|
El mundo se había vuelto verde, brillante y mucho más grande. A través de la mira telescópica de su rifle, el ladrón observaba con detenimiento la habitación del hotel.
No le gustaba matar. No era por cuestiones éticas, sencillamente no le parecía práctico. Su trabajo consistía en no existir, robar sin dejar ninguna huella. Un reguero de cadáveres nunca le había parecido la forma más discreta de hacer su trabajo.
Pero el Murciélago se estaba acercando demasiado, no a él, sino a su único amigo. Además, dentro de lo que cabía, esto entraba en los planes. En cierto modo. Y si no contábamos el cambio…
Algo captó la atención del ladrón. Tensó el dedo sobre el gatillo.
Y allí estaba. La figura alta, negra y torva, de orejas puntiagudas y capa negra festoneada imitando las alas de un murciélago. Batman estaba allí, delante de sus ojos. En la mira de su rifle.
Respiró hondo, apuntó a la cabeza y se preparó para disparar.
-Yo que tú no lo haría.
La voz había retumbado a sus espaldas como un trueno lejano, leve pero grave y amenazador. El ladrón aflojó las manos sobre el rifle y miró por el rabillo del ojo a la esquina inferior derecha de su visor. El Murciélago estaba a sus espaldas.
-Admito que me has sorprendido- dijo el ladrón-. ¿Quién es el señuelo?
-Una sombra- respondió Batman-. Suelta ese arma y date la vuelta.
Derrotado. Caído en su propia trampa. Tanto trabajo echado a perder por haber seguido una pista que, seguramente, el Murciélago había dejado personalmente para él.
Sabiéndose vencido, el ladrón se echó a reír.
-No lo repetiré- sentenció el Detective.
-No esperaba que lo hicieras- replicó el ladrón, y soltó el arma lentamente en la cornisa poniendo las manos en alto.
La helada brisa de la noche le abofeteó el rostro. Y de pronto, el ladrón supo que todavía podía ganar.
-Ahora date la vuelta.
El ladrón chasqueó los dedos. De sus muñecas empezó a brotar una neblina azulada, que el aire nocturno se encargó de lanzar contra Batman. El Murciélago se cubrió con su capa y rodó por el suelo. Cuando volvió a levantarse ya se había acoplado un respirador a la boca.
Pero el ladrón no había perdido el tiempo. Sacó de su tobillera una pistola con silenciador y disparó varias veces contra la capucha blindada de Batman.
Sin mediar palabra, Batman extendió su brazo con fiereza. De su mano brotó un afilado fragmento de la misma noche con forma de murciélago, que golpeó la mano del ladrón y le hizo soltar el arma. El batarang cayó junto con la pistola.
El ladrón sacó con la zurda un tázer y apuntó contra el murciélago. Los cables impactaron contra su capa, sin que parecieran hacerle ningún efecto.
-Pues muy bien, cuerpo a cuerpo- murmuro con una sonrisa, y corrió al encuentro de su rival.
Batman no se movió. No adoptó ninguna posición de defensa. No tenía intención de defenderse.
Pero el ladrón tenía intención de utilizar la misma estrategia que su adversario: no permitirle anticipar sus movimientos. Tan pronto como Batman se agachó para derribar al ladrón con un barrido, éste saltó hacia atrás y rodó para recuperar la pistola. Por debajo de la nariz había un trozo de hombre debajo del murciélago. Seguro que el mentón no estaba blindado.
El ladrón alargó su brazo para aferrar el arma. Batman pulsó un botón en su cinturón de utilidades, y el batarang emitió una fuerte descarga eléctrica que traspasó el guante del ladrón.
-Por última vez- rugió Batman mientras el sorprendido ladrón caía al suelo de espaldas-, entrégate, Samuel Price.
| |
