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Las pinturas asiáticas de Nikolai Roerich de Carles Bellver Torlà
Artículo de Carles Bellver Torlà para Lovecraft Magazine núm. 2

Cuando los dos barcos fletados por la Universidad de Miskatonic alcanzan las regiones polares, el anónimo narrador de En las Montañas de la Locura –otro de esos antihéroes tan caros a Lovecraft– confiesa que las cumbres eternamente heladas de la Antártida y el siseante viento le recuerdan "las extrañas y perturbadoras pinturas asiáticas de Nicholas Roerich, y las aún más extrañas y perturbadoras descripciones de la meseta de Leng, de perversa fama, que tienen lugar en el espantoso Necronomicon del árabe loco Abdul Alhazred." A lo largo de la novela Lovecraft obligará al pobre tipo a acordarse de Roerich unas cuantas veces más, no sólo ante las vastas masas de hielo, sino también, por ejemplo, al observar los misteriosos cubos, perfectamente regulares, adheridos a las montañas. ¿Quién será ese tal Roerich, se pregunta necesariamente el lector, cuyas pinturas son casi comparables a las alucinantes páginas de Alhazred? Pues al contrario que el dichoso árabe resulta ser un personaje real, aunque las enciclopedias le dediquen muy pocas páginas y absolutamente ninguna los manuales de historia del arte. Ya lo advierte Joshi en su biografía de Lovecraft: los cuadros de Roerich guardan más relación con el arte popular ruso que con ningún movimiento artístico occidental de la época. Claro que no sólo fue pintor. En su momento también destacó como escenógrafo y visionario, por ejemplo.

Nikolai Roerich nació en 1874 en San Petersburgo. Era hijo del abogado y notario Konstantin Roerich. Desde niño demostró intereses aparentemente heterogéneos: el coleccionismo de objetos prehistóricos, minerales y monedas, el estudio de árboles y plantas y el dibujo, por ejemplo. Su esposa Helena, a la que conoció tras estudiar Bellas Artes por vocación y Derecho por imposición paterna, era casi tan brillante como él: tocaba el piano, escribió un libro sobre el budismo y tradujo al ruso la Doctrina secreta de Madame Blavatsky. Juntos, Nikolai y Helena fundaron la sociedad mística Agni Yoga. Poco después Nikolai obtuvo el cargo de director de una sociedad artística. Desde este puesto impulsó la enseñanza conjunta de todas las artes y oficios: pintura, música, canto, danza, teatro, dibujo artístico y técnico, cerámica... Este enfoque holístico caracteriza toda su cosmovisión. Para él la filosofía, la ciencia y el arte, el conocimiento occidental y la sabiduría oriental, eran sólo partes de un todo dentro del cual adquirían sentido. En esta misma época empezó a trabajar como escenógrafo en representaciones de obras de Stravinsky, Rimsky-Korsakov y otros.

La familia Roerich abandonó Rusia fortuitamente. En 1915 Nikolai enfermó de neumonía y su médico le recomendó viajar a Sortavala, en Finlandia. Una vez allí estalló la revolución bolchevique y ya no se atrevieron a volver. Aunque planearon trasladarse a la India, pasaron antes por Suecia, Inglaterra y Estados Unidos, lugares en los que Nikolai realizó varias exposiciones y volvió a trabajar como escenógrafo. En 1921 fundaron en Nueva York el Master Institute of United Arts. El ansiado viaje a la India lo emprendieron finalmente en 1923. Los Roerich organizaron entrevistas con destacados científicos, artistas e intelectuales y expediciones por los rincones más remotos del país. En 1928 se instalaron en el valle de Kullu, un paraje impresionante a los pies del Himalaya, a 2000 m. sobre el nivel del mar. Allí establecieron la sede del autodenominado Instituto Urusvati de Investigación del Himalaya, dedicado al estudio de las plantas medicinales, las lenguas y los yacimientos arqueológicos locales bajo la dirección de la segunda generación Roerich, los jóvenes George y Svetoslav.

Al año siguiente los Roerich volvieron temporalmente a Nueva York para la inauguración del Nicholas Roerich Museum, en Riverside Drive (actualmente su dirección es 319 West 107th Street). Fue en este museo donde conoció Lovecraft, en compañía de su amigo Frank Belknap Long, los paisajes hindúes y tibetanos de vívidos colores y atisbos cósmicos pintados por Nikolai Roerich que tanto lo impresionaron. En una carta de mayo de 1930 dirigida a Lillian Clark hizo constar con su típica elocuencia lo fascinado que se sentía:

Posiblemente te he mencionado en varias ocasiones mi admiración por la obra de Nicholas Roerich –el artista místico ruso que ha dedicado su vida al estudio y representación de las desconocidas mesetas de Asia Central, con sus vagas sugerencias de maravilla y terror cósmicos. [...] Ni Belknap ni yo habíamos estado allí antes; y cuando vimos la naturaleza extravagante y esotérica de sus contenidos, recorrimos frenéticamente las imaginativas vistas expuestas. Seguramente Roerich es una de esas raras almas fantasiosas que han vislumbrado los secretos grotescos, terribles, de más allá del espacio y el tiempo, y han retenido alguna habilidad para insinuar los prodigios que han visto.

Menos de un año después, en febrero de 1931, nuestro amigo de Providence empezó a escribir En las Montañas de la Locura. La influencia de Roerich parece evidente, y no sólo en las descripciones del gélido escenario de la novela. O puede que sea una coincidencia. Al fin y al cabo ¿hay algo más lovecraftiano que una base en las montañas, en un lugar exótico, desde la que se organizan excavaciones arqueológicas? Instituto Urusvati y Universidad de Miskatonic: no sabría decir si es más sorprendente la realidad o la ficción. Claro que con eso no tenemos más que el punto de partida, el arranque de la historia. Faltan los seres monstruosos, las colosales arquitecturas, las angustias y abismos psíquicos, y esos ingredientes los tenía que poner Lovecraft.



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