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MORTADELO
-- Viernes, 22 de Abril de 2005 a las 16:36.
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Ignoro si David Fincher es, o mejor dicho, llegará a ser algun día un buen director pero lo que tengo muy claro es que unos buenos pulmones sí que tiene. Fincher agarra una historia ganadora del campeonato de redacciones de un curso de amigos del peyote y la hincha (delirios de la personalidad), la hincha (bienamada violencia), la hincha (automutilación) y la hincha (nihilismo terrorista) y de puro milagro no estalla. Lo que sí estallan son las caracajadas ante semejante espectáculo ganso. Una cosa si hay que reconocerle a Fincher, le salga bien o mal la jugada no se puede dejar de apreciar en él un cierto espiritu gamberro aunque éste sea mas propio de un adolescente mosqueado que de un cinesta medianamente convencido de sus propuestas.
A Fincher Kropotkin y Bakunin se la traen al fresco, a él lo que le gusta es filmar una versión bruta y violenta de "La guerra de los botones" y el anarquismo new age. Su particular intifada de salón la lleva a cabo mediante películas que de puro ampulosas casi llegan al ridículo. Estuvo a punto de caer en ese error en sus trabajos anteriores: la mesiánica "Alien 3", la exagerada aunque brillante "Seven" y la rocambolesca y verbenera "The Game", pero en "El club de la lucha" se lanza de lleno, y no sé yo si a propósito, al más absoluto ridículo, aunque eso sí con gracia y con estilo, con talento incluso.
La historia que trata de contar su película se desborda, le viene grande incluso a la propia pantalla (y así nos lo hace ver con algunos efectos digitales curiosos) y lo que empieza como una ola gigante en las interioridades de la sala de proyección, va amainando hasta llegar a los pies del espectador como una bromita moderna, como una fábula sacada de una galleta de la fortuna china. Al final lo que queda de aquel tifón de ideas radicales, de estética rupturista, de imágenes impactantes, de giros argumentales inverosímiles es una brisa leve que apenas agita la mente de los que la contemplan. "El club de la lucha" es exagerada, extravagante y parece, por su mezcla de ingenua perversidad, una película de cine mudo pasada por una cura de desintoxicación en un laboratorio de efectos especiales.
¿Y quién va en la cresta de ola de semejante cuchufleta inofensiva? Un actor con mayúsculas, Edward Norton, y uno que debe serlo porque lo pone en su carnet, Brad Pitt, acompañados de la insufrible Helena Bonham Carter en un papel tan prescindible como carente de interés. Norton es lo mejor de la película con creces, porque este actor hace interesante cualquier proyecto en el que intervenga y, si uno es benevolente, no deja de tener su miga el progresivo desvarío de la película hacia el más absoluto de los disparates mediante unos diálogos que son dadaístas de puro grandilocuentes o algunas escenas que oscilan entre la comicidad más primitiva a la violencia contemplada como una de las bellas artes (y si no que se lo digan a Jared Leto tras pasar por la clínica "Jorobado de Notre Dame" de adecentamiento facial).
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