SANGRE
Escrito por © Harley Warren al estilo de Clive Barker y basado en la siguiente Nota dejada por H.P. Lovecraft.
Extraño individuo de barrio sombrío de antigua ciudad posee objeto de horror arcaico e inmemorial.
Ángel (Luján) © Harley Warren
El vampiro se inclinó sobre el marco de la ventana, una suave brisa cálida bañaba su rostro velado bajo la oscuridad del cuarto. Era una figura imponente, su físico se había alterado a través de siglos de transitar los polvorosos caminos de la tierra, brindándole la dureza del cuarzo así como su frialdad.
La noche comenzaba a caer en la ciudad, los destellos dorados circundaban las siluetas de antiguas fachadas y los ojos del vampiro capturaban estos destellos con iris dorados, los que reflejaban toda la fuerza del astro. En ese fulgor el mundo se estremecía.Hacía tiempo había fijado su domicilio en la ruinosa mansión colonial donde se encontraba. Era una ubicación perfecta para la depredación, ya que se encontraba en uno de los puntos turísticos más importantes de la ciudad. Las víctimas fluían raudas por las calles adoquinadas del barrio gris, siempre de distintos orígenes compartían el destino de ser su alimento y sacrificio.
Pronto se cansaría de ese patio de juegos, como se había cansado de todos sus otros terrenos de cacería, y entonces emigraría hacia tierras desconocidas; aunque había recorrido todo el mundo, al volver a los sitios que pisara centurias atrás encontraba un ámbito nuevo lleno de presas que esperaban el roce de la guadaña.
Atravesó el marco y fluyó como una sombra hacía las cúpulas de brillante cerámica que se hallaban frente a él. Se deslizó bajo la gran loza de mármol en la entrada, su mensaje perdurable como la humanidad comenzaba a corroerse en trazos grisáceos, olvidados
HÆC EST DOMUS DOMINI [*]
Las palabras talladas carecían tanto de importancia como de significado para el vampiro, estaba a gusto en la parroquia, aunque la imagen alta de la derecha le inquietaba. Cinco efigies de níveo y puro mármol observaban al vampiro en actitud reverente. Abajo a la izquierda un santo portando una enorme llave labrada, al otro lado de la enorme y maciza puerta de hierro forjado, una figura barbada cargando una enorme espada y un pergamino cuyo mensaje pasaba inadvertido a todo espectador, excepto a su creador. Arriba entre difusos ventanales de vitreaux dos imágenes gemelas, la de la izquierda portando un voluminoso libro, tal vez una Biblia; la de la derecha una enorme cruz que abarcaba toda la longitud de la escultura.
La visión de la cruz perturbó al vampiro, pero el antiguo símbolo ya no producía el mismo efecto en él, después de veinte siglos la fuerza de su poder se había ido desvaneciendo hasta convertirse en una leve opresión.
Sobre todas éstas, las figuras de la Virgen y el Niño le admiraban con ojos de enamorados, sus caras angelicales provocaron un reflujo de ansiedad, le urgían a alimentarse y a conseguir una victima.
A la sombra de la parroquia pasaba casi desapercibido, su movimiento era automático, fluía como el viento cálido que le arrastraba hacia la presa.
El cuerpo era delgado, alto como un árbol, oscuro como el ébano. La mente primitiva se regía solo por el llamado de su apetito.
Hacía siglos que rondaba en la tierra, arrastrando sus heridas por el polvo de la humanidad. El mundo era suyo, y sus símbolos se hallaban en todos los sitios en que el hombre dejaba su huella. Allí mismo, en su casa, el vampiro se regocijaba esbozando la sonrisa de un lunático, repleta de infinita sabiduría.
La antigua parroquia era ahora un recorte de negrura absoluta contra el turquesa del cielo. Las campanadas cayeron sin sorpresa, anticipando el comienzo de la noche y la cacería.El primer soplo de viento nocturno trajo consigo las risas de un grupo de jóvenes artesanos que se retiraban de la plaza donde solían tirar sus paños. Víctimas fáciles, aburridas, sus mentes aletargadas por el alcohol y las drogas. Le repugnaban y esa noche no era precisamente lo que buscaba, esperaba un poco de pureza en la sangre.
Más al norte, hacia los mercados de antigüedades, una joven llamada María cerraba el negocio familiar, un pequeño local especializado en cerámicas indígenas. Su piel era tostada, oscura como la arcilla que descansaba en las estanterías, el sedoso cabello color miel atado en la base del cuello con una delicada cinta de terciopelo azul. El vampiro la conocía, la conocía tan bien como a cada una de sus victimas anteriores y como a todas las que llegarían después. Las conocía desde antes de nacer. Sus deseos y sueños. Sus miedos y pesadillas. Sus delitos y pecados. En los ojos dorados manaba una oleada de odio infinito, pero más que eso lo que le empujaba hacia la cacería era su ilimitado deseo de consumir a la raza. Era el mayor depredador, el depredador del hombre.
María era pura en muchos aspectos, era joven y aún mantenía algo de la inocencia infantil que el vampiro veía perderse cada vez más pronto en los últimos tiempos. Pero ella también estaba manchada, sin saberlo cargaba sobre su cuerpo con el estigma de la vida.
Su cuerpo se estremecía en el recuerdo de su pareja, pensaba que su acto había sido algo hermoso; sólo pasaron unos pocos días pero mantenía el calor que le había dejado en su interior, se sentía completa, como nunca antes.
El vampiro observaba el brillo que emanaba de la joven mientras ésta se adentraba en los intrincados recovecos de calles grises, siguiendo sus pasos de cerca.
Aunque no podía verlo, un escalofrío recorrió el cuerpo de María, se envolvió en el pesado chal de lana que recibiera de su amado; su olor emanaba de éste, el olor de ambos juntos. El aroma de su entrega absoluta. No entendía las sensaciones que la envolvían, la amenaza inminente de una fuerza poderosa, despiadada e inmemorial. Solo era conciente de su acechador de una forma inconsciente y primitiva, un resabio de épocas peligrosamente pretéritas.
La joven se encaminó a la parroquia, aunque permanecía cerrada al público. A esas horas la visión de las imágenes sagradas lograrían calmarla. Los cuatro santos y la Virgen, la madre.
El cuerpo del vampiro extendía ahora sus tentáculos de sombra alrededor de la parroquia cerrando su trampa, una sombra tras los pasos de la joven María. Una sombra que extendía sus majestuosas alas eternas sobre la carne joven y palpitante, devorándola en un abrazo oscuro y sólido como el basalto.
En el último segundo María observó como los ojos de la Virgen cruzaban su mirada, la estatua eternamente joven, sus ojos de alabastro embebidos en lágrimas de sangre.
- ¡Oh, Dios mío ! - logró musitar, y su voz se perdió en las tinieblas de la noche.
El cuerpo tierno se venció sin dificultad bajo la presión de sus garras, los jirones de carne suave se desprendieron con delicadeza del blanco mármol interior. Exprimió cada pulgada de tejido hasta extraer hasta la última gota de dulce néctar. El jugo vital recorrió sus labios rebalsó la garganta y se derramó en un géiser de placer orgásmico, cubriendo el cuerpo del vampiro y añadiendo otra capa de vitalidad a su oscura presencia.
Luego del festín el vampiro se incorporó sobre los restos de María. Sólo un montículo de astillas blancas y brillantes. Sus delgadas manos de dedos largos como arañas gemelas revolvieron en el despojo, en busca de un objeto oculto. Tras un instante de inspección, retiró los dedos en un gesto de delicado movimiento, sosteniendo una fina cadena de plata con una cruz brillante pendiendo de su larga extensión.
El vampiro tomó la cruz y la depositó en un gabinete de madera dura y fría como el mismo vampiro. La plata brillante se unió en la incandescencia de miles de cruces que descansaban inútiles en su interior. La pesadez de su influjo resultaba ahora leve luego de saciarse, casi placentera. Sobre estas imágenes, el más sagrado de los objetos reposaba incólume al paso de los eones. Una copa de bebida prohibida, su contenido aún fresco. Sostuvo el antiguo grial mientras la línea de sus labios se ensanchaba en una mueca demente y bebió.
La sangre de la copa no se parecía a la humana, carecía del fuerte sabor metálico, de la sedosa textura natural que se deslizaba lentamente por el interior de la cavernosa garganta.
Con la reminiscencia de su mente que aún no terminaba de embotarse por el anhelo de la sangre, el vampiro recordaba la incansable búsqueda del objeto místico que mantendría la vitalidad de su cuerpo. Luego de su segundo nacimiento, al haber sido despojado brutalmente de su vida humana, el vampiro intuyó que aquel objeto podría sustentarle eternamente, después de todo en el se había derramado la esencia de su vida.
Los rayos del sol comenzaron a filtrarse detrás del horizonte iluminando la fachada de la parroquia y cubriendo el cuerpo del vampiro con un halo de blanca pureza. Se incorporó hacía el astro radiante, su fuerza reflejada en la capa roja de su piel desnuda.
Sus manos se posaron en el marco de la ventana, manos eternamente abiertas en heridas que jamás cerrarían. El flujo de la sangre no pararía, el reflujo de la vida y la muerte en un juego de persecución eterna.
El nuevo día traería con él nueva sangre y ante la expectativa que despertaba, el vampiro, cual león en su reino, emitió un profundo rugido fundiéndose entre los sonidos de las callejuelas y el tránsito urbano.
Notas y Comentarios
Me basé en los comentarios de Barker sobre su estilo de escritura:
"...es un ámbito donde todo está a tu disposicion, y me atrae porque aborrezco lo seguro, lo convencional. La ficción en general examina los estratos del mundo con criterio realista; la ficcion de horror arremete contra ellos con una sierra eléctrica, corta la realidad en pedacitos y le pide al lector que vuelva a armarla."
"... la buena ficción de horror siempre debe estar un paso más allá de los límites del buen gusto, para que el lector reciba la sensación de que el libro que tiene en sus manos es peligroso".
Taller H.P. Lovecraft Comenta este texto en el Foro