EL REY ZAPATERO
© Abdul Alhazred
Los mayores misterios no nos aguardan en la oscuridad, como casi todo el mundo recela, sino a plena luz, en lo más insospechado y menos probable. Durante nada menos que tres siglos, desde el año 750 al 1030, fue Córdoba la capital de España. La perla de la civilización musulmana, en la que aún hoy sobreviven no pocos vestigios de su poder y cultura. Cayeron los palacios y los alminares, y en el embrujo de la noche de los tiempos quedaron muchas historias no narradas y gritos amordazados que nunca vieron la luz.
Con semejante fuerza cultural y guerrera a la que tuvieron los Omeyas, fue la requerida para el desmantelamiento del imperio y el desplazamiento capitalino a la ciudad de Sevilla, mediante los extraños sucesos del año 1030. Hixen II [1] muere en esa fecha en Córdoba en extrañas y no desveladas circunstancias. El rigor de la corte exigía la exposición al duelo público del cadáver, pero nunca ocurrió así, sino que sus jefes militares más allegados les dieron sepultura sin dar cumplimiento a la tradición mortuoria de su estirpe. Cuentan que el féretro fue sepultado en el cementerio de la mezquita, con el único testimonio de los jefes de su cuarto militar.
En aquel momento, habiendo tenido conocimiento de los hechos el walí [2] de Sevilla, llamado Abul Kasim, hace público el mensaje de que Hixen II no ha muerto, sino que ha sido secuestrado por sus ministros, quienes pretenden hacerse con el inmenso poder del califa, pero éste ha conseguido huir a Sevilla, y él lo cobija en el Alcázar bajo su protección. Si bien no vamos a distraernos ahora con el desmoronamiento del califato y la división hasta saltar en pedazos de los reinos de taifas, no perdamos de vista al sagaz Abul Kasim.
Los notables de Sevilla acudirían al Alcázar a rendir sus respetos a Hixen II, quien estaba considerado como el más poderoso rey de los creyentes. Sus apariciones en público no fueron numerosas, pero sí lo suficiente como para no dejar dudas de su estancia sevillana. Hace algunas salidas por las calles y plazas del entorno del Alcázar, camino de la mezquita mayor, por entonces ubicada bajo los cimientos de la actual iglesia del Salvador, y siempre bien protegido y celosamente acompañado por el walí Abdul Kasim, convertido en visir y primer ministro de Hixen II.
El reconocimiento a Hixen II de muchas ciudades españolas como califa, trajo parejo el reconocimiento capitalino de Sevilla como nuevo centro del Califato. Y a pesar de que otras, constituidas en reinos de taifas, no aceptaron el poder político de Sevilla, sí que reconocían la autoridad religiosa suprema de la nueva ciudad califal, a excepción de Córdoba y Granada.
Abul Kasim gobernó el reino de Sevilla durante muchos años, si bien todas las leyes y decretos iban firmados con el nombre de Hixen II. En la práctica quien gobernaba era Abul Kasim, siendo el monarca una mera y fantasmal sombra que jamás intervenía en los asuntos, y a quien sólo a veces se le veía hacer paseos fantasmagóricos en una falúa por el río, o asistir a una azalá [3] en la mezquita. Poco a poco fue distanciando más y más sus apariciones públicas, hasta desaparecer totalmente, y volvió a tomar cuerpo la noticia de que el Califa de los Creyentes españoles, ahora rey de Sevilla y antes de Córdoba, había fallecido realmente hacía algunos años, cuando fue anunciado por los cortesanos cordobeses.
Se dice, aunque no existen pruebas que puedan atestiguarlo, que Hixen II no era otro que un zapatero sevillano, de gran parecido físico al monarca, que fue utilizado por el ambicioso Abul Kasim para instalarse en el trono y gobernar en su nombre.
La historia de la humanidad está jalonada de peripecias similares a lo largo y ancho del planeta, pero los vestigios históricos no han podido al día de hoy afirmar o negar si realmente el califa sevillano, aquel que dio a Sevilla la capitalidad de Al-Andalus, era en verdad el último de los Omeyas, o si se trataba de un figurante zapatero al servicio de Abul Kasim.
NOTAS
[1] Califato es el gobierno religioso y político absoluto que tuvieron en la Al-Andalus árabe los Omeyas durante la mayor parte del siglo X y en el primer tercio del siglo XI. Procede la palabra de Califa o Jalifa (lugarteniente o vicario), por considerarse los Califas vicarios de Mahoma. Llegó a su apogeo el Califato con Abderraman III (912), Alhakán II (961) y el gran guerrero Almanzor, que goberno en nombre de Hixen II (976-1002). Durante veintitres años (1008-1031) gobernaron, más o menos nominalmente, Muhammad II, Suleiman I, Hixen II (por segunda vez), Alí, Abderraman IV, Casin, Abderraman V, Yahia e Hixen III.
[2] Gobernador
[3] La llamada a la oración.
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