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El Diablo Que Ya Conoces

Advance Dreamers


Dolmen Ediciones publica la primera entrega de la serie de novelas protagonizadas por Felix Castor, un exorcista freelance creado por Mike Carey, guionista de títulos como X-Men o Los 4 Fantásticos

imagen de El Diablo Que Ya Conoces

Felix Castor es un exorcista freelance y Londres es su territorio. En una época en que el mundo sobrenatural se está agitando y desbordando sobre la realidad mundana de los vivos, sus habilidades están muy solicitadas. Un buen exorcista no puede cobrar lo que quiera –y disfrutar a lo grande de ese modo de vida- pero hay un riesgo: antes o después es probable que se enfrente a un espíritu demasiado fuerte para él. Entonces se acaba el juego.Añadir Anotación

Después de un periodo “retirado” tras un encuentro al que apenas sobrevivió, viejas deudas le hacen regresar , y acepta lo que aparentemente es un simple exorcismo. El problema es que, lo que debería haber sido un trabajo perfectamente sencillo se convierte rápidamente en el “Show de Quién Mata Antes a Castor”, con demonios, hombres-bestia y fantasmas haciendo cola para reclamar el gran premio.Añadir Anotación

Pero eso está bien; Felix Castor sabe como tratar con los muertos. Son los vivos los que le joden…

Título: El Diablo que Ya Conoces
Autor: Mike Carey
Editorial: Dolmen
Formato: Tapa dura con sobrecubierta. 420 págs.
Precio: 20 €

I
Habitualmente llevo puesto un abrigo del ejército zarista, del tipo que algunos llaman paletó, con bolsillos cosidos ex profeso para mi flautín irlandés, mi libreta de notas, una daga y un cáliz.
Hoy me he decidido por una chaqueta verde con una flor marchita de pega en el ojal, zapatos de charol de color rosa y un bigote pintado, al estilo de Groucho Marx. Saliendo de Bunhill Fields, al
este, crucé todo Londres, el lugar donde me siento más fuerte.
Debo admitir, sin embargo, que no era fuerte precisamente como me sentía: no es cosa fácil mantener el tipo cuando tu aspecto es el de un helado de pistacho con cobertura de caramelo. La geografía económica de Londres ha cambiado mucho en los últimos años, pero Hampstead será siempre Hampstead. Y en esa fría tarde de noviembre, en expiación de mis incontables pecados y probablemente con la misma expresión de contento que tendría una tricoteuse tras saber que las ejecuciones de ese día han sido canceladas debido al mal tiempo, a Hampstead era a donde me dirigía.Añadir Anotación
Para ser más precisos, a Grosvenor Terrace, número 17: una pequeña obra de arte sin pretensiones de principios de la época victoriana, diseñada apresuradamente por Sir Charles Barry en
sus ratos libres, al tiempo que trabajaba en el Reform Club.
Consta en los libros, guste o no: el gran hombre solía pluriemplearse por un billete de mil libras al contado, tomando ideas prestadas de lo que fuera que estuviese haciendo en esos momentos.
Pueden hallarse ejemplos de su ilegítima progenie arquitectónica en todas partes, de Landbroke Grove a Highgate, y siempre causa la misma incómoda sensación de dejà vu, como cuando uno ve en su primogénito la nariz del lechero.
Estacioné el coche lo bastante lejos de la puerta para evitar un posible bochorno a los habitantes de la casa que iba a visitar, y me las arreglé para caminar los cien últimos metros cargado con cuatro maletas, llenas de equipo altamente especializado. El timbre de la puerta resonó severo y funcional, como el torno de un dentista resbalando sobre un esmalte recalcitrante. Mientras aguardaba respuesta observé la ramita de serbal clavada a la derecha del porche. Habían atado a ella cordeles negros, blancos y rojos en el orden prescrito, pero aún así… una ramita de serbal en noviembre no podía tener ya mucho jugo dentro. Llegué a la conclusión de que aquél debía de ser un vecindario tranquilo.Añadir Anotación
El hombre que me abrió la puerta era seguramente James Dodson, el padre del cumpleañero. Al momento sentí una fuerte animadversión por él, para ahorrar tiempo y esfuerzo más tarde.
Parecía robusto, no muy grande pero de estructura sólida: ojos grises como rodamientos de acero y pelo entrecano, que añadía otros matices al gris. Ya cuarentón, pero probablemente tan en forma como dos décadas antes: estaba claro que era un hombre que reconocía la importancia de la dieta sana, el ejercicio regular y una inquebrantable superioridad moral. Pen me había dicho que era un poli: jefe de policía in pectore, una de las parteras de la nueva Agencia Gubernamental contra el Crimen Organizado y los Delitos Graves en Agar Street. Yo hubiese supuesto que era o un poli o bien un cura, y la mayoría de los curas dejan de cuidarse mucho antes de cumplir los cuarenta: es uno de los privilegios de haber sido llamados a tan alta vocación.Añadir Anotación
—Usted es el artista —dijo Dodson, con el tono de estar diciendo: “Eres una escoria de mierda y encima te has follado a mi perra”.
No movió un dedo para ayudarme con las maletas, aunque llevaba dos en cada mano.
—Félix Castor —confirmé, con el gesto más soso e inexpresivo que pude componer—. Conmigo se olvidan las penas.
Asintió con gesto neutral y abrió más la puerta para dejarme paso.
—En la sala de estar —dijo, señalando—. Habrá bastantes más niños de lo que habíamos acordado. Espero que no haya problema.
—Cuantos más seamos, más reiremos —contesté, al tiempo que entraba.

Comprobé el tamaño de la estancia con ojo experto, o eso era lo que esperaba que pareciese, porque para mí no era más que una habitación normal y corriente.
—Me vale perfectamente. Tiene todo lo que necesito. Magnífico.
—Íbamos a enviar a Sebastian con su padre, pero el muy imbécil tiene una crisis laboral o algo así —explicó Dodson desde atrás—, con lo cual es uno más. Y unos cuantos amigos extra...
—¿Sebastian? —pregunté. Para mí es un reflejo el formular preguntas así, tanto si espero respuesta como si no: se debe a mi trabajo. Quiero decir, al trabajo que solía hacer. El que hago a veces. El que es toda mi vida.
—El hermanastro de Peter. Del anterior matrimonio de Barbara, al igual que Peter es de uno mío. Se llevan estupendamente.
—Por supuesto —asentí solemne, como si tuviese por costumbre comprobar la solidez de los lazos familiares antes de empezar con los trucos de magia y las payasadas.
Peter era el chico que estaba de aniversario: acababa de cumplir catorce. Seguramente era demasiado mayor para payasos, ilusionistas y fiestas de tarta y helados. Pero eso no era asunto mío. También sirven los que se limitan a sacar interminables cintas de colores de una lata de judías guisadas.
—Lo dejaré a solas para que pueda prepararlo todo, pues —dijo Dodson en tono de duda—. Por favor, no mueva ningún mueble sin preguntarnos primero a mí o a Barbara. Y si va a colocar sobre el parqué algo que pueda rayarlo, pídanos unos paños.
—Gracias —respondí—. Y tráigame una cerveza cada vez que usted vaya a tomarse una. Cuando digo “cerveza” se entiende que es cerveza negra, claro está.
Él se dirigía ya hacia la puerta cuando le solté eso, y siguió su camino sin inmutarse. Tenía tantas posibilidades de que me ofreciese un trago como de que me diera un beso de tornillo.
De modo que me puse a desempacar, tarea tanto más dificultosa por el hecho de que aquellas maletas no se habían movido del garaje de Pen en la última década. Entre los cachivaches de magia que me proporcionaron una pequeña pausa (o no tan pequeña) había todo tipo de cosas: Una navaja suiza (que había pertenecido a mi viejo amigo Rafi) con la hoja principal rota casi por la mitad; un muñeco de vudú hecho en casa con el cuerpo momificado de una rana y tres herrumbrosos clavos; una redecilla adornada con plumas, un poco raída pero que aún conservaba un débil rastro de perfume; y la cámara.Añadir Anotación
Mierda. La cámara.
Le di vueltas en mis manos, sumergiéndome al instante en una breve pero intensa evocación. Era una Brownie Autographic Nº 3, y con el fuelle recogido parecía más bien un portameriendas infantil. Pero al soltar los enganches pude ver que el fuelle de piel teñida de rojo seguía en su sitio, el visor de cristal esmerilado estaba intacto y, maravilla de las maravillas, las ruedecillas dentadas que colocaban la lente en posición parecían seguir funcionando.Añadir Anotación
Me la había encontrado en un mercadillo de segunda mano, en Múnich, cuando viajaba de mochilero por Europa; tenía casi cien años, y pagué algo así como una libra por ella, que fue lo que me pidieron porque la lente estaba partida por en medio. Eso no me importó, al menos para lo que yo tenía en mente en ese momento, de modo que lo consideré una ganga.Añadir Anotación
Pero tuve que dejarla a un lado, porque en ese momento llegaron los primeros invitados a la fiesta, pastoreados por una mujer muy hermosa, muy rubia y muy pechugona, que obviamente era demasiado buena para un tipo como James Dodson. O para uno como yo, para ser justos. Llevaba una camiseta blanca ablusada y una falda caqui de corte asimétrico que probablemente llevaría el nombre de algún diseñador famoso en la etiqueta y costaría más de lo que yo gano en seis meses. A pesar de todo, la mujer parecía algo ajada. Supuse que era debido a la vida con James, el superpolicía; o quizás a la vida con Peter, suponiendo que era el agrio y sombrío rubiales que la rondaba. Tenía, como su padre, un aire de solidez monolítica y agresiva, al que se añadía la cautelosa testarudez propia del adolescente: la combinación era muy poco atractiva.Añadir Anotación
La dama se presentó como Barbara, con una voz de una calidez tan natural que hacía innecesaria la existencia de las mantas eléctricas. También presentó a Peter, al que yo dediqué una sonrisa y una muda inclinación de cabeza. Intenté estrechar la mano del muchacho, por un impulso atávico que probablemente se debía al barrio en el que me encontraba, pero él ya se había alejado a grandes zancadas hacia un recién llegado, emitiendo un fuerte rugido de bienvenida. Barbara lo vio alejarse con una inescrutable sonrisa zen que parecía conseguida por prescripción facultativa, pero cuando se volvió hacia mí su mirada era clara y penetrante.Añadir Anotación
—Y bien —dijo—. ¿Está ya dispuesto?
A lo que sea, estuve a punto de decir, pero opté por un sencillo sí. A pesar de ello, seguramente le sostuve la mirada un instante más de lo debido, porque de pronto Barbara recordó la botella de agua mineral que sostenía en la mano y me la entregó con un ligero sonrojo y una sonrisa de disculpa.
—Al acabar podrá acompañarnos a tomar una cerveza en la cocina —prometió—. Si le doy una ahora, los chicos exigirán el mismo trato.
Alcé la botella en un brindis sin palabras.
—Entonces… —habló de nuevo—. La actuación dura una hora, luego tiene una hora de descanso mientras servimos la comida y después vuelve a actuar media hora al final. ¿Está bien así?
—Es una estrategia válida —concedí—. Napoleón la utilizó en Quatre Bras.
Esto mereció una carcajada, aunque débil.
—No podremos quedarnos a ver el espectáculo —dijo
Barbara, con una buena imitación de pesar—. Hay mucho que hacer tras las bambalinas: algunos de los amigos de Peter se quedan a pasar la noche. Pero quizás podamos asomarnos un momento para ver el final. Si no es así, lo veré en el descanso.
Inició la retirada con una mueca cómplice, dejándome con mi público.
Recorrí la estancia con la mirada, estudiándolos. Había un grupito de íntimos alrededor de Peter que mantenía una animada conversación a gritos, dominando toda la sala. Después estaban los demás, cuatro o cinco grupos provisionales, diseminados por las esquinas de la estancia, que intentaban de vez en cuando unirse al grupo principal, en una especie de fisión celular al revés. Y también estaba Sebastian, el hermanastro.Añadir Anotación
No era difícil distinguirlo. Lo identifiqué con seguridad cuando todavía estaba desplegando la mesa de caballete y preparando mi truco inicial. Tenía el pelo rubio de su madre, pero la piel más pálida y los acuosos ojos azules hacían que pareciese como si alguien lo hubiera dibujado al pastel y después hubiese intentado borrarlo. También parecía mucho más pequeño y delgado que Peter. ¿Por ser el más joven de los dos? Era difícil de saber, porque su postura encorvada, como intentando pasar desapercibida, le restaba probablemente unos tres centímetros de altura. Era el que estaba al margen de la bulliciosa chiquillería, apenas tolerado por el cumpleañero y olímpicamente ignorado por los amigos de éste.Añadir Anotación

Era el que quedaba fuera de todos los chistes para iniciados, y tenía el gesto del que estaba fuera de lugar y hubiese preferido estar en cualquier otro sitio: quizás incluso con su verdadero padre, en aquel día en el que estaba en marcha una crisis laboral.
Cuando di una palmada y atraje su atención con un discurso a gritos de dos minutos, Sebastian desfiló junto al último de la retaguardia y se colocó justo detrás de Peter, en una zona muerta que nadie más pareció querer disputarle.
Entonces comenzó el espectáculo, y yo hube de atender a mis propias tribulaciones.
No soy mal mago sobre un escenario. Así fue como me pagué los estudios superiores, y cuando estoy en forma podría incluso decir que soy hasta brillante. Por entonces estaba más que oxidado, pero aún así fui capaz de sacar adelante unos cuantos trucos de cierto nivel, mi modesta versión de los grandes ilusionismos que estudié durante mi desaprovechada juventud. Hice desaparecer el reloj de pulsera de uno de los chicos, metido en una bolsa de tela que él mismo sostenía, y después reapareció dentro de una caja que estaba en el bolsillo de otro de los muchachos.Añadir Anotación
Hice levitar el teléfono móvil de ese mismo chico por toda la estancia, mientras Peter y la elite de la primera fila se ponían en pie y movían los brazos, con la vana esperanza de enredar los hilos que creían que estaba utilizando. Incluso corté en trozos una baraja con tijeras de podar y la rehice después, haciendo que la carta que Peter había elegido y firmado previamente quedase en la parte de arriba del mazo.Añadir Anotación
Sin embargo, hiciese lo que hiciese no conseguía triunfar.
Peter seguía impasiblemente sentado en el centro de la primera fila, con los brazos cruzados sobre el regazo y una devastadora mirada de helado desprecio. Estaba claro que había decidido que dejarse impresionar por el mago de una fiesta infantil podía hacerle perder categoría ante sus iguales. Y si incluso él corría ese riesgo, para sus invitados especiales la posibilidad era claramente inaceptable. Observaron su actitud y siguieron su ejemplo, formando una tendencia de voto a la cual yo no tenía la menor posibilidad de hacer cambiar de opinión.Añadir Anotación
Sebastian parecía ser el único realmente interesado en el espectáculo por voluntad propia, o quizás era el único que tenía tan poco que perder que podía correr el riesgo de concentrarse en él, sin atender a las consecuencias. Sin embargo lo puse en un aprieto. Al acabar el truco de cartas, cuando mostré a Peter su ocho de diamantes intacto, Sebastian estalló en un tímido aplauso, dejándose llevar durante un momento por el entusiasmo que le había provocado el desenlace del truco.Añadir Anotación
Se detuvo en cuanto vio que nadie más se unía a él, pero ya se había delatado, olvidando el que parecía ser un sofisticado hábito de camuflaje y supervivencia. Molesto, Peter clavó el codo hacia atrás y pude oír el jadeo de Sebastian, que se inclinó rápidamente hacia delante al tiempo que se sujetaba el estómago.Añadir Anotación
Permaneció con la cabeza inclinada durante un rato, y después la alzó lentamente.
—Gilipollas —rezongó Peter en voz baja—. No ha hecho más que utilizar dos barajas; eso ni siquiera es inteligente.
Deduje muchas cosas de ese pequeño intercambio de opiniones: una completa crónica de crueldades ocasionales y opresión psicológica. Se puede opinar que eso es llevar demasiado lejos un codazo en las costillas, pero yo mismo tengo hermanos mayores y el método no me es extraño. Y, además de eso, yo sabía algo del cumpleañero que ninguno de los presentes conocía. Me llamé al orden mentalmente. Sí señor. Estaba empezando a irritarme, y eso no era bueno. Todavía me quedaban veinte minutos hasta la pausa y la cerveza fría en la cocina. Y tenía un truco que no fallaría; había pensado reservarlo para el final, pero qué demonios. Tan sólo se vive una vez, como dice la gente, incluso aunque tenga ante las narices las pruebas que demuestran lo contrario.Añadir Anotación
Extendí los brazos, enderecé los hombros y estiré las mangas, una exagerada pantomima de preparación, pensada sobre todo para desviar la atención de Sebastian. Funcionó, al menos de momento: todas las miradas se volvieron hacia mí.
—Atended bien —dije, sacando un nuevo artefacto de una de las maletas y colocándolo sobre la mesa, ante mí—. Un paquete de cereales, normal y corriente. ¿Alguno de vosotros suele comer de estas cosas? No, yo tampoco. Lo intenté una vez, pero me atacó un tigre de caricatura.
Ni un rayo de esperanza: no había rastro de piedad en los casi veinte pares de ojos que me contemplaban.
—La caja no tiene nada de especial. Ni aperturas ocultas ni doble fondo.
Le di vueltas en todas direcciones, le pegué capirotazos con el dedo gordo para mostrar que sonaba a hueco y mostré a Peter el extremo abierto para que comprobase el interior. Él puso los ojos en blanco, como si no pudiera creerse que pidiesen su colaboración para esa estupidez, y después hizo un gesto con la mano para mostrar que estaba todo lo satisfecho que podía estar con la comprobación.Añadir Anotación
—Sí, venga, vale —resopló en tono de burla.
Sus amigos rieron también; era lo bastante popular para que todos lo coreasen cada vez que hablaba, se reía por lo bajo o hacía pedorretas. Tenía estilo, eso era cierto. En cuatro o cinco años como mucho llegaría a ser todo un hijo de puta.
A no ser que una mañana decidiese darse un paseo por el camino de Damasco y tuviese un encontronazo con algo grande que viniera a toda velocidad en sentido contrario.
—Muuuy bien —dije, haciendo que la caja trazase un amplio arco a mi alrededor para que todos los demás pudiesen verla—.
Así que es una caja vacía. Entonces, ¿para qué la queremos, eh? Las cajas como ésta no son más que basura. La tiré al suelo, boca abajo, y la pisé hasta aplanarla.
Eso me valió al menos alguna mirada de asombro y un cambio de postura aquí y allá; algunos se inclinaron para delante para ver mejor, aunque sólo fuese para comprobar lo completo y convincente que era el destrozo. Fui muy concienzudo. Hay que serlo: al igual que en el sadomasoquismo, acabas averiguando que hay una relación directa entre la intensidad de las patadas y pisotones y la magnitud del efecto final.Añadir Anotación
Cuando la caja estuvo completamente aplastada, la recogí con la mano izquierda y la dejé colgando, oscilante.
—Pero, antes de tirar esta porquería —dije, recorriendo el racimo de inexpresivos rostros con gesto serio y profesoral—, hay que comprobar si contiene agentes biológicos contaminantes.
¿Alguien se atreve? ¿Alguien quiere ser de mayor inspector de salud y medio ambiente?
Se produjo un embarazoso silencio, pero dejé que se prolongara. Era el regalito de cumpleaños de Peter: sólo tenía que entretenerlo, no buscarle una fulana.
Por fin, uno de los amiguetes de la primera fila se encogió de hombros y se puso en pie. Me hice a un lado para recibirlo en mi escenario, que más o menos era la zona que había entre la butaca reclinable y el bufé libre.
—¡Un gran aplauso para el voluntario! —sugerí.
En vez de eso lo abuchearon cordialmente: así es como averiguas quiénes son tus amigos.
Enderecé la caja con unos cuantos tirones y dobleces largamente practicados. Esa era la parte crucial, de modo que, por supuesto, mantuve un gesto tan soso como las natillas de los comedores escolares. El voluntario alargó la mano para recibir la caja; en lugar de ello, tomé su mano en la mía y la giré, colocando la palma hacia arriba.Añadir Anotación
—La otra también —dije—. Forma una copa con ambas. ¿Verstehen Sie “copa”? Así. Muy bien, excelente. Buena suerte, porque nunca se sabe...
Posé la caja en sus manos, boca abajo, y una gran rata marrón cayó de pronto en el recipiente formado por sus dedos. Él dejó escapar un sonido gorgoteante, como una cama de agua agujereada, y saltó hacia atrás, apartando convulsivamente las manos, pero yo estaba alerta y atrapé limpiamente la rata antes de que cayese al suelo.Añadir Anotación
Como la conocía bien añadí entonces una pequeña nota de humor al truco, acariciando sus pezones con la yema del dedo gordo. Eso hizo que la rata arqueara el lomo y abriera la boca de par en par, de modo que cuando la blandí ante el rostro de los demás muchachos obtuve una buena cantidad de brincos y sobresaltos. Por supuesto que no lo hacía como amenaza, sino más bien para que me dijesen “¡Más, más!”, pero a su tierna edad no podía esperarse que fueran capaces de descifrar la expresión de mi rostro. Ni tampoco que supieran que había metido a Rhona en la caja mientras fingía enderezarla, tras los pisotones.Añadir Anotación
Hice una reverencia para agradecer el aplauso, lo cual habría estado muy bien si lo hubiese habido. Pero Peter seguía tieso como el monumento a la paciencia, mientras el voluntario volvía a su asiento caminando con dificultad, con su chulería a media asta.
El rostro de Peter me dijo que debía hacer algo mucho más brillante que aquello para impresionarlo. Así que pensé de nuevo en el camino de Damasco. Y, como el hijo de puta que soy, eché mano de la cámara.
No es así como creo que debe actuar un hombre hecho y derecho para alejar a los acreedores de su puerta. Quiero que lo sepáis: fue Pen la que me lo ofreció. Pamela Elisa Bruckner; nunca he sabido bien por qué el diminutivo es Pen y no Pam, pero es una vieja amiga mía, y también, por cierto, la auténtica propietaria de Rhona, la rata. También es mi casera, al menos por el momento, y como no le desearía esa suerte ni a un perro rabioso, puedo considerarme afortunado de que ese papel haya caído sobre alguien que me aprecia de verdad. Me permite escaquearme muchísimas veces.Añadir Anotación
También debería contaros que tengo un trabajo, un trabajo de verdad, de los que sirven para pagar el alquiler y esas cosas, al menos de vez en cuando. Pero en la época de la que estamos hablando ahora estaba disfrutando de unas largas vacaciones, no totalmente voluntarias y no sin los consiguientes problemas en cuanto a mis economías, mi credibilidad profesional y mi autoestima.Añadir Anotación
En cualquier caso, esto hacía que Pen tuviese un interés personal en conseguirme trabajos alternativos. Como todavía era una buena católica (cuando no actuaba como sacerdotisa de los Wicca), iba a misa todos los domingos, le encendía una vela a la Virgen y rezaba lo siguiente: “Por favor, Señora, puesto que eres sabia y compasiva, intercede por mi madre, aunque haya muerto con el peso de sus muchos pecados carnales sobre el alma; permite que las turbulentas naciones de la Tierra hallen el camino hacia la paz y la libertad, y haz que Castor sea solvente, amén”.Añadir Anotación
Pero normalmente todo acababa ahí, lo cual era una situación con la que ambos podíamos convivir. Por eso fue una sorpresa nada agradable para mí cuando dejó de contar con la intervención divina y me habló de la empresa de fiestas infantiles que estaba poniendo en marcha con su loca amiga Leona, y del cabrón del mago callejero que la había dejado tirada como una colilla a última hora.Añadir Anotación
—Pero para ti sería tan fácil, Fix... —insistió tras el café con unas gotas de coñac en su subterránea sala de estar.
El olor me estaba mareando: no el olor a licor, sino a ratas, tierra y mantillo, a hojas podridas de los rosales de la señora Amelia Underwood, a cosas que crecían y se marchitaban. Uno de sus dos cuervos —Arthur, creo—, picoteaba el estante superior de la librería, haciendo que me fuese difícil concentrarme en razonamiento alguno. Ésa era su guarida, su centro de gravedad: como un ático al revés, bajo la monstruosidad de tres pisos en la que había vivido y muerto su abuela, en los días en los que los mamuts todavía recorrían la Tierra. Allí me tenía en desventaja; por eso precisamente me había pedido que fuese.Añadir Anotación
—Tú puedes hacer magia de verdad —afirmó Pen dulcemente—, así que la magia de mentira tiene que resultarte una nadería.
Parpadeé un par de veces para aclararme la vista, cegada por las velas y borracha de incienso. En muchos sentidos, la forma en que vive Pen recuerda un poco a la señorita Haversham en Grandes esperanzas: tan sólo utiliza el sótano, lo que significa que el resto de la casa, excepto mi estudio en la buhardilla, se ha quedado anclado en los años cincuenta, y nunca lo visita ni lo toca.Añadir Anotación
La misma Pen se quedó anclada sólo un poco más tarde, pero, al igual que la señorita Haversham, lleva siempre el corazón en la mano. Yo intento no mirarlo.
En esa ocasión en concreto me refugié en una justa indignación.
—No puedo hacer magia de verdad, Pen, porque eso no existe. Al menos no de la forma en que dices. ¿Qué es lo que te parece que soy, eh? Sólo porque pueda hablar con los muertos y tocar la flauta para ellos, eso no significa que yo sea el cabrón de Gandalf el Gris. Y tampoco que existan hadas en lo más hondo del jardín de los cojones.Añadir Anotación
El fuerte lenguaje era una estratagema para intentar desviar la conversación. Pero no funcionó; me dio la impresión de que, esta vez, Pen había preparado su guión cuidadosamente.
—”Lo que ahora podemos demostrar fue un día tan sólo fruto de la imaginación” —dijo con retintín, porque sabe bien que Blake es mi fuente de inspiración y no puedo discutir con él.
—Muy bien —continuó, llenando mi taza hasta el borde con casi treinta centilitros de Janneau XO (iba a ser una guerra sucia por ambas partes, pues)—; pero tú trabajaste como mago sobre un escenario en tu época de estudiante, ¿verdad? Y eras ma-ra-vi-llo-so. Apuesto a que todavía podrías hacerlo.
Apuesto a que ni siquiera necesitarías practicar. Y son doscientos billetes por un día de trabajo, así que podrías pagarme algo de lo que me debes del mes pasado...
Hizo falta bastante más insistencia y una buena cantidad de coñac; tanta, de hecho, que intenté meterle mano cuando ya me dirigía hacia la puerta, tambaleante. Me dio un manotazo en la diestra, guió la siniestra hacia el picaporte y me deseó buenas noches con un beso en la mejilla, sin perder la calma.Añadir Anotación
Se lo agradecí en el alma a la mañana siguiente, cuando desperté con la lengua pegada al velo del paladar y la cabeza llena de imágenes borrosas y sin sentido. Una Pen de diecinueve años, sensual, dulce y desinhibida, con su pelo como una fogata de otoño, sus ojos color pistacho y su sonrisa probablemente ilegal, sería otra cosa: la Madre Tierra Pen, de treinta y tantos, en su caverna de sibila cuidada por ratas, cuervos y Dios sabe qué otros espíritus familiares, todavía a la espera de su príncipe azul, a pesar de saber quién era éste y en qué se había convertido...Añadir Anotación
Había corrido demasiada sangre. Dejémoslo estar. Entonces recordé que había aceptado lo de la fiesta, justo antes de meterle mano, y juré como un estibador. Juego, set y partido para Pen y Monsieur Janneau. Ni siquiera sabía que estábamos jugando a dobles.
De modo que había un motivo al fin y al cabo, aunque no fuese bueno ni suficiente, por el cual me hallaba ahora frente a aquellas mierdecillas arrogantes, prostituyendo un talento otorgado por Dios, por la irrisoria suma de doscientos billetes. Había un motivo por el cual me había visto abocado a la tentación. Y había un motivo por el cual caí en ella.Añadir Anotación
—Ahora —dije, con una sonrisa tan amplia como la de una calabaza de Halloween— necesito otro voluntario de entre el público para mi último y más ambicioso truco, antes de que todos os larguéis a poneros ciegos de pasteles.
Señalé a Sebastian.
—Usted, caballero, el de la segunda fila. ¿Sería tan amable? Sebastian pareció avergonzado y muy reacio a aceptar; colocarse bajo los focos significaba cierta humillación, y seguramente algo mucho peor. Pero los chicos mayores estaban silbando y protestando ruidosamente, y Peter le estaba diciendo que se decidiese de una puta vez y subiera. De modo que se puso en pie y se abrió camino a lo largo de la fila, tropezando un par de veces contra las piernas extendidas que se interponían en su camino.Añadir Anotación
Esto iba a ser cruel, pero no para el hermanastro Sebastian: no, mi regalo de no cumpleaños para él era una pistola cargada, que podría utilizar de la forma que desease. Y en cuanto a Peter… bueno, a veces la crueldad es el disfraz de la bondad. A veces el dolor es el mejor maestro. A veces es bueno darse cuenta de que existe un límite en las cosas que puedes conseguir de rositas.Añadir Anotación
Sebastian había llegado por fin hasta donde yo estaba, tras la mesa plegable, y se quedó desmañadamente en pie junto a mí.
Tomé en mis manos la Autographic y solté los enganches de los lados, extendiendo el fuelle hasta su posición operativa. Con el cuero teñido de rojo y la madera oscura era un equipo de aspecto bastante impresionante: cuando se lo pasé a Sebastian para que lo sostuviera lo tomó con gran cautela.
—Haz el favor de examinar la cámara —le dije—. Asegúrate de que está todo bien. Completamente intacta y operativa.
Le echó un vistazo por encima, rutinario y sin entusiasmo, asintió con un gesto e intentó devolvérmela. No la acepté.
—Lo siento —dije—; ahora tú eres mi cámara. Tienes que hacer bien el trabajo, porque dependo de ti. Volvió a mirar, y esta vez se dio cuenta de lo que tenía ante sus narices.
—Bueno, es que hay cinta adhesiva negra sobre la lente —dijo.
Fingí sorprenderme, y eché yo mismo un vistazo.
—Caballeros —dije, dirigiéndome a todo mi público—. Damas…
Dejé una pausa de cinco segundos a las agudas risitas fingidas, los codazos y los dedos acusadores.
—Mi ayudante acaba de atraer mi atención sobre algo muy alarmante: Esta cámara tiene una cinta adhesiva negra que tapa la lente, y por tanto no puede hacer fotografías... —dejé una larga pausa—, al menos de la forma habitual. Tendremos que intentar hacer una foto espiritual.
Peter y sus amigos lanzaron una mirada de reproche y desdén ante tal sugerencia: les pareció que era un final bastante cojo.
—Las fotografías espirituales están entre las proezas más difíciles de dominar para un mago —dije con voz grave, sin prestar atención a las mofas—. Imaginad un escapista liberándose de una saca de correo colgada boca abajo de un garfio, dentro de una jaula que haya sido arrojada de un avión que vuela a más de tres mil metros de altitud. Pues bien, este truco es algo muy similar.Añadir Anotación
Menos espectacular visualmente, pero casi igual de extravagante y sin sentido.
Hice un gesto hacia el cumpleañero.
—Vamos a hacerte una foto, Peter —le dije—. Así que, ¿qué tal si vas y te pones allí de pie, junto a la pared? Un fondo neutro es lo mejor en estos casos.
Peter obedeció haciendo ostensibles gestos de resignación.
—¿Tienes algún hermano más? —le pregunté a Sebastian en voz baja.
Me miró, sobresaltado.
—No —dijo.
—¿Ni un primo o algo así, alguien de tu edad que vivía aquí contigo?
Negó con un gesto.
—¿Y sabes utilizar una cámara?
Ahí Sebastian pisaba un terreno más firme, y pareció aliviado.
—Sí; tengo una arriba. Pero es de las de apuntar y disparar, no tiene ningún… foco de ésos, ni…
Descarté sus objeciones con un gesto, ofreciéndole una media sonrisa de ánimo.
—No importa —dije—. Ésta tiene enfoque manual, pero tampoco vamos a preocuparnos por eso. Porque no vamos a utilizar ni la lente ni la luz normal para formar la imagen. Lo que has de apretar es esto.
Le entregué la perilla de aire que colgaba al extremo de un tubo de caucho en espiral, la única parte de la cámara que había tenido que reemplazar.
—La aprietas con fuerza para que abra el obturador. Cuando yo te diga, ¿vale?
Hacía más de una década que no cargaba la Autographic, pero todo lo que necesitaba para hacerlo estaba en el propio estuche, y mis manos sabían qué hacer. Saqué una placa nueva, despegué una esquina de la lámina encerada que la protegía, coloqué la placa rápidamente en su lugar y arranqué la lámina de un suave tirón. No era lo que hubiese hecho un profesional, en parte debido a que si cargas una cámara como ésta en una habitación iluminada es posible que haya filtraciones de luz, pero sobre todo porque yo había cargado papel fotográfico en lugar de un negativo.Añadir Anotación
Nos estábamos saltando una de las etapas del procedimiento habitual en fotografía. Tampoco era importante pero, mientras volvía a apretar los tornillos, vi que James y Barbara Dodson habían entrado un momento y estaban de pie, al fondo. Eso significaba que la erupción iba a ser atronadora, pero a esas alturas ya me importaba un pimiento: Peter me había cabreado pero bien.Añadir Anotación
Coloqué a Sebastian en posición, posando la mano en su espalda para guiarlo. Peter empezaba a aburrirse e impacientarse, pero ya casi habíamos acabado. Podría haber hecho que aumentase la tensión unos cuantos grados más pero, como el resultado todavía era dudoso, pensé que era mejor arrear y ver qué pasaba. O funcionaba, o no funcionaba.Añadir Anotación
—Muy bien: a mi señal. Peter, sonríe. Buen intento, pero no. A ver, los chicos de la primera fila, enseñadle a Peter cómo se sonríe. Sebastian: tres, dos, uno, ¡ya!
Sebastian apretó la pera y el obturador hizo un ruidito lento y artrítico, algo así como pum-chass. Estupendo. Por un momento temí que no sucedería nada.
—Ahora no disponemos de ningún líquido fijador —anuncié, al tiempo que mi memoria empezaba a funcionar de nuevo, poco a poco—, de modo que la imagen no durará mucho tiempo. Pero podemos aclararla con un baño que la retenga un poco. Zumo de limón serviría, o vinagre, ¿podrían...?
Miré esperanzado a los dos adultos, y Barbara volvió a salir discretamente de la estancia.
—¿Y el líquido de revelado? —preguntó James, mirándome con una vaga pero evidente desconfianza.
Negué con un gesto.
—No estamos utilizando luz —repetí—. Estamos fotografiando el mundo de los espíritus, no el visible, así que la película no ha de revelarse: ha de interpretar ese mundo.
El rostro de James mostró claramente lo que pensaba de aquella explicación. Se produjo un embarazoso silencio, roto cuando Barbara volvió con una botella de vinagre, un recipiente de plástico y una sonrisa de disculpa.
—Va a oler muy mal —me advirtió mientras se retiraba de nuevo al fondo del cuarto.
Tenía razón. El agridulce y penetrante olor del vinagre se expandió y permaneció flotando en el ambiente en cuanto vertí unos dos tercios del contenido de la botella, cubriendo la base del recipiente hasta llegar a un centímetro de profundidad. Entonces, todavía con Sebastian a mi lado, extraje suavemente la placa de la cámara, interponiendo deliberadamente mi cuerpo entre el público y ésta, para que no pudiesen ver nada.Añadir Anotación
—Sebastian —dije—, tú sigues siendo el cámara. Eso significa que eres el medio a través del cual actúan los espíritus. Por favor, sumerge el papel fotográfico en el vinagre y remójalo bien, hasta que esté completamente empapado. Al hacerlo debe formarse una imagen en él. ¿Ves alguna imagen, Sebastian?Añadir Anotación
Peter no se había molestado siquiera en moverse de donde estaba, junto a la pared: de hecho, en ese momento se apoyaba en ella, más hosco y aburrido que nunca. Sebastian miró el papel al tiempo que le daba vueltas en el recipiente, primero con un ligero temor y después atónito.
—¿Ves alguna imagen? —repetí, sabiendo bien que sí.
—¡Sí! —soltó de repente.
Toda la sala notó su tensión y su asombro: No tuve necesidad de magnificarlo con una explicación verbal.
—¿Y qué imagen es esa?
—Un chico. ¡Es... creo que es...!
—Por supuesto que ves a un chico —le interrumpí—.
Acabamos de hacerle una foto a tu hermano Peter. ¿Es eso lo que ves, Sebastian?
Negó con la cabeza, mirando todavía con ojos muy abiertos la turbia fotografía.
—No. Bueno, quiero decir sí, pero... hay alguien más. Es...
Volví a atajar sus palabras. Todo estaba saliendo como debía.
—¿Alguien que conoces?
Sebastian asintió categóricamente.
—Sí.
Me gusta pensar que lo que estaba haciendo en ese momento era alinearme con el más desvalido, pero si no hubiera habido ningún rasgo de sadismo en ello, no estaría mirando a Peter cuando pronuncié las siguientes palabras.
—¿Y tiene nombre ese otro chico? ¿Qué oscuras maravillas del mundo de los espíritus hemos capturado y clavado a la pared, Sebastian? Dinos cómo se llama.
Sebastian tragó saliva. Era verdadero nerviosismo y no fingimiento, pero la larga pausa fue mejor que cualquiera de mis coreografías.
—Davey Simmons —dijo Sebastian, con la voz ligeramente
aguda.
El efecto de estas palabras sobre Peter fue electrizante. Soltó un grito que sonó a terror puro y duro, se apartó de la pared de un salto y dio tres tambaleantes zancadas hacia el recipiente. Pero fui demasiado rápido para él.
—Gracias, Sebastian —dije, escamoteando la imagen del cuenco y sacudiéndola en el aire, como para secarla, como si colocarla fuera del alcance de Peter fuese sólo fortuito.
Había salido bastante bien. En blanco y negro, por supuesto, y estaba oscurecida en los bordes en los que la luz había velado el papel, pero bastante nítida donde tenía que estarlo.
Se veía a Peter como una especie de granulado borroso, reconocible tan sólo por su postura y por el manchón más oscuro del pelo. Por el contrario, la figura que estaba en pie junto a él era muy nítida: triste, macilento, vencido por el tiempo, la soledad y el hecho de su propia muerte, pero imposible de confundir con la bruma de un pantano, una silueta de cartón o el producto de una imaginación desbocada.Añadir Anotación
—Davey Simmons —medité—. ¿Lo conocías bien, Peter?
—¡No tengo ni puta idea de quién era! —gritó Peter, arrojándose sobre mí con desesperada furia—. ¡Dame eso!
No soy fornido ni mucho menos, pero con todo su corpachón Peter no era más que un niño; no me fue difícil mantenerlo alejado de mí mientras mostraba la imagen a sus amigos.
Todos se quedaron mirándola, con unas expresiones que abarcaban el espectro que va de la aversión al pánico que acaba por soltarte el vientre.
—Y sin embargo —reflexioné—, está a tu lado mientras comes, trabajas y duermes. Desde su muerte observa tu vida, día y noche, todos los días. ¿Por qué crees que será?
—¡No lo sé! —chilló Peter—. ¡No lo sé! ¡Dámela!
La mayor parte del público estaba ya en pie; unos pocos se acercaban atropelladamente para mirar la imagen, pero la mayoría retrocedían, como si deseasen distanciarse de ella en lo posible. James Dodson se abrió paso entre ellos como un acorazado entre barquichuelos de pesca, y fue él quien me arrancó la imagen de las manos. Peter volvió inmediatamente toda su atención hacia su padre y volvió a intentar conseguir la foto, pero James lo apartó bruscamente de un empujón. Se quedó mirando la imagen, perplejo, moviendo lentamente la cabeza de un lado a otro. Después, con el rostro de un rojo subido, la rompió cuidadosamente en dos trozos, después en cuatro y después en ocho. Peter soltó un quejido atrapado en algún lugar entre el sufrimiento y la vana esperanza de alivio: pero desde donde yo estaba me pareció que tendría que vivir con aquello durante una buena temporada.Añadir Anotación
Dodson llegaba ya a los treinta y dos trocitos cuando me volví hacia Sebastian y le estreché solemnemente la mano.
—Tienes un don —dije.
Alzó los ojos e intercambiamos una mirada de comprensión. Lo que él tenía era un punto de apoyo. En el futuro, Peter ya no gozaría de tanta libertad con los codos, los puños o los pies: ahora que todos habían contemplado su culpa y su debilidad, ya no. No hubo ningún recargo por esto: trabajo por un precio fijo.Añadir Anotación
Me fijé en el desdichado fantasmita que flotaba junto a Peter en cuanto éste entró en la sala. Son más difíciles de ver a la luz del día, pero tengo amplia experiencia en ello, además de una gran sensibilidad innata, y sé qué he de esperar en una casa en la que no mantienen frescas sus ramitas de serbal. No sabía cuál era la relación entre ellos pero, a menos que Davey Simmons no tuviese familia, tenía que haber una muy buena razón por la cual se estaba apareciendo en esta casa en lugar de en la suya propia. No podía apartarse de Peter: su alma estaba enredada en él como un pájaro en un brezal. Eso podía interpretarse de muchas formas, pero la violenta reacción de Peter había descartado unas cuantas, y cambiado las probabilidades de otras tantas.Añadir Anotación
Fuera como fuese, la situación se volvió un poco confusa desde ese momento. Dodson me gritaba que recogiese mis cosas y me largase, balbuceando atropelladamente algo sobre la demanda que iba a interponer contra mí al tiempo que me rociaba de saliva. Peter había huido de la sala, perseguido por Barbara, y se había parapetado en algún lugar del piso de arriba, a juzgar por los golpes y gritos que se oían. Los invitados corrían de un lado a otro como un pulpo sin cabeza: muchos apéndices, nada de cerebro y un olor ligeramente sospechoso. Y Sebastian permanecía allí de pie, mirándome con ojos muy abiertos y solemnes; no volvió a pronunciar palabra en todo el tiempo que estuve en aquel lugar.Añadir Anotación
Cuando pedí a Dodson el dinero que me debía por la actuación me dio un puñetazo en la boca. Me lo tomé con calma: no se me había aflojado ningún diente, tan sólo hubo una cantidad simbólica de sangre derramada. Probablemente me lo tenía merecido. Pero después fue a por la cámara, y yo detrás: esa Brownie y yo teníamos una larga historia a nuestras espaldas, y no quería tener que empezar a buscar otra máquina tan sensible a las vibraciones como ésta. Forcejeamos en vano por su posesión durante unos momentos y, por fin, pareció recordar dónde estaba: en su propia sala de estar, ante los ojos de la pandilla formada por los mejores amigos de su hijo, a cuyos padres sin duda también conocería, del club o del trabajo.Añadir Anotación
—¡Largo! —me dijo, con una mirada todavía furiosa—.
¡Lárguese de mi casa, hijo de puta irresponsable, antes de que lo saque de una oreja!
Cedí en lo del dinero. Habría sido complicado argumentar que traumatizar al cumpleañero entraba dentro de mis atribuciones.
Recogí todo laboriosamente dentro de las cuatro maletas, bajo la feroz supervisión y la respiración trabajosa de James. Estaba sufriendo una especie de reacción anafiláctica hacia mí, y si no salía pronto de allí podía estallar, al tiempo que su sistema inmune se autodestruía en el ardiente deseo de hacer desaparecer su irritación.Añadir Anotación
Salí al recibidor y pude ver de refilón a Barbara en el rellano del piso de arriba. Tenía el rostro pálido y tenso, pero juro que me saludó con un gesto. Con la pesada carga de cuatro maletas no estaba en disposición de devolverle el saludo, y quizás habría sido una falta de tacto, de todas formas.
Para entonces eran más o menos las seis y media, y la oscuridad propia del mes de noviembre ya se había adueñado del cielo. Pen estaría esperándome en su sótano, deseando recibir buenas noticias y dinero contante y sonante. En tales circunstancias, no podía ofrecerle ni lo uno ni lo otro.
A la luna le quedaban tres días de luz. Como la mayoría de la gente en esa época, siempre que planeaba estar fuera después de anochecer echaba un vistazo al almanaque. Los muertos no siguen las fases de la luna, por supuesto, pero había muchos especímenes bastante más desagradables que sí lo hacían y, de todas formas, a los muertos sabía cómo tratarlos.Añadir Anotación
Así que conduje hacia Craven Park Road, por hacer algo; además tenía que pasar por el despacho cada dos meses, más o menos, aunque sólo fuese para recoger el correo, ya que de otro modo el peso de las facturas impagadas, que aumentaba progresivamente, podría amenazar la integridad de la estructura del edificio.Añadir Anotación
Harlesden no es el mejor lugar del mundo para colocar una placa en la puerta. Hay que estacionar el auto en la calle principal si uno desea tener alguna posibilidad de que siga allí al regresar.
Los pandilleros jamaicanos venden coca en plena calle y lanzan miradas de odio si por casualidad se les mira a los ojos. Y los mendigos que se sientan exhaustos en los portales y te arponean al pasar con la mirada de sus ojos hundidos, como en La Balada del Viejo Marinero, son resucitados en su mayoría: Es decir, no fantasmas, sino de los que vuelven al mundo en carne y hueso: zombis, a falta de una palabra menos melodramática. En general son una triste cuadrilla, pero eso no evita que se te ponga la piel de gallina cuando pasas junto a ellos.Añadir Anotación
Sin embargo, esa noche todo estaba bastante tranquilo: incluso el letrero que había sobre mi puerta se sostenía bastante bien.
Algunas veces, los chicos de Stonehouse Estate vienen con sus pistolas de pintura y convierten mi letrero en un capricho barroco, borrando al tiempo el digno y sencillo rostro con el que me presento ante el mundo. Pero, esa noche, las palabras F. CASTOR– EXTERMINADOR lucían con toda su austera nitidez.Añadir Anotación
Grambas, el propietario del kebab de al lado, estaba apoyado en su umbral, disfrutando de un cigarrillo liado, cuyo espeso humo flotaba a su alrededor como un sudario. Me hizo una mueca al verme abrir la puerta de la calle, y yo respondí con un guiño. Tenemos un acuerdo: él me ha prometido que no devolverá fantasmas a sus tumbas ni someterá demonios mientras yo no sirva carne grasienta frita ni ensalada pasada.Añadir Anotación
En realidad, mi despacho está sobre su restaurante. Una vez traspasada la entrada hay un estrecho tramo de escaleras, de escalones tremendamente altos, que gira en ángulo recto y conduce a mi local, en el primer piso. Pen dice que los escalones son tan altos porque el edificio sufrió una extraña rehabilitación que alternaba entre tres y cuatro alturas, dependiendo de qué partes vendieron los habitantes originales y qué partes se quedaron. Supongo que los constructores trabajaban a destajo: veinte escalones altos son más rápidos de levantar que treinta de tamaño normal.Añadir Anotación
Recogí un buen puñado de correo y seguí subiendo. Incluso estando en forma, al final de esos escalones se llega casi sin aliento. Y yo no estoy en forma. Abrí la puerta del despacho de una patada, jadeando como un teléfono erótico, y encendí la luz de un manotazo.
No es que sea gran cosa como despacho, incluso según los estándares de Harlesden. Al estar sobre un negocio de kebabs, aunque esto tiene sus ventajas en cuanto al sustento diario, las paredes, los muebles y el aire que respiras tienden a llenarse de efluvios grasientos.
Y Pen no había llegado a cumplir su promesa de conseguirme muebles decentes (aunque su oferta seguía en pie, siempre que yo consiguiese saldar mis deudas del alquiler), de modo que todo lo que poseía era un escritorio de formica, de los que debes montar tú mismo, y dos sillas de tubo de acero de IKEA. El archivador era una miniatura de dos cajones que servía también como mesa para el hervidor de agua y los utensilios para el té. Como decoración tenía seis ilustraciones enmarcadas de Little Nemo in Slumberland que compré en IKEA, en la misma expedición en la que me traje las sillas. Hacían que los clientes se sintiesen relajados y receptivos. Además, costaban menos de cuatro billetes cada una.Añadir Anotación
Sí: era patético. Pero era mío. O al menos lo había sido.
Me senté en una de las sillas, apoyé los pies sobre el archivador y empecé a revisar el correo. Por cada carta de verdad había dos folletos de restaurantes de comida india o de grandes oportunidades de inversión, lo que aceleraba la revisión: no tenía que abrir más que unos pocos sobres, antes de hacerles ejecutar el salto del ángel en dirección a la ya desbordada papelera.Añadir Anotación
Una factura de la electricidad, de color negro, otra del teléfono, roja... Los colores cambian en cada estación, como un amable recordatorio del paso del tiempo.
De repente me detuve. El siguiente sobre de la pila era de color gris pálido, y llevaba un remite que reconocí: Unidad Asistencial Charles Stanger, en Muswell Hill. Mi nombre estaba escrito en la cara frontal del sobre con una letra trabajosa y apiñada en la que las líneas curvas se delineaban a base de varios toquecitos cortos en ángulo. Era una escritura fractal: al mirarla, uno podía imaginar que, bajo el microscopio, cada golpe de pluma se descompondría en mil manchas angulosas de martirizada tinta.Añadir Anotación
Rafi. Nadie más escribía así. Nadie en sus cabales podría escribir así.
Abrí cuidadosamente el sobre, despegando el borde engomado en lugar de romper uno de los extremos para meter el dedo y pasarlo por todo el borde. Rafi me había sorprendido una vez con una cuchilla de afeitar, sujeta con cinta a la esquina del sobre. Casi pierdo la primera falange del dedo gordo.
Esta vez, sin embargo, no había más que una única hoja de papel, arrancada de una libreta. Allí, escrito con una letra muy diferente a la que aparecía en las señas del sobre (pero también de Rafi; tenía varias), había un mensaje que, como mínimo, era admirable por su brevedad.

VAS A COMETER UN ERROR TIENES QUE HABLAR CONMIGO ANTES DE QUE COMETAS UN ERROR TIENES QUE HABLAR CONMIGO YA

Todavía estaba contemplando la carta de Rafi, dudando entre metérmela en el bolsillo o dejarla caer en la papelera, cuando sonó el teléfono. El descolgarlo fue un acto reflejo: si me lo hubiera pensado lo habría dejado sonar, porque esa acción iba a hacerme participar en una conversación que ni quería ni necesitaba mantener.Añadir Anotación
—¿Señor Castor?
Era una voz masculina, seca y dura, con un matiz de severa desaprobación. Ante mí surgió la imagen de un predicador, con una biblia en la mano y el dedo apuntándome al corazón.
—Sí.
—¿El exorcista?
Pensé si mentir, pero no tenía mucho sentido, puesto que había confesado mi nombre. De todos modos era culpa mía. Nadie me había obligado a coger el maldito teléfono: lo había hecho por voluntad propia, como dueño de mis actos.
Y ahora tenía un cliente.Añadir Anotación

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Dolmen
DCFan, 14 de Noviembre de 2007
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