Mellow-faced, with eyes of faery, wistful clad in tinted leaves,
See the brown October tarry by the golden rows of sheaves;
Oak and acorn in his garland, fruit and wineskin in his hands,
Mystic pilgrim from a far land down the road to farther lands.

H.P. Lovecraft

Relato Colectivo escrito por Henry Armitage, Joseph Curwen, el Barón Dogon, Mesalina Bolangera, Hee Hoo y Cyrus Llanfer. Éste último ha colaborado con un breve fragmento y con las dos imágenes que ilustran este Relato compuesto para la Noche de Difuntos del año 2005.


© Cyrus Llanfer

A partir de la medianoche, todo cambiaba en el fungoso taller de Mestre Pi. Embadurnaba sus dedos para hundirlos en el lienzo plagado de oquedades siniestras, que me helaba la sangre y me cortaba el aliento. Había manchas de pintura por todos los lados, se podían ver en los faldones de su camisa, en los cristales de sus gafas y mezcladas con su rostro arañado de regueros de sudor y pelos rizados de bigote y barba. Me extrañó ver unas protuberancias que salían de su garganta y un ronco silbido, que recordaba un castañeteo de pequeñas conchas rotas en un manojo de algas en descomposición. [H.A.]

La poca gente que le conocía le llamaba Mestre Pi. Nadie en la húmeda isla en que habitaba sabía su verdadero nombre pues al parecer utilizaba varios sobrenombres ficticios para ocultar su oscura y extraña existencia; y Mestre Pi era uno de éstos. Los pocos datos que se conocían sobre él aparecían rodeados de enfrentamientos y frustraciones, pues todas aquellas acciones en las que había colaborado con algún otro habitante bien de la isla, bien de otras islas, había resultado un completo fracaso. Era algo así como un cenizo, que acababa por ser apartado de todo aquello que emprendía en comunión. [J.C.]

Encendí el habano, más por nerviosismo que por ganas de fumarlo. Una luna roja y brillante, rodeada por un halo siniestro y atemorizante, señalaba a los hombres que esa era una noche muy especial: la Noche de Difuntos. ¿Saldrían realmente los muertos de sus nichos? ¿Volverían a asustarnos, reclamando la atención que no les brindamos el resto del año? O, ¿era el momento de vengarse de los vivos, de sus trastadas y su desapego? Estaba nervioso, y no eran esas preguntas lo que me inquietaban. Miré de soslayo hacia la oscura esquina por donde vendría el Mestre Pi con su enigmático libro, ese opúsculo ignominoso que convocaría las almas de los difuntos. Estaba nervioso, pero también ansioso, porque quería jugar ese juego. [B.D.]

Golpeaban mi mente las palabras de aquella odiosa invocación, que había memorizado de niño, y con la que supuestamente, podríamos abrir la puerta al mundo de los muertos. Palabras que no había vuelto a pronunciar desde hacía eones, y que traté en vano de borrar de mi mente. Aquella noche estaban más presentes que nunca, venían solas a mi memoria, deseosas de ser pronunciadas. Mestre Pi andaba convencido que con el contenido del Libro el éxito estaba asegurado. El murmullo de las olas, que abrazaban aquella isla, aumentaba su volumen in crescendo hasta alcanzar un estrepitoso resultado cacofónico, que, entremezclado con la gris neblina de mi habano, parecían envolver aquella noche de un tétrico manto espectral. Oí pasos a lo lejos… una extraña figura dobló aquella esquina y pude distinguir al esperado personaje. En su cara cincelada, una inusual sonrisa, obsesiva y desbocada... los muertos nos esperan... [M.B.]

...me sentí algo aliviado al verlo, ya que su presencia me sacó de la soledad que tanto temía en aquel momento. Ahora me fijé bein en su marchar y noté que renqueaba ligeramente... ¿era nuevo eso, o es que siempre había renqueado? La verdad es que era un detalle en el cual jamás había reparado antes. Con un movimiento de cabeza me deseó las buenas noches y luego me invitó a seguirle con otro movimiento de su cabeza. Sin pronunciar palabra alguna. En silencio seguía a Mestre Pi, marchando detrás de él. Ahora observaba su contorno mientras marchaba... llevaba puesto un viejo y espeso manto... pude distinguir a pesar del grueso paño de su vestimenta extraños abultamientos en sus espaldas que no recordaba haber notado cuando recién lo conocí... Ahora me conducía a una planicie pantanosa cercana a la ciudad, hasta que alcanzamos un viejo mausoleo de piedra que las raíces de un sauce llorón de aspecto leproso había triturado completamente... [H.H.]

La noche era muy oscura. Una niebla espesa prácticamente imposibilitaba ver mucho más allá de unos cuantos metros, pero aún así se podían vislumbrar las siluetas de algunos troncos de árboles que rodeaban esas ciénagas y algunos otros elementos del entorno que resultaban amenazantes y horriblemente tenebrosos. Mestre Pi cada segundo que pasaba me parecía más extraño. En un momento dado se paró ante la puerta del mausoleo extrayendo una especie de libro de considerables dimensiones a la vez que comenzaba a pronunciar unas extrañas palabras en un idioma nunca escuchado por humano oído. [J.C.]

Pero ya no era él. Aquel hombre de apariencia estrambótica estaba convirtiéndose en otra cosa, a medida que aquellos sonidos salían por su boca, su silueta iba transfigurándose, creciendo como si de un reptil sinuoso se tratara, convulsionándose, tratando de desembarazarse de las desvencijadas ropas que le cubrían y sin cesar de recitar aquella incomprensible letanía que cada vez resonaba mas fuerte entre los marmóreos túmulos funerarios. Por unos momentos que a mí me resultaron eternos se produjo un silencio terrorífico, sabía que sólo sería el preludio de lo que estaba a punto de acontecer. Creo que sólo se podía oír en aquella espantosa noche el acelerado sonido de mi corazón a punto de delatarme en su frenético bombeo, pensé en huir, pero estaba ya pegado al suelo, rodeado de un pestilente fango que me mantenía aprisionado alli, a escasos metros de aquel ser inhumano y terrible. [C.L.]

Un frío gélido pareció acuchillarme hasta el alma, los fuegos fatuos de la ciénaga me empantanaban los ojos y la humedad putrefacta del aire me ablandaba todos los huesos de mi cuerpo. Me encontraba detrás de un zarzal de espino y entre los huecos que dejaba ese amenazante monstruo vegetal, pude vislumbrar la figura grotesca y encorvada de Mestre Pi. Me cogí al arbusto para no caerme y sentí cómo las espinas me mordían las palmas de las manos. Parecían los estigmas de los alucinados. Todo sucedió rápidamente. Sentí que su mirada perforaba la negrura de la oscuridad, la humedad espesa de una noche especialmente fétida y unas manos escamosas como garras pusieron cerrojos en mis muñecas, como si quisiera sajar mis heridas. Sentí la mirada purulenta de Pi y noté cómo me arrastraba sin contemplaciones hasta el mausoleo, que había abierto sus fauces de muerte y locura. Una muerte insana que llegaría, si no viniera antes una piadosa y compasiva locura.[H.A.]

La puerta del ignominoso y blancuzco mausoleo se abrió de golpe, surgiendo el fétido olor de la mortaja y el muerto, de modo tal que trastabillé pero no caí porque Maese Pi me agarraba de las manos, que no podía mover en ningún sentido, en tanto él continuaba con su incesante y demencial salmodia, invocando a las almas de los difuntos de antaño o vaya a saberse que otras atrocidades como su propia persona. Porque ahora le veía tal cual era en realidad: una monstruosidad sin nombre, sin forma ni cara reconocible ya; había perdido su aspecto humano y transformado en... no sé cómo definirlo, una repugnancia antinatural que no debiera existir... no en este mundo de los hombres... [B.D.]

En la cerrada noche, sólo irrumpida por breves ráfagas lunares y destellos de fuegos fatuos, aquel extraño habitáculo rezumaba un insoportable hedor a pescado podrido.
Lo peor fue tomar conciencia de las ciclópeas dimensiones, así como de la insana forma que albergaba aquel mausoleo, pues no existía ángulo alguno, mi cerebro no acertaba a entender cómo aquella construcción se mantenía en pie, sin esquinas, retando toda ley física de este mundo.

El ser que yo conocía como Mestre Pi entró en un estado de sobreexcitación casi epiléptico, completamente fuera de sí. Las extrañas palabras - si es que aquellos sonidos podían definirse así - que pronunciaba se interrumpieron ante el cacofónico crujir de ultratumba, que a modo de respuesta parecía emitir aquel impío emplazamiento. Entonces se volvió hacia mí, y recuperando su habla humana me dijo:
- Ahora te toca a ti, ¡¡dilo, dilo!!, ¡¡es el momento!!, ¡¡no tengas miedo!!, ¡¡ellos esperan!! ... - y dejó escapar de aquella odiosa garganta una maligna carcajada infernal… [M.B.]

Mestre Pi, de improviso, sufrió una metamorfosis delante de mis ojos. Como una Dafne monstruosa, su cuerpo se fue transformando en vegetal. Sus venas empezaron a salir a flote, dilatándose bajo la piel y moviéndose sinuosamente como serpientes rojizas y largos gusanos amoratados. Brazos y piernas empezaban a retorcerse en ramas y raíces sarmentosas, mientras su carcajada infernal resonaba en el tronco hueco de su cuerpo. Yo no acertaba a decir las palabras. No quería invocar a las Entidades Amorfas y empecé emitir sonidos ininteligibles: "Iä Ipip, Iä Ertsem", combinando las letras de su nombre. Pero el único efecto que conseguí fue que mi cara se empezase a cubrir de ventosas violáceas y que las venas del cuello y de la sien cobrasen vida propia y engordasen hasta formarse una maraña de tentáculos. Algo me aletargó, porque sentí dentro de mí un fluido espeso y burbujeante, como una sangre hirviente y vegetal, que me paralizaba la mirada, pero aún así me dejó la sensibilidad para sentir en mis labios el beso duro y frío de la boca en pico de ese Ser Tentacular. [H.A.]

Mi cuerpo dejó de pertenecerme, al menos como se podría entender un cuerpo humano. Ahora me sentía extraño, más bien no me sentía en términos puramente físicos. Si era consciente de que esa masa informe era yo mismo simplemente era consecuencia de que mi mente seguía bajo mi control, algo que no podía afirmar de mi nuevo y repugnante cuerpo. Mestre Pi permanecía a mi lado pronunciando una serie de términos solamente interrumpidos por sonoras carcajadas que de vez en cuando emitía. Toda una serie de horrendas figuras amorfas comenzaban a poblar aquella extraña y demoníaca construcción, figuras espectrales que se me acercaban formando un círculo a mi alrededor. De lo más profundo del negruzco pantano emergían una serie de nauseabundas y enraizadas garras que atravesando la humeante neblina habían conseguido anudarse a lo que quedaba de mis ahora sarmentosas piernas. [J.C.]

Abrí los ojos y, entre la neblina, pude ver la cicatriz azulada del mar. A mi alrededor bullía el oleaje remansado sobre el que se habían arrodillado rostros amigos, que me anunciaban el final de la Noche de Difuntos. El mar había borrado las profundas y mastodónticas huellas de Pi, que ahora parecían nerviosos arañazos de gaviotas sobre la arena. Todo había acabado y allí estábamos todos, casi sin comprender lo que había ocurrido. La Noche Mágica de Difuntos había ejercido su influjo, desatando viejos fantasmas del pasado. Pero, todo nuestro universo, el de las pequeñas cosas compartidas amorosamente, volvió a su equilibrio. Las Entidades Amorfas no pudieron tomar forma, a pesar de las invocaciones de Mestre Pi; porque cada uno de nosotros empezamos a evocar una magia mucho más potente, la magia esencial de la razón, de las matemáticas y la geometría, la magia incuestionable de los números, la combinación que abría la Caja Fuerte, donde se guardaba el Gran Talismán. Todo parecía estar perdido, pero en un momento de suprema fuerza y unión, unimos nuestras manos, nos miramos a los ojos y repetimos la letanía que nos habían enseñado en la escuela

- Pi: Tres, Catorce, Dieciséis.

© Cyrus Llanfer

 

 

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Poemario de Difuntos 2004

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