La niebla había desaparecido totalmente y ahora se encontraba en una especie de habitación de unos 30 metros cuadrados, en forma de cubo. Las paredes, así como el techo y el suelo, tenían una superficie suave y plateada, y muy consistente, como pudo comprobar el muchacho mediante una serie de golpes. La habitación estaba iluminada, a pesar de la ausencia de cualquier fuente de luz, y dentro sólo se encontraba el muchacho. No había ningún tipo de mueble u objeto. Ya no le perseguía nadie ni nada, ni se oían gritos o susurros. Tampoco había puertas o ventanas, por lo que parecía estar encerrado. Entonces regresó la voz. La voz dulce y grave que le había estado guiando: -Elige un color y tira el dado. La locura estaba a punto de estallar en el muchacho. Las últimas horas estaban siendo completamente indescriptibles y espeluznantemente ilógicas. Observó que a sus pies había un dado, un pequeño cubo del tamaño de una manzana, con las caras pintadas de colores: rojo, verde, azul, blanco, negro y amarillo. Lo cogió y pensó que se encontraba en una versión macabra de “El dado de colores”, que tanto dinero le había aportado. Era una versión deformada del dado que se usaba en el juego; era algo más tosco y pesado, y muy desagradable al tacto. Una sonrisa se asomó a su rostro, así como la locura se le asomaba a la mente. -Elige un color y tira el dado -repitió la voz grave. -¿Por qué? -preguntó el muchacho, jugueteando nervioso con el dado. Pero la voz había vuelto a callar. El muchacho repitió la pregunta, lleno de furia y desconcierto, y esta vez si obtuvo respuesta: -Si aciertas, vivirás. -¿Y si fallo? Silencio. Absoluto silencio. -¿¡Y si fallo!? -repitió el muchacho, ya casi desquiciado. Silencio. La voz grave ya no contestaba, pero el muchacho ya se imaginaba la respuesta. Agachó la cabeza y cerró los ojos con fuerza. Gritó ¡¡¡Verde!!! y tiró el dado. No le dio más vueltas a la decisión. Estaba cansado y quería que todo aquello acabase cuanto antes, de una forma u otra. Tras unos breves giros, el dado se detuvo. La cara superior era verde. -Has tenido suerte -dijo inmediatamente la voz grave-. Vivirás. El muchacho quería preguntarle quién era, ¿Dios?, ¿el Demonio?; quería saber dónde estaba, qué había ocurrido. Tenía muchas preguntas sin respuesta, pero no tuvo tiempo para preguntar. Súbitamente, se desmayó.
(continuará)
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