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MEMORIAS DE UN FREAKY. CAPÍTULO IV

Artículos de Dreamers


En 1983 salieron a la venta las figuras de Star Wars, entre ellas, los AT-AT; Gumersindo nos cuenta sus tribulaciones para conseguir uno de esos.

MEMORIAS DE UN FREAKY: CAPÍTULO 4
EL CAMELLO DE CUATRO PATAS
Hace unos días, el hijo de la vecina del quinto -la del perro asesino- celebró su undécimo cumpleaños; por cuestiones que tienen el mismo fundamento lógico que las de la política exterior de los Estados Unidos, mi hijo de cinco años, mi mujer y yo nos personamos en su casa con el inevitable regalito, elegido por mí y envuelto por mi esposa, aunque en la tarjetita rezara: de parte de Carlitos (que es mi hijo).Añadir Anotación

Me dispuse a sentarme en un sofá a escuchar los chistes verdes de los otros padres y, de paso, escudarme de la algarabía de niños corriendo, perro ladrando y un payaso inflando globos (que juraría que es el sobrino de la dueña del “todoaveinteduros”, que estudió Arte Dramático y que a veces se pone frente a la Catedral vestido de estatua). Con mi vaso de Gold Cola en la mano, pude ver a lo lejos con ese mínimo de emoción la cara de un niño abriendo el regalo. Una caja de clicks medievales. Levantó una ceja y la miró con indiferencia, ni siquiera la abrió para ver el catálogo que solían traer. Tal y como le quitó el papel de regalo, la dejó sobre una mesa y se fue al vídeo juego.Añadir Anotación

-Boby, ¿Qué se dice? –le instó la madre
-Gracias –respondió el niño sin apartar la vista del televisor.

La madre, complacida por la buena educación de su hijo, continuó su charla con mi esposa. Gracias a Dios, la fiesta terminó antes de tiempo porque al payaso se le explotó un globo y el perro asesino le atacó fieramente desatendiendo la autoritaria llamada que su ama le hacía sin moverse del sitio “Mariano, ven aquí”Añadir Anotación

Mientras bajábamos en el ascensor pude constatar lo víboras hipócritas que éramos, no dejamos de criticar ferozmente la fiesta a la que habíamos acudido tan sonrientes, que si tenía unas cortinas horribles, que un perro así de grande no tendría que estar en un piso tan pequeño o que tenía al niño malcriado. Yo me mantuve callado y asintiendo, como hacía mi mujer. Llegados a nuestro piso, cenamos y acostamos al niño y ya en la cama, pude desahogarme a gusto.Añadir Anotación
-El niño ese ni ha abierto la caja de los clicks, a su edad, ya habría perdido la mitad de las espadas debajo de la lavadora de tanto jugar, pero él...
-Los tiempos cambian, ya te lo dije cuando fuimos a comprarlo, a los niños de once años ya no les gustan los muñecos. Ahora hasta le meten mano a una novia.

Aquella noche me acosté recordando la época en la que yo tenía once años. Parece mentira, ya han pasado dos décadas.

Era el año de Nuestro de Señor de 1983. Por aquel entonces, Forum vendía sus primeros tebeos de superhéroes aunque yo no lo supiera, Pedro Almodóvar cosechaba sus primeros éxitos cantando con Mc Namara “Susan get down”, Emilio Aragón seguía una línea blanca al son de la música del “Puente sobre el río Kwai” ¡y eso era lo más gracioso de la televisión!, Michael Jackson no parecía un androide sacado de una serie de los setenta y un pingüino rosa demostraba que un programa infantil podía tener las palabras “libro gordo” en su título sin asustar a la audiencia.Añadir Anotación

Los niños con once años podían jugar con muñecos sin sentirse idiotas o algo así. De hecho, aquél fue un año muy especial porque estaban de moda unos muñecos que no olvidaríamos: los de Star Wars. Hay que entender que la saga de George Lucas para nosotros era un oasis en el desierto que era el cine. Nada se parecía a las andanzas de los Skywalker. Hoy miramos la cartelera y podemos enumerar como mínimo cinco películas con efectos especiales apabullantes, pero por aquel entonces la opción a Lord Vader era la cabeza de Roger Moore metida en un cocodrilo de goma...Añadir Anotación

Aunque hay que reconocer que ése fue el año en que se popularizaron las películas de acción en las que aparecían punkies, bien atacando un pacífico barrio hasta que el amigo Bronson ponía en orden las cosas con su innecesaria y rebuscada mala leche, o bien dominando la tierra en un indeseable futuro no muy lejano (como “La fuga del Bronx”, “El exterminador de la carretera” o “Mad Max” –que, por cierto, la calificaban como película S-). En aquella Navidad llegaba por primera vez a España aquel al que años después Reagan calificaría como ejemplo para los americanos: Rambo, se estrenaba “Acolarrado”; por el momento, no mataba malvados vietnamitas ni ayudaba a los bondadosos talibán contra los desalmados rusos, pero derribaba a pedradas un helicóptero, si eso no es ser bruto...Añadir Anotación

Ahora que lo pienso, últimamente se ha hablado de que abunda la violencia en la televisión y el cine. Personalmente, creo que si comparamos las películas de los primeros ochenta con las actuales, lo siento por los “Cara a cara”, “Sé lo que hicisteis el último verano”, “xxx” o “Desperado”, pero no llegan a los “Yo soy la ley”, “Viernes 13”, “Posesión infernal” o “Conan el bárbaro”... Hasta había más violencia en las de Bud Spencer y Terence Hill.Añadir Anotación

Pero volviendo al tema del que hablábamos, los muñecos de Star Wars. A lo largo del año ya había conseguido comprarme un par (eran un soldado gamorreano –los cerditos que custodiaban el palacio de Jabba en la tercera parte- y un bicho que tenía dos ojos y una cabeza en forma de lengua lasciva que se llamaba Hammermead), pero ninguno de nosotros tenía el juguete más deseado de nuestra infancia: el camello de cuatro patas, sí, suena redundante, todos los camellos tienen cuatro patas ¿no?, pues para un niño de un barrio –digamos- problemático como lo era el mío, no todos los camellos tenían cuatro patas, no sé si pilláis el concepto...Añadir Anotación

El camello de cuatro patas, era el monstruoso vehículo que atacaba a los rebeldes al principio de “El Imperio contraataca”, creo que se llama AT-AT. Pues ése. El juguete era una carísima reproducción a escala para los muñecos, lo que venía a dotarle de unas dimensiones considerables.Añadir Anotación

Los sábados por la mañana, mis amigos y yo peregrinábamos al centro para poder contemplarlo en una juguetería que había en la calle Cuna y que aún hoy en día, pese a la decadencia en el negocio, sigue abierta. Pegábamos nuestras caras contra el escaparate y nos quedábamos mirándolo durante algunas horas, entonces alguien soltaba “Me han dicho que en El Corte Inglés también está expuesto y te dejan jugar con él si no hay mucha gente” no sé cual era el autor de esa afirmación, pero si lo pensabas detenidamente, había una trampa: diciembre, vacaciones de Navidad, El Corte Inglés y no hay mucha gente... ¿Cuál de estos cuatro elementos creéis que sobra? Pero no éramos demasiado listos y acabábamos yendo a la sección de juguetería con otros cientos de niños que habrían hablado con el mismo oscuro sujeto.Añadir Anotación

Fue uno de esos sábados, ya era por la tarde, después de “Érase una vez... el hombre” cuando sucedió. Estábamos jugando a Galáctica (era una serie que se quedó olvidada pero, creedme, era buenísma iba del espacio y una estación de combate que se enfrentaba contra un ejército de robots llamados cilones mientras buscaban un planeta en el que vivir. Bueno, pues la muletilla favorita de la serie era “bipper uno, bipper dos...” que era lo que decían los pilotos de Galáctica cuando salían a toda velocidad de la nave –por cierto, los bippers eran las naves de los buenos-)Añadir Anotación

En 1983, las medidas de seguridad de los juegos infantiles estaban un tanto relajadas: los columpios, toboganes y demás cacharros que se encontraba uno en un parque estaban hechos de acero oxidado, cuántas antitetánicas me he ganado gracias a estos artilugios... Bien, pues nosotros tampoco poníamos demasiado interés en ser prudentes, así, jugar a Galáctica no era otra cosa que coger una caja de madera de la calle o un bote de suavizante tamaño familiar, montarse encima y bajar por las escaleras o por las rampas de los aparcamientos. Generalmente, la posición inicial sufría dolorosas modificaciones durante el trayecto. Ése fue el caso de Rubén, se montó en la caja de madera y ambos rodaron escaleras abajo por separado, ni pudo decir “bipper uno”, lo que sí entendimos entre sus lágrimas fue un “no puedo mover la pierna”. Para más desgracias, tenía astillas en el culo, se había fracturado el brazo, la pierna y el ratoncito Pérez pudo tachar de sopetón su nombre de la lista. El domingo siguiente lo visitamos, estaba en la cama hecho una momia. Le firmamos las escayolas como era la costumbre y él nos contó con recuperada virilidad sus batallas de hospital. Para consuelo suyo, la madre le había hecho un carísimo regalo: un transatlántico de Tente.Añadir Anotación

El siguiente en caer fue Pancracio. Fue jugando al “Torito tres cuartas” era un juego parecido al coger, con la variante de que la manera de estar a salvo era encaramándose en algún sitio que estuviera por encima de tres cuartas contadas con las manos. Existía el pique añadido de ver quién se subía más alto. Ganó Pancracio. Se sentó en lo alto de un árbol, colgando las piernas como señal de recochineo. Pese a que era invierno, él llevaba los calzones de jugar al fútbol, así que unas hormigas cabezonas a las que no les hacía gracia el nuevo inquilino se colaron por el sacrosanto sitio que jamás debiera ser profanado produciendo una reacción histérica y con muy poco sentido del equilibrio. Todavía me duele cuando lo recuerdo.Añadir Anotación

Cuando lo visitamos al día siguiente, estaba con un brazo escayolado y tenía algunos arañazos. Pero aún pudo chulear de que su accidente fue más doloroso que el de Rubén. Además, le habían regalado una moto-jet y a Lord Vader.

Gregorio tuvo otro accidente, quiso bajar una cuesta con un monopatín a lo “Silver Surfer” y cayó a lo “Coyote” sobre unos cactus que había en el jardín de al lado. Le tuvieron que poner una pomada no sé por qué ni aún hoy en día lo quiero saber porque recuerdo que olía a rayos (si es que los rayos huelen a ratas muertas). Al menos, le regalaron los primeros números de DAREDEVIL en Fórum, para que leyera y además, uno de Vértice donde la Masa se enfrentaba al Wendigo y a Lobato.Añadir Anotación

Estaba claro. Accidente era igual a regalo. Tenía que tener un accidente grave para que me regalaran el camello de cuatro patas. Así que hice varios intentos: introducir tijeras en los enchufes, subir a los balcones a recoger las pelotas que se embarcaban sin que me obligara la ley de la botella (quien la tira, va por ella), o pasar por delante de los perros sueltos que había en la obra de en frente de mi casa. Pero nada. Mi temeridad se veía compensada con una buena dosis de suerte en unos casos o con un ataque de sentido común en los otros.Añadir Anotación

Pero llegó un día importante, el miércoles, 21 de diciembre de 1983. A ningún freaky le sonará esa fecha, lo que ya es una pista. Ese día se tenía que disputar un trascendental partido de fútbol en el estadio Benito Villamarín que estaba en Sevilla, ciudad en la que yo vivía (y vivo). Resulta que la selección española estaba empatada a puntos con Holanda y la única manera de clasificarse para la Eurocopa era superándola en el cómputo de goles marcados durante la competición menos los goles recibidos. El sábado anterior, Holanda le había goleado a Malta con un cinco a cero y la vez anterior, le había metido seis goles, así que España tenía que ganarle a Malta por once a cero.Añadir Anotación

Fui al estadio con mi tío, convencido de que era imposible que España saliera de ésa, así que, una vez perdido el partido, sacaría una bandera de Holanda que había improvisado con un palo, un poco de tela y la témpera del colegio y la hondearía orgulloso. De ahí a la paliza con la que los hinchas desahogarían su frustración sólo había un paso. Pero todo salió mal. La selección española, que nunca en su historia ha jugado bien cuando más lo necesitaba, jugó bien y le ganó a Malta por doce a uno.Añadir Anotación

Todo el mundo era feliz e incluso invadieron el estadio antes de terminar el partido. Yo intenté aprovechar aquella ocasión para ponerme delante y, gracias a mi poca corpulencia y mi menor altura, acabar pisoteado por la euforia. Ni por ésas. Mi tío me cogió en brazos y se unió a la masa. Así que lo único que salió herido fue mi orgullo (ser aupado a los once años no es algo muy digno).Añadir Anotación

Volvimos a casa y yo sentía que el tiempo se me escapaba, tenía que ocurrirme algo grave, así que, siguiendo un consejo de un amigo que tenía, experto en fingir enfermedades, el truco estaba en tragarse media pastilla de Avecrem. Eso haría que me llevaran al hospital. Como no estaba del todo seguro de que eso funcionara, me tragué un número que nunca pude precisar. Acabé en el hospital peor que nunca, creía que me iba a morir. Me llevaron al hospital y un médico eufórico por la victoria de nuestra selección nos recetó Dios sabe qué y durante varios días no es creyera que fuera a morirme, sino que lo único que quería era morirme. No obstante, al final de mis malogradas vacaciones navideñas, mejoré mínimamente, lo justo como para volver al colegio sin perder un solo día (mierda de enfermedad).Añadir Anotación

Pero antes, mientras mejoraba un poco, mi madre se me había acercado y me había preguntado qué era lo que quería, que esta Navidad iba a ser más especial. No lo dudé. “Quiero el camello de cuatro patas”.

Llegó el ansiado día, mi madre me llamó musicalmente. “Mira lo que te han traído los reyes”.

Acudí corriendo y lo vi, lo vi, el regalo. El circo de los clicks y un perro. Por lo visto, como no podía pronunciar bien, entendió “un perro de cuatro patas”, asumiendo que no quería uno de ésos de juguete con ruedas.

Era un chucho pequeño que siempre ladraba, en su primera semana devoró el barco pirata, a partir de la segunda, mis comics sirvieron para limpiar sus regalitos y desde entonces todos mis clicks nunca tendrían pelo.

Si la sinceridad puede resultar desagradable, fingir se le llama ser educado. Y yo era muy educado. Llamamos al perro Santillana y lo amorticé jugando con él haciéndolo pasar por camello de cuatro patas, tiranosaurio contra el que luchaban mis superhéroes, dragón al que derrotar para salvar los castillos y perpetuo culpable de que mis deberes no se presentaran a tiempo.Añadir Anotación
Ignorando el hecho de que la familia del quinto le ponga al niño nombre de perro y al perro, nombre de niño; lo cierto es que vivimos un mundo raro y un tanto feo, por un lado, los niños lo tienen todo automáticamente, por lo que no cosechan el sentimiento de la ilusión, y sin ilusión, la infancia se vuelve aburrida, por lo que entiendo que acaben tomando actitudes más propias de adultos: despreciar juguetes y personas, o fumar y pensar con el sexo... Menos comprensible es la actitud de muchos padres que deciden tener un diálogo con su hijo en plan amiguetes y acaban asumiendo un estado de puerilidad e inmadurez que queda ridícula desde fuera. Ya se ha perdido ese mundo normal, lleno de esos niños que eran capaces de jugarse el pellejo en un partido de fútbol por un regalo.Añadir Anotación


por Francisco Corbacho

Artículo enviado por termita dorada el 9 de Septiembre de 2003
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