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Redacción Dreamers On-Line 

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Una mesa con mucha cultura

Los miembros de la mesa entretenían a la concurrencia antes del inicio

La primera mesa redonda del salón fue una mezcla de risas y caras serias.
Risas porque los dos invitados internacionales, Manu Larcenet y Ed Brubaker, se lo estaban pasando en grande. Por la presentación de Koldo Azpitarte, que sustituyó al moderador previsto y que llevó con soltura a gente tan dispar. Además, llegó tarde y se llevó de regalo una pequeña ducha de agua mineral.
Caras serias porque, al fin y al cabo, el contenido de la mesa lo era: ¿Por qué EEUU y Francia generan cultura y España sólo la importa?
Además de los citados, participaron en la mesa Ricard Efa, un dibujante catalán que se gana la vida publicando directamente para el mercado francés; Álvaro Pons y su sapiencia comiquera sin límites; y Óscar López, que de tebeos no sabe nada pero parece que de libros tiene bastante más idea.
Comenzó hablando Ricard Efa, quien expuso su opinión sobre el mercado vecino: “en Francia la historieta se ha convertido en un producto de consumo gracias a que se ha llegado a la convicción que el producto local puede ser tan válido como el extranjero. Además, saben apreciar mucho más que en España lo que tienen”. La aparente facilidad con la que algunos autores españoles entran en el mecado francés y consiguen establecerse (“te dan la posibilidad de vivir de tu trabajo”) tiene una explicación, según Efa, “porque mi cultura tebeística es europea y la sensibilidad que reproduzco en mi trabajo también lo es”.
La sensibilidad francesa hacia lo propio no existe en nuestro país, según continuó Álvaro Pons. “El público y los productores de cultura españoles tienden a valorar más lo que se produce fuera de nuestras fronteras desde hace casi dos siglos. En el mercado español no existe una industria perfectamente establecida del cómic, porque se ha perdido la concepción popular que tenía en los años 50 y 60; en la actualidad, los precios son muy altos y el cómic se ha convertido más en un producto de lujo con tiradas muy bajas”, argumenta Pons.
Desde el sector de la edición y crítica de libros, Óscar López ve el mundo del cómic español muy alejado de las dinámicas que se utilizan en aquello que él domina: ”creo que se pierde, en el paso a la adolescencia, el gusto por leer tebeos y se pasa a los libros, cuando son dos actividades que se podrían combinar”.
A la hora de describir el mercado francés y el papel que tienen los cómics en él, Manu Larcenet desmontó algunos de los tópicos establecidos entre el público español, ya que dijo que, aunque “el abanico de productos es muy grande, tanto que se llega a una cierta saturación”, no es tanto un paraíso para los autores “porque hay muy pocos que viven exclusivamente de sus historias. Además, los dibujantes no están reconocidos por las élites culturales. No son considerados como artistas. Y los guionistas tienen que escribir unos 20 guiones al año para poder vivir de su trabajo”; el cómic “no se considera un producto cultural de élite”. Aunque el contenido de los trabajos que se pueden encontrar en la actualidad es muy bien aceptado por el mercado “porque los autores actuales hemos crecido leyendo cómics y hacemos historias que se corresponden con la sensibilidad actual”, se produce la paradoja que esta circunstancia puede ser negativa a largo plazo, “ya que haciendo tebeos para adultos, que son los que los pueden comprar ya que han subido mucho de precio, se nos ha olvidado escribir para los niños, que son el futuro de nuestra profesión”.
Ed Brubaker refrendó, éste sí, la situación reconocida por todos del mercado americano: “es muy limitado, sobre todo para cualquier cosa que no sea mainstream. Es casi ridículo, con algunos miles de tiendas en todo el país, ya que sólo en los últimos años el cómic ha conseguido entrar en las librerías, y lo ha hecho principalmente mediante la edición de material japonés”. Y de todo el material que se publica, “como en Francia, o Japón, el 95% es mierda y sólo tiene calidad apenas un 5%; pero la diferencia es que en mi país ese pequeño porcentaje sólo está disponible para un grupo muy reducido de personas, mientras que en los otros países es mucho más asequible por más gente". Aunque hay algunos autores que son reconocidos por un público más selecto, “como Art Spiegelman o Chris Ware, en general cuando se piensa en cómic en mi país se sigue pensando en un producto para niños”. Se habla más del cómic en general “porque las personas que están en posiciones de poder mediático en la actualidad tienen la misma edad que yo, y se han criado leyendo cómics, razón por la cual se ven más en la televisión o en las salas de cine; pero no ves a la gente por la calle con un tebeo en las manos”, finaliza Brubaker.
La gran pregunta es la manera en la que los productos extranjeros son recibidos en estos países, en comparación con la afirmación que había hecho Pons anteriormente. Según el guionista americano, “fuera del manga, es muy difícil que un cómic se venda en los EEUU. Poco más de 10.000 o 20.000 personas pueden ser las que compren un cómic tan importante como la obra de Moebius, por ejemplo. Y es porque no lo saben publicitar bien, no saben promocionar los productos en los lugares adecuados, no le dicen a la gente que podría estar interesada en esos cómics en qué lugares pueden comprarlos. Además, los lectores americanos no se arriesgan a comprar algo extranjero si no tiene un gran nombre detrás.”
En Francia, según Larcenet, existen tres grandes zonas de producción que tienen su propio público: el tebeo asiático, el francés y el americano, “pero casi todos los compradores de cómic sólo se interesan por uno de los tres contenidos, es muy raro que la gente compre material de procedencias diversas. En realidad, el mercado francés en la actualidad es como es gracias al éxito y la importancia que tuvieron el cómic japonés y americano en los años 80, ya que permitió dinamizar la industria francesa y crear un entramado que, probablemente, tambíén pueda verse en España en unos años.”
Durante los minutos finales, los miembros de la mesa estuvieron intercambiando opiniones sobre la manera en la que podría rehabilitarse la industria española. “El momento dulce para al aficionado más tradicional, con la gran cantidad de obras que se publican en la actualidad”, según palabras de Álvaro Pons, puede verse refrendado con el indiscutible éxito de una revista como Witch, “que supera los 150.000 ejemplares vendidos cada mes”, lo que abre un mercado que no se sabía que existía hasta hace un par de años, el de las niñas y adolescentes. No es tanto que haya “pocos compradores que disponemos de una capacidad adquisitiva mayor y, por lo tanto, compramos más”, como afirmaba Koldo Azpitarte, sino que hay que buscar dónde están esos lectores que garanticen el futuro de la no-industria. Aunque “nuestro mercado está casi al nivel de Francia en cuanto al número de publicaciones, teniendo un nivel de lectura mucho menor”, como argumentaba Ricard Efa, el principal problema que tenemos es: “¿cuánta gente se ha enterado que se ha publicado tanto?”, en palabras de Pons.

CelesJota

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