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Grego
-- Domingo, 18 de Marzo de 2007 a las 19:48.
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.62.14.144.190 |
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La primera vez que vi “El jinete pálido” la película me dejó descolocado, como descolocado me dejó “Infierno de cobardes”, con la que guarda similitudes. Con el tiempo, reflexionando sobre ella, tenía una sensación ambigua, pues no tenía claro si me gustaba o no y, en esa sensación, no sabía discernir si era una película magistral, con muy buenos momentos – aunque la escena de los palos no me gusta nada- , o una película sobre la que me encontraba fuera de sitio. Debo decir que a mí me gustan más “El fuera de la ley” y, por supuesto, “Sin Perdón” –la obra maestra de Eastwood -, pues me fascinan en ellas su puesta en escena. Sin embargo, con el tiempo, estoy más propenso a valorar a “El jinete pálido” como un experimento magistral y original; pues en ella asistimos a una nueva visión del Western clásico, donde conjuga todos los elementos del clasicismo más sublime – con referencias explicitas a “Shane”, con algún que otro homenaje a “El hombre que mató a Liberty Valance” (los trajes de los enviados del gobierno con sus gabardinas) y “Hasta que llegó su hora”- y los clichés ultrarepetidos y previsibles del género y, a la vez, un relato fantástico sin parangón en la cinematografía del Oeste. Y este aspecto de relato fantástico es el que hace que esta película sea extraordinaria. La película muestra a un fantasma, a un asesino, a un “ángel de la muerte” que regresa de su tumba para acabar consigo mismo, para redimirse de su pasado, de maldad, asesinato y amistad con los poderosos para regresar como un espectro que acaba consigo mismo. No en vano las mismas señales de disparos que tiene en su espalda son las que recibe el enviado del gobierno sobre el que dispara, el único personaje que reconoce “al predicador” “- ¿Tú?”, le dice, ese ¿tú? Puede significar: yo mismo, regreso de mi tumba, para acabar conmigo mismo; con una séptima bala fantasma que impacta en su cabeza. Por eso considero ahora que “El jinete pálido” es una obra maestra sin parangón, por su originalidad. El espectro que cabalga y deja su sotana para enfundarse un revolver es una magistral reflexión sobre "el bien y el mal" -temática repetida por Eastwood - "No se puede estar con Dios y con el demonio a la vez"; si, en el pasado, estuvo con el Demonio, el fantasma solitario ahora está con "los justos", con "los necesitados", pero eso no impida que sea un asesino, un pistolero, alguien malvado condenado a vagar fatasmagóricamente por la eternidad del paisaje mitológico del Western; como cuando Patt Garrett se dispara a sí mismo en el asesinato de Bill Kid en el requiém de Peckinpah. Por cierto, el inicio de la película se sublime, muy a lo Samuel Fuller.
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