuerpo. La sensación le puso tenso, hasta tal punto que pudo saltar como el resorte de un reloj roto, se puso de pie y sintió que una sustancia algodonosa le cubría por completo, cubría el lugar donde se encontraba en su totalidad. Llenaba su boca, si la abría; cubría sus ojos, si abría los párpados; le llenaba las fosas nasales, pero no le impedía respirar. No podía caminar, pero se dio cuenta que se podía mover sin dificultad, si se impulsaba sobre los pies y moviese brazos y piernas, en una acción que no podía decir si era nadar o volar. Se asustó un poco porque no era capaz de articular una sola palabra, no había rastro de lenguaje en su cabeza, en ninguna de las lenguas de las dos ciudades de Toledo. Sus dos Toledos eran simplemente un par de ideas casuales, quizás causales, eran las nebulosas de algo que un día fueron familiares, pero que ahora eran recuerdos distorsionados. Se preguntaba quién escribía estas palabras, quién colocaba esta sucesión de palabras para describir el desfile de imágenes que llenaban su cabeza.

- Amel - Alguien dijo y Ben no consiguió aclararse si le estaban contestando a su pregunta, si era el principio de una frase o el final de otra. En todo caso, detrás del nombre, apareció el hombre de la callejuela donde colgaban rasgados viejos carteles taurinos y el de la boca grotesca, inquietante y amenazadora del payaso - Le estábamos esperando, Mr Marsten. El señor Amel me ha dado esta pequeña vasija engastada con incrustaciones de calcopirita. No me pregunte para qué sirve, porque sencillamente no lo sé. Nosotros estamos seguros de que usted lo descubrirá en cuanto la tenga en sus manos. Para el señor Amel ha sido un gran placer haberle conocido.

Ben se quedó mirando la pequeña vasija en la palma de su mano y empezó a sentir una especie de hormigueo, seguido de un calor intenso y un extraño olor a azufre, dulzón, casi empalagoso. Las aristas irregulares de los fragmentos de calcopirita empezaron a incrustarse en la piel, pero no llegó a sentir nunca auténtico dolor. Como en la otra ocasión, el mensajero de Amel dio media vuelta y en dos zancadas se acercó a un enorme óvalo que formaba una especie de ventana, a la que se asomó durante unos instantes y sin más se "enhebró" por ella. Ben siguió sus pasos y se detuvo en seco al mirar a través de la ventana ovalada. Allí se abría el bostezo de una noche en la que parpadeaban unas pocas estrellas, pequeñas como cabezas de alfiler. De pronto, la noche se manchó con la luz mortecina de una forola y con el vino agrio de un borracho tirado en un rincón. Sacó la cabeza y, con un chasquido metálico, el payaso del cartel cerró la boca para siempre.

 

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