sábado, 28 de mayo de 2011

Revolución (parte 1)

Maldito sea el hombre que confía en el hombre. La Liddell es una humanista retorcida. Pinta de negro lo que no le gusta. Grita Todo da igual, ya nada importa. Todo tiene su fin. Repite a Schubert una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez… para que el público sienta el vacío, la ansiedad, el dolor y la desesperación más profunda de aquel al que abandonan. Pequeñas Alicias perdidas en un proyecto de alfabetización. Palabras cargadas como pistolas. Bam! Precisión de revolucionaria. Todo estalla. Salpica a ese público que “siente una mezcla de admiración y desprecio” por una bufona que se desgarra, se entrega, se compromete “por contraposición”. Todo da igual, ya nada importa. Un solo de guitarra eléctrica. Bailar como locos. Cazar como lobos. Disecados. Gritar desde esa parte oscura y triste que todos escondemos para que no nos duela. La ética reducida a “una militancia individual de los sentimientos”. ¡¡¡Despertad, malditos!!!

4 comentarios:

Lluís Bosch dijo...

Acabo de descubrir este blog a través de un enlace de Águeda... nos vamos viendo... Sí es retorcida la Liddell...

Elisa McCausland dijo...

Pues este blog acaba de resucitar, así que sea usted bienvenido ;)

Doxa Grey dijo...

Maravillosa, difícil, retorcida, como dicen por aquí... pero es inevitable no clavarse las uñas en la carne del rostro cuando araña la empatía de Angélica.

Hacía mucho que no pasaba, encantada de volver :).

"¿te acuerdas de cuando nos hacíamos las muertas?"

¡Saludos!

Anónimo dijo...

También un día va una a la casa del vecino y pregunta "¿Hay pan?" y le responden: "Sí,¿quieres la mitad?"

También pasa.