Para todos aquellos que no conozcan al director, se le puede presentar con unas pocas referencias.
Hayao Miyazaki (y su estudio Ghibli) es el creador las películas y series de animación de mejor calidad que nos llegan desde la tierra nipona. Para los nostálgicos, es el padre (metafórico) de Heidi y de Marco, para los no tan viejos, el responsable de ese Sherlock Holmes "furrie" que era el único y genial que nos amenizaba las tardes de crios. Ganó el Oscar con "El viaje de Chihiro", su particular versión de "Alicia en el pais de las maravillas" y vuelve a la carga con la fantasía y los cuentos para todos los públicos.
Una cosa buena de Miyazaki es que si bien sus productos interesan mucho al público infantil, no disgustan a los adultos. Cuando hace cine para todos los públicos es realmente para todos.
Pero no hay que caer en el error común de los no legos al catalogar inmediatamente la animación como un género "infantil". No como "La princesa Mononoke", película anterior a "El viaje de Chihiro", en la que el corte adulto y violento de la cinta no la hacía apta para menores.
En "El castillo ambulante", Miyazaki opta por una inmersión en la cultura europea, ambientando esta vez su historia en una centroeuropa en guerra muy "Steampunk", con navíos voladores, magos de la corte y guerras "mundiales" al puro estilo prusiano.
La historia nos narra las desventuras de una chica "feucha" (evidentemente, no lo es. Es un personaje anime tan guapa como los demás... pero ella cree que es asi) que vive absorta en su trabajo de sombrerera. El destino hará que se cruce en el camino de Howl el malvado mago devorador de corazones y la bruja del páramo, que la transforma con una terrible maldición. De este modo, la heroína parte en busca de alguien que le pueda ayudar con el maleficio y acaba envuelta en una intriga de amor y magia.
Como siempre, ver la obra de Miyazaki es una delicia visual y sonora. Sus personajes son entrañables y graciosos y las historias complejas y apasionantes. Desgraciadamente, en esta ocasión la complejidad llega a ser demasiado para el espectador medio. La historia se retuerce y da vueltas, y es posible que quien no esté algo familiarizado con la narrativa de Miyazaki y la oriental en general se pierda a mitad de película.
Sin embargo, para aquellos que ya hayan disfrutado del arte de Miyazaki, la película aporta un buen rato de diversión.
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