FLORECIMIENTO
Escrito por © Harley Warren al estilo de Arthur Machen
La Flor de la Mandrágora © Harley Warren
" Y si las rosas de su jardín le cantaran una canción sobrenatural, se volvería usted loco. Y suponga que los adoquines de la calle comenzaran a hincharse y a crecer ante sus ojos, y que el guijarro que usted observó por la noche hubiese echado capullos de piedra por la mañana.
Bien, estos ejemplos pueden darle alguna idea acerca de lo que realmente es el pecado."Arthur Machen, El pueblo blanco
Dolor. Me encuentro parado frente a un amplio ventanal que cubre toda la pared del alto piso. Los árboles se ven como pequeñas siluetas gachas; solo algunos edificios altos estorban mi visión del horizonte.
Abajo, veo los techos de los edificios más bajos, pintados de verde para camuflar su visión entre los densos jardines que lo rodean todo. Unas gruesas grietas cruzan las terrazas en dirección a los desagües que vacían el agua acumulada luego de las lluvias. Todas las grietas están ribeteadas del verde más oscuro del musgo. Parecen venas repletas de un líquido denso y corrompido.
Hacia un lado, una torre de radio se yergue hasta alcanzar mi altura; varios tramos de enredaderas trepadoras se desplazan con la imperceptible velocidad vegetal por su estructura tubular y sobre los cableados tendidos que mantienen la torre en pie durante las tempestades.
El sol, apenas sobrepasando el horizonte, es un esbozo de claridad, una imagen borrosa insinuada entre la gasa de nubes grises que cubren la totalidad de la bóveda celeste.
El interior de la habitación es gris y plata. La luz difusa, una mera aproximación del astro inerte que me observa tras el cristal, brota oculta del interior de unas bateas suspendidas del techo blanco. Por algún motivo estas lámparas me recuerdan a los germinadores de un vivero. Los cables eléctricos se enredan en los alambres que las sostienen; parecen ramificarse al tocar y hundirse en el yeso del cielorraso.
Una mujer se encuentra sentada tras el escritorio metálico que la separa de mí. Sé que es mayor, aunque no tengo noción de mi propia edad. Mi mente se encuentra embotada tras una leve cortina de dolor. La mujer no me ve, no sabe que estoy aquí.
¿Dónde estoy, cómo llegue a este lugar?
Junto al cristal de la ventana hay una planta de hojas sagitarias, es una mata de brillante verde esmeralda que no había notado.
La mujer levanta la vista de sus manos apoyadas sobre el escritorio. Me mira, sus ojos verdes se clavan en los míos. Me habla pero no comprendo sus palabras. La cabeza me duele en palpitaciones regulares. La mujer parece inquieta, desde ella me llega un fuerte hedor vegetal, sabia, eucaliptos y menta. El escritorio está bordeado por macetas plateadas, varias sagitarias brotan de ellas rodeando a la mujer de un halo verdoso. No las había visto antes.
Miro hacía la ventana, apartando mi atención de la mujer que no para de murmurar sonidos incoherentes. La enredadera cubre ahora la totalidad de la torre. Los techos se ven más oscuros, ya no logro ver las grietas.La mujer grita, veo sus facciones alteradas. Me grita pero no comprendo. Está pálida y a la luz de la habitación su piel se ve ligeramente verdosa.
El cuarto se me hace opresivo, tengo que salir, alejarme de la ventana y de la mujer que no para de gritar, pero no puedo. La torre es ahora una masa verdosa que comienza a extender zarcillos y tentáculos vegetales hacia los balcones y ventanas que la rodean.
Un gato negro camina por el borde de una pared cercana, roza la enredadera y lo veo florecer. La mujer tras el escritorio también florece y sus inflorescencias gritan junto a ella.
Ya no puedo ver más allá del cristal, la mata verde esmeralda lo cubre por completo.
El dolor se ha ido.
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