Pelayo entró en el claro justo cuando amanecía. Y nada más ver a la joven atada a uno de los árboles se le iluminó el rostro. Aquello si que era suerte, la había encontrado a la primera, y no tendría que luchar contra el dragón. La princesa estaba dormida. Pelayo se acercó sin hacer ruido. De cerca era aún más hermosa que de lejos, y Pelayo se sorprendió observándola embobado. Era realmente una princesa peculiar: De largo y abundante pelo oscuro, piel más bien bronceada... nada de rubias angelicales con olor a rosas. Claro que, ¿quién huele a rosas tras haber pasado una noche en el bosque? Entonces se le ocurrió que tal vez la princesa estuviese muerta, y todo aquello fuera una trampa. Pero no, su pecho subía y bajaba al ritmo de la respiración. Pelayo observó durante algo más de tiempo el subir y bajar del pecho de la princesa, para cerciorarse de que estaba realmente viva. Luego la despertó.
-Majestad, vengo a salvaros. La princesa se removió en sus ataduras, sin despertarse. Pelayo decidió desatarla. Cortó las cuerdas que la mantenían prisionera con un cuchillo, ya que no había logrado encontrar su espada, y la princesa se deslizó suavemente hacia delante, libre de su sujección. Pelayo la sujetó entre sus brazos, para evitar que cayera de bruces al suelo. En ese momento Alia se despertó.
- ¿Quién... ? ¡Quiere hacer el favor de quitarme las manos de encima! ¡Pero qué se ha creído! –Exclamó ella, desembarazándose de los brazos que la mantenían sujeta. Una vez estuvo a una distancia prudencial de Pelayo, colocó los brazos en jarras y miró al caballero.
- Majestad, yo solo... yo venía a salvaros...
-Te equivocas. Yo no soy la princesa. Has llegado tarde, ¿sabes?. A la princesa se la llevó el dragón.
-¿Perdón?
Alia puso los ojos en blanco y suspiró. Mira que llega a haber idiotas en este mundo. Pero no tenía demasiado tiempo, así que le explicó al caballero toda la historia. Cuando terminó, miró fijamente a Pelayo (vaya nombre más ridículo para un caballero, pensó) y le dijo con seriedad:
-Debes matar al dragón para recuperar a la princesa.
Esperaba que el caballero le respondiera a su vez con seriedad y decisión, pero lo que hizo fue enrojecer, encogerse de hombros y decir:
-Es que... he perdido mi espada. Y mi caballo además. Me había secuestrado una bruja que tenía la intención de com...
-¿Y ahora que haremos?- sollozó Alia. Se dejó caer al suelo y escondió la cabeza entre las manos. A Pelayo se le hizo un nudo en la garganta: no podía soportar ver llorar a una mujer, se ponía incomprensiblemente nervioso. Se acercó a la joven para consolarla, pero, de pronto, ésta dio un salto y se puso de pie, mirándole con ojos brillantes y una sonrisa en el rostro.- ¡Ya está! – Exclamó - Hay una antigua leyenda que explica que en esta montaña hay una cueva donde se encuentra escondida la espada Legendaria del Héroe, esperando a que ALGUIEN la encuentre y la utilice para hacer el bien.
-¿Cómo? Yo creía que lo de las espadas mágicas era todo mentira. Bueno, llevo más de diez años ejerciendo y créeme, jamás he visto ninguna.
-¿Ah no? Pues estoy completamente segura de que en esta montaña – dijo Alia, señalando el pico que sobresalía de las copas de los árboles – hay una espada mágica. Tiene que haberla. Y no podemos dejar sola a la princesa.
-¿Y si llegamos y ya se la ha comido?. No sé, sería un poco embarazoso hacer todo el viaje para nada. Además, tardaremos muchísimo en encontrarla si vamos a pie. Posiblemente ya se la haya comido.
-Entonces deberías matar al monstruo para librar a nuestro reino de la amenaza. Eso es lo que se supone que hacen los héroes.
- Oh claro.
Justo cuando Pelayo estaba estudiando la opción de echar a correr y escapar de esa loca, se oyó un suave relincho tras de él. Se giró y, efectivamente, allí detrás había un caballo: su caballo.
- ¡Viento! Creí que te había perdido. – Exclamó, abrazándose a su caballo. Alia se le acercó por detrás. Viento soltó un relincho. Si hubiera sido humano, el relincho habría sido un silbido que debía significar algo así como “¡Vaya, como te lo montas en mi ausencia, amigo!” Pelayo miró de nuevo fijamente a Viento, mientras pensaba: “Tú siempre tan oportuno”
- Ahora si que podremos encontrar la cueva y llegar a tiempo. – Dijo Alia, con ese tono de voz que significa “ Ahora ya no tienes excusas “
- De acuerdo – aceptó Pelayo, de mala gana. Subió de un salto al caballo, y alargó la mano para ayudar a Alia a subir detrás de él. – Sujétate, si queremos llegar a tiempo hay que correr un poco – Alia pasó los brazos alrededor de la cintura de Pelayo, y a éste se le puso la piel de gallina. Iba a ser un viaje muy largo.
Este relato pertenece a Leticia Jiménez Marín y no puede ser usado sin su consentimiento.
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