-Despierte, por favor, ya hemos llegado. -¿Quién coño eres? -gritó el muchacho. -Soy una auxiliar de vuelo. Por favor, no grite, ya hemos llegado. Debe bajar del avión. El muchacho, desconcertado, miraba a todos los lados. Estaba en un avión. ¡En su avión! El avión que había cogido... ¿cuánto tiempo hacía de eso? Tenía la sensación de que había ocurrido en otra vida. Delante de él, una hermosa chica le miraba con curiosidad, como si fuera un bicho raro. Poco a poco el muchacho fue volviendo a la razón. Por lo visto, se había pasado todo el viaje durmiendo y, sin duda, había tenido una extraña y horrible pesadilla. Aunque la sensación que tenía era de que todo había sido muy real. Aún estaba asustado, y le costaba pensar con claridad. Su ropa estaba limpia y seca, aunque desprendía un extraño olor. Se sentía muy cansado y notaba el pegajoso sudor por todo el cuerpo. -Lo siento, yo... -dijo el muchacho, desabrochándose el cinturón de seguridad. Cogió sus cosas y se dirigió hacia la salida. Era el último viajero en abandonar el avión. -Espere un momento -dijo un hombre, a su espalda. El muchacho se giró. La voz le resultaba vagamente familiar, pero era la primera vez que veía a ese hombre. Era el piloto del avión. -Se ha dejado algo -le dijo, y le dio una pequeña bolsa de plástico. -No,... se equivoca,... esto no es mío -contestó el muchacho, titubeante. -Oh, sí. Sí que lo es -respondió el piloto, mostrando una amplia sonrisa-. Se lo ha ganado con creces. El muchacho, sorprendido y extrañado, cogió la bolsa y se dirigió al exterior, sin mirar el contenido. Le temblaba el pulso y quería salir de allí cuanto antes. Una sensación de estar siendo observado le estaba poniendo muy nervioso. -Adiós -dijo, justo antes de abandonar el avión. -Adiós no; hasta la vista -contestó el sonriente piloto.- Estoy seguro de que nos veremos muy pronto. El muchacho le miró extrañado. ¿Qué había querido decir con eso? Y el caso es que la voz le era conocida, aunque no tenía ninguna duda de que era la primera vez que le veía. Supuso que mientras dormía durante el viaje, el piloto habría hablado a los pasajeros, y ahora su subconsciente reconocía aquella voz. Sonrió nerviosamente y siguió su camino con rapidez, sintiendo una gran agitación en su corazón. Quería alejarse de allí lo antes posible. Aún se sentía descolocado y angustiado. Rápidamente, recogió su equipaje y salió del aeropuerto volando. Apenas se detenía a pensar. Simplemente, quería huir de allí. Al poco rato, llamó a un taxi, se subió en él, e intentó calmarse. En poco más de media hora, podría disfrutar de un relajante baño en un lujoso hotel. Al poco rato de estar viajando en taxi, se dio cuenta de que no había comprobado el contenido de la bolsa que le había entregado el piloto. No sin recelo, la abrió y miró lo que contenía. En su interior había un pequeño cubo con las caras pintadas de diferentes colores: rojo, verde, azul, blanco, negro y amarillo. Al principio pensó que era uno de los dados que se usaban en “El dado de colores”; tal vez el piloto lo había reconocido y le había intentado gastar una especie de broma, pero enseguida se dio cuenta de que era diferente. No era uno de sus dados, sino el dado que había utilizado en la pesadilla. No había ninguna duda al respecto, lo recordaba perfectamente. Lo cogió, a pesar de las náuseas que le provocaba el simple hecho de tocarlo. El dado estaba sucio, tenía manchas rojizas, sin duda de sangre, y en la cara de color verde había algo escrito, también con sangre. Ponía:
Hasta la próxima partida.
El muchacho estaba a punto de volverse loco. No sabía si gritar, llorar o reír. Le pidió al taxista que parase, pero éste aceleró, cogiendo una velocidad vertiginosa, y comenzó a girar la cabeza hacia atrás, lentamente. El muchacho vio que la cara del taxista era la misma que la del piloto del avión, y que su sonrisa era cada vez más amplia y macabra. El muchacho estaba paralizado en su asiento, balbuceando, y muerto de miedo. El taxista seguía mirando hacia atrás, observándole, aunque era capaz de tomar las curvas sin problemas. De una forma obscena, guiñó un ojo al muchacho y exclamó: -¿Preparado para otra partida?
FIN
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