Grupo Editorial AJEC nos ofrece el adelando de la primera novela editada dentro de la colección “Uroboros Juvenil”
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Ficha Técnica: Título: Hexwood Autor: Diana Wynne Jones Título Original: Hexwood (1993) Traductor: Fernando Moreiras Portada: Alejandro Terán Precio: 18,95 euros Páginas: 280 ISBN: 84-96013-21-9
1*
La carta estaba escrita en alfabeto terrestre, con desmañados trazos de bolígrafo de tinta azul emborronada, y decía:
Granja Hexwood Martes 4 de marzo de 1992
Estimado Controlador de Sector: Hemos pensado que sería mejor enviar la carta directamente en Regional. Tenemos un problema de los buenos. Un empleado atolondrado, que se hase llamar Harrison Scudamore, va y pone en marcha una de las máquinas viejas, la que tiene todos esos sellos de los Líderes, y dice que lo ha hecho anulando la seguridad de los ordenadores. Le decimos un par de cosas sobre eso, pasa y dice que estaba aburrido, que sólo quería hacer el mejor equipo de fútbol de todos los tiempos, con el Rey Arturo de portero, Julio César de delantero, Napoleón de centrocampista... El caso es que el equipo es real, ha descubierto que la máquina puede crearlo, y lo ha creado. El problema es que no tenemos las herramientas ni la formación para apagar la cosa esta, ni tampoco sabemos de dónde saca la energía, tiene un campo increíble y no nos deja salir de él. Le agradeceríamos mucho que nos enviase un operativo cualificado a la mayor brevedad. Atentamente, W. Madden Capataz de Leader Hexwood Mantenimiento (División europea) P.D.: Dice que lleva funcionando más de un mes.
El Controlador de Sector Borasus miró detenidamente la carta, preguntándose si se trataría de una broma. W. Madden no sabía lo suficiente sobre la Organización de los Líderes como para enviar esa carta a través de los canales adecuados. Sólo el hecho de haber escrito la palabra «¡¡¡URGENTE!!!» en el pequeño sobre marrón pudo haber sido la causa de que llegase hasta la oficina principal del Sector de Albión. Tenía sellos de las sucursales intermedias por todas partes, y debía llevar circulando al menos dos semanas. El Controlador Borasus se estremeció. «¡Una máquina con sellos de los Líderes!». Si no era una broma, probablemente se tratase de muy malas noticias. —Seguro que alguien cree que esto es gracioso —le dijo a su secretario—. ¿No tienen en la Tierra algo llamado Día de los Inocentes? —Diciembre fue hace ya tiempo —señaló el secretario con recelo—. Recuerde, señor, que mañana es veinte de marzo y está citado para asistir a la conferencia americana. —Puede que el bromista la enviase con retraso —dijo el Controlador Borasus con esperanza. Siendo como era un creyente devoto del Divino Equilibrio, mantenido a perpetuidad por los Líderes, y siendo además el mismísimo vicario de los Líderes en Albión, albergaba la profunda convicción de que nada podía ir verdaderamente mal. —¿Qué es esa Granja Hexwood que dice aquí? Como siempre, su secretario tenía todos los datos: —Un complejo bibliotecario y de referencia —respondió— oculto en una urbanización residencial no muy lejos de Londres. En mi pantalla aparece como una de nuestras instalaciones más antiguas. Lleva allí sus buenos doce siglos, y nunca antes habían surgido problemas allí, señor. El Controlador Borasus suspiró aliviado. Las bibliotecas no eran lugares peligrosos, tenía que ser una broma. —Póngame con ellos de inmediato. El secretario consultó los códigos y tecleó los símbolos adecuados. La pantalla del Controlador se iluminó y quedó salpicada por infinidad de luces que se expandían, de forma similar a lo que se ve al apretar los ojos con los dedos. —¿Qué es eso? —preguntó el Controlador. —No lo sé, señor, volveré a intentarlo—. El secretario canceló la llamada y tecleó el código de nuevo, pero sólo logró que por la pantalla se discurriese un nuevo flujo de luces en expansión. Volvió a intentarlo por tercera vez, y en esa ocasión unos anillos de colores comenzaron a extenderse fuera de la pantalla y a ondular pausadamente hacia el exterior atravesando los paneles de las paredes de la oficina. El Controlador Borasus se inclinó hacia adelante y cortó la conexión con rapidez. Las ondas se extendieron un poco más, para a continuación ir apagándose. Al Controlador no le gustaba nada cómo pintaba todo aquello. Con la creciente y fría certeza de que en realidad no todo estaba bien, aguardó a que la pantalla y la pared volviesen a la normalidad y ordenó: —Póngame con la Oficina Principal de la Tierra—. Notó que su voz sonaba una octava más alta de lo normal, así que carraspeó y añadió—: Con Runcorn, o como quiera que se llame ese sitio. Dígales que quiero una explicación de inmediato. Quedó muy aliviado al comprobar que todo parecía bastante normal esa vez. La imagen de Runcorn que apareció en pantalla era exactamente tal y como debía ser: un ejecutivo júnior con el pelo muy bien arreglado y un traje elegante, y que parecía muy sorprendido de ver el rostro estrecho y augusto del Controlador de Sector mirándole fijamente desde la pantalla Quedó aún mucho más sorprendido cuando el Controlador pidió hablar con el Director de Área al momento. —Por supuesto, Controlador. Creo que Sir John acaba de llegar. Le paso con... —Antes de eso —le interrumpió el Controlador Borasus— dígame qué sabe de Granja Hexwood. —¡Granja Hexwood! —el ejecutivo júnior estaba perplejo—. Esto... ¿se refiere a uno de nuestros centros de recuperación de información, Controlador? Creo que uno de ellos se llama así, o algo parecido. —¿Conoce a un capataz de Mantenimiento llamado W. Madden?— preguntó el Controlador. —Personalmente no, Controlador —dijo el ejecutivo júnior. Estaba claro que si cualquiera otro le hubiese formulado esa pregunta, el ejecutivo se habría mostrado desdeñoso con toda seguridad, pero en ese caso dijo con cautela—: Mantenimiento, un espléndido cuerpo. Hacen un trabajo excelente, se ocupan de toda la maquinaria y de los suministros en otros mundos, pero tenga en cuenta, señor Controlador, que entro al trabajo varias horas después de que... —Póngame con Sir John —suspiró el Controlador. Sir John Bedford estaba tan sorprendido como su subalterno. Y en cuanto el Controlador Borasus le formuló unas pocas preguntas, el terror comenzó a aparecer lentamente en el saludable rostro de empresario de Sir John. —No se considera que Granja Hexwood sea muy importante —dijo con inquietud— allí sólo hay archivos y registros históricos. Bien es cierto que ello implica que allí se custodie un número de documentos clasificados, entre ellos los primeros informes sobre los motivos para mantener la Organización de los Líderes en secreto aquí en la Tierra, los datos sobre la llegada de la población terráquea hasta aquí en calidad de presos deportados y rebeldes exiliados, y cosas así. Creo que también hay una cierta cantidad de máquinas obsoletas allí almacenadas, pero no me imagino cómo un empleado puede haber podido manejar una. Hemos investigado a ese empleado concreto y no es gran cosa, sólo se le ha proporcionado una información de Nivel K... —¿Y qué quiere decir Nivel K? —preguntó el Controlador Borasus. —Significa que se le ha dicho que Leader Hexwood International es una compañía intergaláctica —explicó Sir John— pero eso debería ser todo. Probablemente sepa menos que los de Mantenimiento, que también tienen Nivel K. En Mantenimiento van enterándose de alguna que otra cosilla en el transcurso de sus tareas, es algo inevitable, ya que visitan todas las instalaciones secretas una vez al mes para verificar que todo está en funcionamiento y para aprovisionar de alimentos las cámaras estat. Sospecho que algunos de ellos saben bastante más de lo que se les ha contado, pero se ha verificado cuidadosamente su lealtad. Ninguno de ellos gastaría una broma como esa. El Controlador Borasus estimó que Sir John estaba intentando echar balones fuera... justo lo que se podía esperar de la gente de un rincón tan atrasado como la Tierra. —¿Entonces cuál cree que es la explicación? —Ojalá lo supiera —dijo el Director de la Tierra—. Es curioso, tengo dos quejas de esta mañana sobre mi mesa. Una es de un ejecutivo de Leader Hexwood Japón, que dice que Granja Hexwood no responde a sus repetidas solicitudes de datos. La otra es de nuestra sucursal en Bruselas, que espera saber por qué Mantenimiento aún no ha pasado a revisar su central energética—. Miró fijamente al Controlador, quien le devolvió la mirada. Ambos parecían estar esperando a que el otro se explicase—. Ese capataz debería haberme informado— dijo por fin Sir John, con un tono ciertamente acusador. En Controlador Borasus suspiró: —¿Pero qué es esta máquina sellada que al parecer estaba guardada en su centro de recuperación de datos? A Sir John le llevó cinco minutos descubrirlo. «¡Menudo mundo de vagos!», pensó el Controlador, que mientras esperaba tamborileaba con los dedos sobre el borde de la consola. Su secretario se quedó sentado, sin atreverse a ponerse con ningún otro asunto. Finalmente, Sir John volvió a aparecer en pantalla: —Siento mucho haber tardado tanto, todo lo que tiene sellos de los Líderes está protegido bajo un código de alta seguridad. Resulta que hay cuarenta máquinas antiguas almacenadas en esa biblioteca, y esta en concreto figura en la lista simplemente como «Un Bannus», Controlador. Eso es todo lo que dice, pero tiene que ser esa, el resto de las máquinas con sellos de los Líderes son tumbas estat. Supongo que tendrán más datos sobre ese Bannus en los archivos de Albión, Controlador, y usted dispone de un código de seguridad mayor que... —Muchas gracias —dijo el Controlador Borasus con brusquedad. Cortó la conexión y se dirigió a su secretario—. Descúbralo, Giraldus. El secretario ya estaba en ello. Sus dedos volaban, y subvocalizaba códigos y directivas en un flujo continuo. Los símbolos se sucedían, desaparecían, parpadeaban, saltaban de una pantalla a otra donde se fundían con otros símbolos y saltaban de vuelta para acceder a la pantalla principal desde cuatro direcciones a la vez. Tras sólo un minuto, Giraldus dijo: —Aquí también está clasificado como de máxima seguridad, señor. El código de su Llave aparecerá en su pantalla... ahora. «Gracias al Equilibrio, un poco de eficiencia», musitó el Controlador. Tomó la Llave que llevaba al cuello, colgada de la cadena oficial de Controlador, y la insertó en una ranura poco usada que había en un lateral de su consola. La señal del código desapareció de la pantalla para ser reemplazada por palabras. El secretario no las miró, por supuesto, pero pudo ver que en la pantalla sólo habían aparecido un par de líneas, y que el Controlador reaccionó con bastante consternación. —No es que sea de mucha ayuda —murmuró Borasus, acercándose a la pantalla y contrastando la línea de símbolos que aparecía tras las palabras con el manual que tenía en una pantalla más pequeña—. Hmmm. Giraldus —le dijo a su secretario. —¿Sí, señor? —Esto es algo imprescindible de saber, y ya que mañana voy a estar ausente va a ser mejor que se lo explique. Ese tal W. Madden parece saber de qué está hablando. Un Bannus es alguna clase de sistema de toma de decisiones arcaico que utiliza un campo thetaespacial para proporcionar escenarios de acción real sobre cualquier conjunto de hechos y personas que se le introduzcan en memoria. Representa pequeñas obras teatrales hasta que el usuario encuentra la adecuada y le ordena que pare. Giraldus rió: —¿Quiere decir que ese empleado y el equipo de Mantenimiento llevan todo un mes jugando al fútbol? —No es cosa de risa —el controlador Borasus sacó nerviosamente la Llave de la ranura—. El segundo símbolo del código es el de extremo peligro. —Oh —Giraldus dejó de reír—. Pero señor, creía que el thetaespacio... —...¿Era tan sólo uno de los nuevos juguetitos de los mundos centrales?—. El Controlador terminó la frase por él—. Yo pensaba lo mismo, pero parece que alguien ya lo conocía hace tiempo—. Sintió un leve estremecimiento—. Si no recuerdo mal, el peligro del thetaespacio es que puede expandirse de forma indefinida si no se controla. Y yo soy el Controlador— añadió con una risa nerviosa—. Y tengo la Llave—. Bajó la vista hacia la Llave que llevaba colgada la cadena—. Es posible que la Llave sirva para esto—. Recobró la compostura y se puso en pie—. Está claro que no tiene sentido confiar en el idiota de Bedford. Va a ser algo extremadamente inconveniente, pero será mejor que me acerque a la Tierra ahora mismo y apague esa maldita máquina. Haga el favor de notificárselo a América, dígales que cogeré el avión en Londres al volver de Hexwood. —Sí, señor —Giraldus tomó notas mientras murmuraba—: Atuendo oficial, billetes de avión, pasaporte, documentación terrestre estándar... ¿Por qué me lo ha contado, señor?— preguntó mientras se daba la vuelta para conmutar unos interruptores—. ¿Para que les diga que ha ido a ocuparse de una máquina clasificada y que puede llegar al congreso con algo de retraso? —¡No, en absoluto! —dijo Borasus—. No se lo diga a nadie, invéntese cualquier otra excusa. Necesita saberlo por si Mundonatal se pusiese en contacto con usted durante mi ausencia. El primer símbolo significa que tengo que enviar un informe de máxima prioridad a la Casa del Equilibrio. Giraldus era un hombre pálido y narigudo, pero esta revelación le hizo adquirir un curioso tono amarillento. —¿A los Líderes? —susurró con aspecto buitre alarmado. El Controlador Borasus se percató de que se estaba aferrando a la Llave como si fuera su tabla de salvación: —Sí —dijo intentando transmitir firmeza y confianza en sí mismo— cualquier cosa que tenga ver con esta máquina tiene que llegar directamente hasta los mismísimos Líderes. No se preocupe, es imposible que nadie le culpe de nada. «Pero sí que pueden culparme a mí», pensó Borasus mientras utilizaba la Llave para activar el enlace privado de emergencia con Mundonatal, un enlace que ningún Controlador de Sector utilizaba si podía evitarlo. «Sea lo que sea, ha ocurrido en mi Sector». La pantalla de emergencia parpadeó y se iluminó con el símbolo del Equilibrio, lo que indicaba que el informe ya estaba en camino hacia el corazón de la galaxia, hacia ese mundo casi legendario que se suponía era el mundo natal de la raza humana, un mundo del que se decía que hasta sus habitantes más corrientes gozaban de dones que los habitantes de los mundos coloniales apenas podían imaginar. Ya no estaba en sus manos. Se apartó de la consola tragando saliva. Se suponía que había cinco Líderes, y Borasus albergaba unos pensamientos preocupantes y contradictorios sobre ellos. Por una parte, creía de un modo rayano en el misticismo en estos cinco seres distantes que controlaban el Equilibrio e infundían orden en la Organización. Pero por otra parte, como solía decir con sequedad a los miembros de la Organización que dudaban de la existencia de los Líderes, tenía que haber alguien a los mandos de un conglomerado tan vasto, y tanto si eran cinco como si eran más o menos, a estos Altos Controladores no les gustaban las pifias, y deseaba con toda su alma que este asunto del Bannus no les pareciese una pifia. Eso sí, en lo que no creía categóricamente -o eso se decía a sí mismo- era en todas esas historias sobre el Siervo de los Líderes. Se decía que cuando los Líderes estaban disgustados tenían propensión a enviar a su Siervo, que tenía una calavera por rostro, siempre vestía de escarlata y llegaba en silencio desde las estrellas para encargarse del culpable. Se decía que podía matar con un simple toque de su gélido dedo, e incluso a distancia con el mero poder de su mente. Ocultar tu falta no servía de nada, ya que el Siervo podía leer las mentes, y por muy lejos que huyeses y por muchas barreras que interpusieses entre el Siervo y tú, él podía detectarte y aproximarse sigilosamente superando cualquier obstáculo que pusieses en su camino. No podías matarle porque desviaba todas las armas, y nunca se apartaría de una misión que le hubiesen encomendado los Líderes. No, el Controlador Borasus no creía en el Siervo, aunque tenía que admitir que en la Oficina Principal de Albión recibían con bastante frecuencia concisos informes que anunciaban que el ejecutivo tal o el subcónsul cual había abandonado la Organización. No, esos informes eran algo distinto. El Siervo era tan sólo una leyenda. «Pero me va a tocar pagar el pato», pensó Borasus mientras se aprestaba a preparar su partida a la Tierra, y sintió un escalofrío, como si una sombra de color rojo sangre y con pies esqueléticos hubiese caminado sigilosamente sobre su tumba.
2
El muchacho caminaba por un bosque hermoso, abierto y soleado. Todas las hojas eran pequeñas y de color verde claro, apenas unos brotes. Avanzaba por un camino embarrado que estaba rodeado de hierba densa, hojas y arbustos. Y eso era todo lo que sabía. Se fijó en un arbolito cubierto de etéreas flores de color rosa que había más adelante. Luego miró más allá, y aunque todos los árboles eran bastante pequeños y la vegetación parecía poco espesa, lo único que podía ver era bosque en todas direcciones. No sabía dónde se encontraba, y luego se dio cuenta de que no sabía qué otra clase de lugares podrían existir. Tampoco sabía cómo había llegado al bosque en primer lugar. Y, después de eso, cayó en la cuenta de que no sabía quién era, o qué era, ni por qué estaba allí. Se miró a sí mismo. Parecía bastante pequeño, incluso más pequeño de lo que esperaba, y estaba delgaducho. Por lo que pudo ver, llevaba ropas de un desvaído color azul violáceo. Se preguntó de qué estaría hecha su ropa, y qué era lo que mantenía sujetos los zapatos. —Hay algo que no cuadra en este bosque —dijo— va a ser mejor que dé la vuelta e intente encontrar la salida. Dio la vuelta por el camino embarrado, y la luz del sol creó un reflejo plateado en la otra dirección. El verde de las hojas se reflejaba de forma absurda sobre la piel de una criatura alta, plateada y con forma humanoide que caminaba pausadamente hacia él. Pero no se trataba de un ser humano: su cara era plateada, al igual que sus manos, y eso no cuadraba. El muchacho echó un rápido vistazo a sus propias manos para asegurarse, y vio que eran de un color blanco amarronado. Se trataba de alguna clase de monstruo. Por fortuna, había una rama cubierta de verdes hojas entre él y los ojos rojizos del monstruo, que al parecer no le había visto aún. El muchacho giró en redondo y avanzó en silencio y con cuidado de vuelta por donde había venido. Corrió deprisa hasta perder de vista aquella cosa plateada, y luego se detuvo jadeando junto a una maraña de brezo seco e hierba blancuzca, preguntándose qué sería lo mejor que podía hacer. La criatura plateada caminaba pesadamente, y era probable que necesitase del camino marcado para avanzar. Por tanto, la mejor idea era salir del camino: así, si intentaba perseguirle, se enredaría sus pesados pies. Salió del camino y se internó entre la hierba seca, provocando una cantidad considerable de crujidos al pisar. Permaneció quieto, cauteloso, cubierto hasta los tobillos de materia muerta, escuchando los crujidos que se oían por toda la zona. «¡No, es algo peor!», pensó el muchacho. Algunas zarzas secas próximas al centro de ese terreno estaban alzándose. Una cabeza escamosa, alargada y de un color marrón claro estaba emergiendo, deslizándose entre ellas. Una pata escamosa con largas garras avanzó pisando la hierba a un lado de la cabeza, y al otro lado de la misma apareció otra pata. La cosa se movía con calma y determinación hacia él. El muchacho pudo ver el cuerpo del ser (¿Sería un cocodrilo? ¿O tal vez un dragón?), que tendría unos siete metros de largo y se arrastraba a través de la pálida hierba tras la escamosa cabeza. Dos ojillos situados cerca de la parte superior de la cabeza se clavaron sobre él. El ser abrió la boca, cuyo interior era negro y estaba repleto de dientes, y de la cual salía un apestoso aliento. El muchacho no se paró a pensar. A sus pies había una rama seca cubierta de maleza y semienterrada entre la hierba. Se agachó y tiró de ella con fuerza, y al arrancarla arrastró algunas raíces. La rama se caía a trozos y olía a hongos. La introdujo en la boca abierta del animal, que intentó cerrar sus fauces sobre ella pero sólo pudo lograrlo a medias. El muchacho dio la vuelta y corrió a más no poder. No tenía ni idea de adónde se dirigía, sólo sabía que debía poner mucho cuidado en seguir el camino embarrado. Tomó una curva a toda velocidad y se dio de bruces contra la criatura plateada, produciendo un sonido metálico. La criatura se balanceó y extendió una mano plateada para apartarle. —¡Cuidado! —dijo con una voz potente y átona. —¡Por ahí detrás viene arrastrándose una cosa con una bocaza enorme! —dijo el muchacho frenético. —¿Todavía? —preguntó la criatura plateada—. Debería estar muerto. Aunque, visto que eres bastante joven en este momento, puede que aún tengamos que matarle. El muchacho no entendía nada. Dio un paso atrás y contempló a aquel ser plateado. Parecía estar hecho de un metal maleable sobre una estructura con forma humana. Podía apreciar que el metal cobraba relieve cuando la criatura se movía, como si tuviera cables en flexión y extensión. Su cara estaba construida de la misma forma, y parecía tensarse al hablar... salvo los ojos rojizos, que permanecían fijos. Su voz semejaba provenir de un orificio que tenía bajo la barbilla. Al mirarlo con más atención, pudo comprobar que no era totalmente plateado, había puntos en que la piel metálica estaba reparada, y estos arreglos estaban disimulados con largas tiras blancas y negras dispuestas a lo largo de las piernas plateadas, alrededor de la cintura plateada y por la parte exterior de sus relucientes brazos. —¿Qué eres? —preguntó el muchacho. —Soy Yam —dijo el ser— uno de los primeros robots de Yamaha, de la serie nueve, los mejores que se hayan fabricado nunca— añadió con un toque de orgullo en su voz átona—. Valgo mucho —hizo una pausa y añadió—. Si no sabías eso, ¿qué más cosas desconoces? —No sé nada —dijo el muchacho—. ¿Y qué soy yo? —Tú eres Hume —dijo Yam— que es una abreviatura de «humano», que es lo que eres. —Oh —dijo el muchacho. Descubrió que, si se movía un poco, podía verse reflejado en la brillante parte frontal del robot. Su pelo era más o menos claro, más o menos largo, y parecía moverse con ligereza y entusiasmo. Llevaba una ropa azul violácea bastante ajustada a su delgado cuerpo que le cubría desde el cuello hasta los tobillos, y tenía un bolsillo en cada manga pero ninguna marca. «Hume», pensó. No estaba seguro de que ese fuese su nombre. Y deseaba que su cara no fuese como el reflejo que podía ver en la curvada parte frontal del robot. ¿O sería que las mejillas de la gente sobresalían de verdad de aquella forma? Alzó la vista hacia el rostro plateado de Yam. El robot debía medir unos 60 centímetros más que él. —¿Cómo lo sabes? —Dispongo de un cerebro revolucionario, y eso que mi memoria aún no está llena —respondió Yam—. Por eso dejaron de fabricar mi serie, durábamos demasiado... —Sí, pero... —dijo Hume (al menos así creía llamarse el muchacho)— lo que quería... —Tenemos que salir de esta parte del bosque —dijo Yam—. Si el reptil está vivo, estamos en un momento erróneo y tenemos que probar otra vez. Hume pensó que era buena idea. No quería estar para nada cerca de la cosa escamosa de la boca grande. Yam giró en redondo sobre su eje y comenzó a caminar a zancadas de regreso por el camino. Hume apuró el paso para seguirle el ritmo. —¿Qué es lo que tenemos que probar otra vez?—preguntó Hume. —Encontrar otro camino —dijo Yam. —¿Y por qué estamos juntos? —preguntó Hume, intentando comprender algo—. ¿Nos conocemos? ¿Te pertenezco o algo así? —Estrictamente hablando, son los humanos quienes poseen a los robots —dijo Yam—. Pero esas son preguntas de difícil respuesta. Nunca has pagado nada por mí, pero estoy programado para no abandonarte, lo que me hace pensar que necesitas ayuda. Hume pasó al trote cerca de un matorral cuajado de aquellas etéreas flores de color rosa, que se reflejaban vertiginosamente sobre todo el cuerpo de Yam. Hume volvió a preguntar: —¿Nos conocemos? ¿Nos hemos encontrado antes? —Muchas veces —dijo Yam. Era una respuesta alentadora, pero lo era todavía más que el camino se bifurcase tras los árboles de color rosa. Yam se detuvo de forma tan repentina que Hume pasó de largo, y tuvo que mirar hacia atrás para ver que Yam señalaba con un dedo plateado hacia el camino de la izquierda. —Este bosque es como la memoria humana —le dijo Yam— no necesita que los hechos ocurran en el orden correcto. ¿Quieres que nos desplacemos a un momento anterior y empecemos desde allí? —¿Así entendería más cosas? —Quizá —dijo Yam— puede que incluso los dos entendiésemos más cosas. —Entonces merece la pena intentarlo —afirmó Hume. Y ambos se encaminaron juntos hacia la desviación de la izquierda.
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