Ruinas camino a la Torre

© Gala Lovecraft


Rolando de Gilead © Gala Lovecraft

 

Escrito por Gala Lovecraft fusionando la Torre Oscura de Stephen King y los Mitos de Chtulhu.

Todo ocurrió con la nitidez de un sueño muy vívido, mas no dejaba de ser un sueño. Y, sin embargo, había algo en ese aire que me produjo alarma. Esa región semiinconsciente de mi cerebro, la misma que guiaba la muerte al corazón de mis enemigos, me advertía del inmenso peligro que estaba corriendo en ese lugar. Gritaba, gritaba la respuesta, en el eco frenesí del silencio. Toda la atmósfera pulsaba sobre mi piel cuarteada por el desierto con una humedad semejante al salitre de los océanos. Era un aroma repugnante y para nada inofensivo, que me trajo recuerdos lejanos de mi niñez como aprendiz, vinieron a mi mente alterada, las profundidades de las mazmorras del viejo castillo abandonado donde mi maestro me encerraba cuando estaba castigado, o solo para reforzar mi carácter… el mismo aire opresivo, helado, y a la vez fétido, aroma a muerte antigua casada con la pestilencia del fondo del océano seco, antiguo, y tan muerto como esas ruinas. Y esa oscuridad azul no cobijaba nada bueno, mis sentidos estaban siendo engañados por una fuerza desconocida. Era un lugar muerto, y a la vez, no lo estaba…

La luna llena, casi oculta entre espesas nubes, me espiaba de vez en cuando descorriendo los velos celestes, semejante al único ojo ciego de un cíclope terrible. A pesar de la aparente soledad yerma de esas antiguas ruinas, abandonadas por los eones del tiempo, no lograba calmar la alarma en mi mente. Mis manos inquietas no dejaban de revolotear sobre las culatas de sándalo.

Un horror oculto palpitaba secretamente entre esas construcciones de piedra… el océano estaba seco hace tiempo, y con su muerte, la desaparición de los habitantes debía de ser una deducción lógica… pero de que me valía ahora esta lógica, cuando el grito de alarma en mi cerebro se acrecentaba más y más, no dejaba de tronar. Sin duda, algo, o alguien me observaba. No era algo humano y tangible contra el cual luchar. Su malignidad, tan patente, se respiraba en cada bocanada salitre en esa atmósfera negro azulada, me daba arcadas, era asfixiante. Me distraía la confusa arquitectura que me rodeaba, y el hecho de no poder localizar a mi observador, aunque estaba seguro de que no era un ser amistoso, tan seguro como que mi nombre es Rolando de Gilead, el último pistolero de esa ilustre Baronía.

Una vibración comenzó a llamarme la atención, parecía proceder desde las profundidades arenosas del desierto. Aquellas arenas, que hace milenios, formaron el lecho de un gran océano, intentaban distenderse, bajo mis mismos pies, como si pretendieran tragarme de manera insólita.


© Gala Lovecraft

Corrí, consciente de cada uno de mis movimientos entre aquellos peligros, hacia el exterior, me rodeaban un sinfín de monolitos de piedra escalonada y templos erosionados y verdosos, residuo de los muertos mares.
Una nube inmensa, el hálito del sepulcro, de proporciones colosales, que esa ciudadela era, se elevó desde el centro de las estructuras. Lo que logré divisar entre el polvo levantado, y que mi instinto bloqueó, habría hecho perder la cordura a cualquier mortal sin mi entrenamiento… Cort lo había hecho bien…

La cosa que brotó a mis espaldas, semejante a una montaña de carne momificada, asombrosamente, no estaba ni viva ni muerta. El rugido ensordecedor me hizo mirar hacia atrás, y contemplé a la gran criatura que se alzaba por última vez de entre las ruinas ciclópeas que constituyeron su refugio tantos eones atrás. Y mientras el viento del desierto bramaba con voz atronadora, alejándome cada vez más de esa ciudad de pesadilla, se llevaba con él los restos secos de aquel colosal dios marino. Y recordé su nombre y su leyenda, contada por generaciones en la Alta Lengua, El Gran Dios Kutulhu, antes de caer desmayado de agotamiento sobre las arenas del desierto. "El mundo se ha movido." Susurró en sueños la voz de Cort, quien fuera mi maestro tantos años atrás. Pero la torre esta cada vez mas cerca, y la presencia terrible del antiguo Dios del Mar era sólo una prueba de ello.

Llovió con el color de la sangre aquella noche, el mismo rojo maligno de las rosas que rodean la Torre Oscura.

 

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