UPAMARCA
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Extraño petroglifo en el departamento
de Cachi, Pcia de Salta.
¿Quien es el misterioso personage que representa? ¿Un demonio? ¿Un hechicero? ¿el Llullallaica Umu? ¿O tal vez uno de los temibles Señores del Jaguar?
V
Extraño encuentro en la Chungará del Llullaillaco
Los años pasaron y Miroslav terminó olvidando la impresión que el relato de Don Guaymás le había causado. Entre tanto, el mundo conoció el hasta entonces más cruento conflicto bélico de la historia, los prósperos y afables años veinte, la crisis del 29 y los primeros latidos des fascismo.
La familia de Miroslav creció y sus negocios siguieron su curso, conociendo altos y bajos. Sin llegar a ser extraordinariamente ricos, tenían un buen pasar.Llegamos así a mediados de 1931 y Miroslav y los suyos acababan de pasar dos años particularmente difíciles. La recesión consecuente al crack de 1929 y el golpe militar de 1930 no le habían hecho ningún bien a sus negocios. Se vieron entonces forzados a cerrar una boutique que poseían en Barrio Norte, así como el albergue que habían abierto en Rosario y tuvieron que abandonar varios sectores de actividad en los cuales habían invertido capital y energía.
Aún así, gracias a la habilidad tanto de Miroslav como de su mujer y al apoyo mutuo de ambos las cosas comenzaron a mejorar paulatinamente y ya en los primeros meses de 1931, los negocios parecían haber vuelto a la normalidad.
Un día de julio de aquel año, mientras almorzaba en un pequeño restaurante que solía frecuentar a menudo vio entrar al doctor Balmaceda, geólogo que trabajaba para la comisión nacional de recursos naturales.
Miroslav le hizo señas y lo invitó a compartir la misma mesa. Luego de haber pasado el pedido ambos empezaron a conversar y durante la conversación el doctor Balmaceda le comentó que en octubre tenía que viajar para Salta en el marco de una misión de prospección minera.
La simple mención de Salta trajo a Miroslav multitud de recuerdos y le vino nostalgia de los días de su juventud y de cuando trabajó como arriero. Lleno de interés preguntó a su amigo a que rincón de la provincia debía rendirse.
-¡Uuuh!- exclamó su amigo - en un rincón completamente perdido de la Puna. Vamos a tener que bancarnos un mes entero en pleno departamento de los Andes, a la frontera con Chile. No se si conocés, al lado del volcán Llullaillaco.
Casi le salieron lágrimas cuando oyó pronunciar ese nombre y recordó entonces aquella promesa que se había hecho allá en 1906, que algún día lo escalaría.
Durante el almuerzo Miroslav le hizo un montón de preguntas a su amigo sobre el viaje hasta conocer el más ínfimo detalle.La conversación de aquel día reactivó el hechizo que el Llullaillaco le había echado cuando joven y durante las semanas siguientes estuvo obsesionado con su viejo sueño.
Por fin, dos semanas más tarde tomó una decisión y se fue a ver a su amigo Balmaceda.
Le habló entonces de su viejo proyecto y le rogó que le dejase viajar con él y con su equipo a la Puna ya que era la única forma de poder realizar su designio y tal vez, la única oportunidad que se presentaría en toda su vida. Por supuesto, el pagaría todos sus gastos personales e incluso ayudaría a subvenir con alguno que otro gasto de la expedición, dentro del límite de sus posibilidades.
Balmaceda había sido designado como jefe de la expedición y en principio tenía la autoridad necesaria como para autorizar su presencia en el grupo.
Al comienzo tuvo sus dudas pero por otro lado, sabía que Miroslav tenía una sólida experiencia en alpinismo y supervivencia en medios hostiles.
Finalmente se dejó convencer ante la insistencia y la abundante argumentación de su amigo.
Varios días más tarde y tras haber cumplido con algunas formalidades administrativas y legales Balmaceda le confirmó que todo estaba en orden y que tenía la autorización oficial para viajar con el y su equipo.
Miroslav empezó entonces a correr sus buenos kilómetros en el parque de Retiro todos los fines de semana y a entrenarse cada vez que tenía la ocasión para estar físicamente preparado. Es verdad que no era para nada viejo aún pero tampoco tenía el mismo vigor que en su juventud. Además, hay que reconocer que desde que se había instalado en Buenos Aires llevaba una vida más bien sedentaria y no había hecho mucho ejercicio. Finalmente, y aunque el no quería reconocerlo, desde que se había casado había echado bastante panza (1).El día tan esperado llegó al fin y Miroslav viajó con el doctor Balmaceda y los otros miembros de la expedición, los licenciados Bellini, Albarracín y Echagüe.
Salieron de Buenos Aires el 4 de octubre y estarían de vuelta el 20 de diciembre. Una vez de regreso Miroslav iría a reunirse con su mujer y sus hijos que estarían ya en casa de los suegros, en Necochea. Allí pasarían las fiestas de fin de año.
Cinco días duró el viaje ferroviario de la Capital Federal a la ciudad de Salta en donde permanecerían una semana para arreglar los últimos preparativos. En la capital de esta provincia el equipo fue completado con tres expertos locales, el doctor Fernandez y los licenciados Bonarelli y Sierra.
Fue una sorpresa más que agradable para Miroslav cuando se enteró que ahora el tren llegaba hasta San Antonio de los Cobres, lo cual representaba unos 168 kilómetros menos de marcha.
En los Cobres les esperaban dos guías y unos tres hombres suplementarios que se ocuparían de diversas faenas cotidianas como preparar el campamento, hacer la comida, cargar y descargar el material, etc.
El material técnico y el equipaje serían cuidadosamente cargados sobre mulas y un par de llamas, animal particularmente resistente y mejor adaptado que cualquier otro a esas altitudes.
Desde San Antonio de los Cobres viajaron durante diez días a lomo de mula hasta llegar al pie del Llullaillaco. Sería une pérdida de tiempo hablar de lo que sintió Miroslav al volver a ver al gigante puneño.
La compañía estableció su campamento al sur oeste de la base del volcán y sobre las mismas ruinas de un chasquihuasi (2).Miroslav permaneció dos días con sus amigos hasta que por fin se decidió cumplir con lo que se había propuesto.
Luego de estudiar las laderas del gigante en busca del camino mas fácil para realizar la ascensión y tras consultar a los dos guías, dio instrucciones a sus compañeros sobre lo que deberían hacer en caso que no estuviese de vuelta al alba del séptimo día y se fue.
Durante toda la jornada marchó a un ritmo rápido y regular. Los acarreos y canaletas que se extendían sobre largos tramos de su camino le facilitaron el avance y al crepúsculo ya había ascendido a una altitud de 5800 (3) metros sobre el nivel del mar.
Llegado a esta cota estableció pues su campamento, al lado de una laguna de poca profundidad y de gélidas aguas. Aprovechó para recomponer sus reservas de agua tras haber probado unos cuantos sorbos. Eran aguas puras y límpidas que a su parecer valían todas las aguas minerales del mundo.
El segundo día avanzó más lentamente ya que la pendiente se volvía más empinada y por precaución, evitaba en la medida de lo posible realizar esfuerzos demasiado extenuantes. Pues el oxígeno era cada vez más escaso y se agotaba más rápidamente. Afortunadamente habían adquirido abundantes provisiones de hojas de coca (4) en Salta y San Antonio de los Cobres lo cual atenuaba los efectos del soroche (5).
Aquella noche acampó a 6400 metros de altura al interior de unas ruinas incásicas. Quedó muy asombrado al hallar vestigios de construcciones a aquellas alturas. Al interior de ella encontró viejos de excrementos de llama que debían remontar a la última vez que el hombre frecuentó aquel edificio. Los solos ocupantes de hoy parecían ser algunos cóndores ocasionales, a juzgar por una o dos plumas que encontró.
Aunque el refugio no tenía más techumbre, sus muros aún intactos le procuraron un buen abrigo contra la ventisca que le pareció fría para la temporada (recordemos que las estaciones del años están invertidas en el hemisferio sur y que entonces era plena primavera).
Al día siguiente se levantó muy temprano y bien dispuesto a alcanzar la cumbre antes del mediodía.
Definitivamente, los antiguos andinos le sorprenderían un par de veces más todavía.
Había ascendido varios metros en altitud trepando trabajosamente la escarpada pendiente cuando alcanzó una zona donde el declive volvía a disminuir y allí halló -y no sin asombro- el trazado de una antigua senda que venía de su izquierda y que se dirigía a la cumbre. Sin dudar un instante emprendió esta ruta providencial que prácticamente le permitió terminar su recorrido sin dificultades mayores.
Cuando se encontraba a una distancia de 1000 metros de la cumbre (que se encontraba a unos 130 metros o más por encima del nivel donde estaba él) se llevó otra sorpresita: ante sus ojos aparecieron las ruinas de otra construcción incásica, compuesta esta de dos piezas.
Serían algo así como las 11 de la mañana cuando por fin llegó a la sima.
¡Lo había logrado! ¡Luego de tantos años, por fin lo había hecho! ¡Allí estaba! ¡Jamás se hubiera imaginado que algún di estaría allí arriba!
Se paró en el sitio más elevado que pudo encontrar y aprovechando que no había mucha nieve levantó sus brazos en alto y lanzó un estruendoso grito de triunfo que retumbó en los alrededores. Los guías que estaban en el campamento dicen que más o menos a esa hora las mulas y las dos llamas levantaron la cabeza y miraron con cierta curiosidad hacia el Llullaillaco.
Mientras tanto Miroslav seguía saboreando su victoria. Primero hacía uno o dos pasos al este y decía -estoy en Argentina- luego volvía hacia donde estaba previamente parado, daba uno o dos pasos al oeste y decía -ahora estoy en Chile-. Dio una larga vuelta alrededor de la sima y luego se detuvo nuevamente en su punto culminante para contemplar con sumo placer los alrededores. A eso del medio día almorzó y luego permaneció unas tres horas más contemplando, recorriendo y recogiendo muestras pétreas. Luego comenzó el descenso, que fue más rápido que el ascenso.
Aquella noche acampó en una posición intermediaria entre los dos campamentos de la ascensión. A la mañana siguiente se levantó antes del alba dispuesto a llegar al campamento de sus amigos antes del anochecer.
Cuando llegó al lugar donde había acampado la primera vez decidió que en vez de continuar por el mismo camino de la ida tomaría otro rumbo que según su intuición (que hasta ahora nunca lo había decepcionado) le permitiría llegar más rápidamente. Calculó que este camino sería más largo con respecto a la distancia pero que las condiciones del terreno y la pendiente (menos pronunciada) le harían ganar mucho más tiempo.
Serían las cinco de la tarde pasadas y la base del cerro debía encontrarse a pocas centenas de metros más abajo (con respecto al nivel en el que se encontraba) cuando algo a su izquierda atrajo su atención. A trescientos metros o más (hablo de distancia, no de nivel) yacía una mancha oscura que parecía ser la entrada a alguna parte un tumultuoso torrente de recuerdos se desencadenó y el corazón se le aceleró de emoción ¿¿¿la chungará del Llullaillaco??? Era absolutamente imperativo que vea aquello de cerca así que olvidando toda prudencia corrió hacia allí sin tener cuidado del soroche.
Allí estaba, frente a el yacía la oscura boca de una cavidad que a juzgar por la ligera corriente de aire fresco que emanaba de ella debía de ser inmensa. No podía creerlo. Primero construcciones humanas a alturas insospechables y ahora, la para él legendaria chungará. Jamás olvidaría este viaje.
Entonces le vino una terrible duda; según los relatos de Don Guaymás podían albergarse recuas enteras en su interior. La overtura que yacía ante él debía medir a penas un metro o un metro veinte de diámetro.¡Imposible que pueda pasar un tropel por ahí!
Así que dudaba que esa fuera la chungará, a menos que tuviese más de una entrada.
Pero entonces, al considerar la impresionante acumulación de material regolítico que había alrededor de la boca se dio cuenta que en realidad se trataba de una entrada mucho mayor que los aluviones y derrumbamientos sucesivos la estaban obstruyendo paulatinamente.
¡Que alivio! ¡Ahora si que no le cabía la menor duda! ¡Aquello era bel et bien la chungará del Llullaillaco!
Los cúmulos de material detrítico que había ladera arriba por encima de la overtura presentaban un aspecto inestable que amenazaban con desplomarse tarde o temprano. Miroslav supo entonces que la entrada a la cueva estaba condenada a una próxima desaparición y que tal vez sería la última persona que tuviera la oportunidad de explorarla.
Reanimado por una nueva excitación se sacó la mochila, la hizo a un lado y sin titubear se introdujo en las tinieblas el seno de la montaña.Una vez al interior de la caverna se detuvo unos instantes y consideró el espectáculo que le rodeaba. Primero apuntó la linterna hacia arriba para verificar lo que Don Guaymás le había dicho sobre la altura del techo y constató que, efectivamente, este se encontraba fuera de vista.
Luego paseó le haz luminoso alrededor suyo y vio que la cueva era realmente extensa.
Decidió entonces explorarla y comenzó a adentrarse en ella, hallando en su camino restos de fogones y viejas bostas de toda clase de ganado. Observó también que en algunos sitios las paredes estaban cubiertas de pinturas líticas.Estas le llamaron particularmente la atención y se detuvo allí donde parecía haber la mayor concentración para estudiarlas.
Los petroglifos representaban llamas, vicuñas, cóndores con alas desplegadas, un animal que debía ser un puma o un jaguar, cazadores armados de arcos y flechas, hombres vestidos con extraños atavíos (chamanes sin duda) y extraños personajes (algunos que parecían mitad hombre, mitad animal) que seguramente representaban viejas divinidades paganas.
Pero había un petroglifo cuya forma imprecisa le intrigaba más que los otros. Era como si su autor hubiera querido representar una ondulación y lo había hecho con tanta habilidad que la figura daba realmente una impresión de movimiento.
A Miroslav le hacía pensar en una nube o más bien en una galaxia o una nebulosa, tal como se las puede apreciar en las noches estrelladas y sin luna.
Continuó explorando la gruta hasta llegar a una grieta de talla considerable que se abría en el suelo y contra la pared NE. Afortunadamente sus bordes rocosos sobresalían de unos cuarenta centímetros del suelo, protegiendo así a un eventual caminante despistado que no la hubiera visto. Miroslav apuntó su linterna hacia abajo y al no poder hallar el fondo, arrojó una piedra en el abismo para darse una idea de su profundidad.
Oyó la piedra rebotar un par de veces contra las paredes de la grieta (pues esta presentaba un ángulo de buzamiento de cinco a diez grados) pero no la oyó tocar el fondo. Aquella fractura debía perderse sin duda en las remotas profundidades de la corteza terrestre.
Contorneó la grieta y continuó su exploración hasta llegar al final de la cueva. Pensó seguir de largo y avanzar a lo largo de la pared hasta dar la vuelta completa pero se desistió en seguida.
Se estaba haciendo tarde y deseaba estar de regreso al campamento antes que caiga la noche. Como no tenía ninguna idea de las dimensiones de la caverna, no podía saber si sería más largo por el lado de donde venía o por el lado opuesto. Decidió que acortaría camino y comenzó a marchar en línea recta, en dirección a la luz que todavía entraba por la exigua overtura.
Había marchado ya una buena distancia y calculó que debía andar a la altura de la grieta más o menos cuando de pronto percibió dos elementos nuevos al interior de la chungará: Luz y Calor.
Intrigado se detuvo y miró hacia la pared NE que se hallaba a 150 metros de el y de donde parecía venir aquel resplandor y aquella calidez. Vio entonces que algo estaba saliendo de la grieta.
Aquello era como una emanación, un vapor, una nube que parecía oscilar entre el estado líquido y gaseoso y que flotaba en el aire a un metro des suelo. A medida que iba surgiendo de la brecha ganaba volumen por efecto de descompresión hasta alcanzar un tamaño estable. Su color era de un rojo vivo y luminiscente como de fuego y de roca fundida.
Todo en él era como si hubiera sido concebido para camuflarse con el magma del interior de la tierra.
Miroslav vio claramente como aquella emanación avanzó ondeando cuan volutas de vapor y se detuvo a menos de diez metros de él para escrutarle con curiosidad.
¿Curiosidad? - pensó- eso es algo que solo las criaturas vivientes pueden manifestar.
Pues, sí, amigos: aunque parecía estar compuesto de materia inorgánica, aquello era en realidad una entidad viva e independiente, dotada de inteligencia y voluntad propia.
A penas tomó Miroslav conciencia de ello que el más desesperante e insostenible terror se apoderó de él. Su ritmo cardíaco se aceleró, su respiración se interrumpió momentáneamente y en su garganta se materializó un vivo deseo de gritar.
Sin pensar más en lo que hacía se precipitó al exterior, corriendo a una velocidad digna de Carl Lewis.
Salió de la chungará y corrió, tanto corrió que no se detuvo hasta casi morir sofocado por falta de oxígeno.
Entonces se dejó caer sobre sus sentaderos y allí se dio cuenta -no sin gran asombro- que llevaba su mochila puesta en la espalda. La verdad que no se acordaba haberse detenido al salir de la cueva y haberla recogido.Una vez que recobró su aliento y que su circulación se normalizó se incorporó y echó una última mirada al Llullaillaco, tan impasible y majestuoso como siempre.
Pensó entonces que fue el miedo a lo desconocido y no otra cosa lo que le había aterrorizado porque, a decir verdad, no había nada de maléfico en aquella entidad y tampoco había manifestado hostilidad alguna hacia él.
De pronto le vino en mientes la larga conversación que había tenido con el arriero Acosta veinticinco años atrás sobre la vieja cosmogonía andina y entonces comprendió que aquella cueva era el Upumarca : la Prisión del Alma de la Montaña.
Ruinas de una vieja construcción incásica que se encuentra a corta distancia del lugar donde yacían las momias del Llullaillaco.Sin duda alguna servía de refugio a los sacerdotes que presidían las ceremonias de sacrificio. Esta construcción se halla a 6600 metros de altitud y es la construcción humana más alta del planeta
NOTAS
[1]¡No se confundan amigas lectoras! ¡No vayan a creer que estoy insinuando que es la culpa de las mujeres si los hombres suelen echar panza después de casarse! Es cierto que esta es una muy frecuente tendencia pero en mi opinión se debe más al hecho que los hombres suelen achancharse (como solemos decir en estas benditas tierras sarnnathianas) después del casamiento. El ser humano es así; mientras el hombre corteja a aquella que ama cuida bien su físico con el fin de dar su mejor imagen y servirse del argumento físico como un complemento a su panoplia de armas seductivas. Luego del casamiento, es decir una vez que obtuvo lo que quería, da todo por adquirido definitivamente y ahí es cuando empieza a dejarse estar. ¿A caso no dicen Haz fama y échate a dormir?.
[2] Chasquihuasi: del quechua Chasqui = mensajero y huasi = casa. Los chasquis eran los mensajeros que se ocupaban de trasmitir la información y las órdenes oficiales del imperio Inca. Para ello debían correr largas distancias a pie por día en terreno montañoso y solo el consumo regular de hojas de coca les daba la resistencia física para poder ejercer semejante esfuerzo físico. Pues a partir de los 3000 metros de altitud el contenido de oxígeno en el aire comienza a disminuir a medida que la altura aumenta, rindiendo cada esfuerzo de más en más penoso.
Los chasquihuasi eran refugios construidos a la intención de los chasquis en la montaña y en lugares remotos. Allí podían albergarse al caer la noche o cuando las condiciones climáticas no les permitían continuar camino.[3] Desde su base hasta su sima, el Llullaillaco mide unos 2200 metros lo cual situaría su pié a una altitud de unos 4539 metros sobre el nivel del mar (es decir casi a la altura del Monte Blanco que es de 4807 metros SNM). Miroslav habría pues ascendido 1261 metros en su primer jornada. En realidad todos los que ascienden a este cerro llegan más o menos a esta misma altura el primer día.
[4] El consumo de las hojas de coca (Erythroxylon coca) es muy frecuente en Perú, Bolivia, el norte de Chile y el noroeste de Argentina. Aunque la cocaína se extrae de esta planta, su consumo bajo su forma natural no constituye una droga y su venta es perfectamente legal. Sus hojas contienen alcaloides que confieren al organismo una mayor resistencia al hambre y al cansancio. Por dicha razón, se recomienda su consumo en altitudes superiores a los tres mil metros.
Las hojas se mascan en general. Primero se introducen unas cuantas hojas en la boca y se las masca tras haber formado previamente una bola con ellas a un costado de la boca. Las hojas no se rasgan ni se quiebran durante la masticación pero desprenden en cambio un jugo que va directamente al intestino sin efecto nocivo alguno. Los alcaloides pasan directamente a la sangre a través de la membrana mucosa bucal. Contrariamente a lo que muchos creen, dichos alcaloides no producen ningún efecto alucinógeno. Son ellos en cambio los que confieren al organismo mayor resistencia.[5] Soroche: llamado también apunamiento o mal de montña, es el efecto que produce la falta de oxígeno en las alturas. Se manifiesta a través de síntomas tales como intensos dolores de cabeza, nauseas, mareos, aceleración cardiaca, respiración dificultosa, fatiga constante y sueño profundo.
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