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RealWimper
-- Viernes, 22 de Octubre de 2004 a las 17:30.
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Una de las grandes películas del género policíaco, no tanto por su calidad, como por su capacidad para crear escuela y estereotipos. Eastwood insufló vida a un personaje mítico, rompedor de esquemas, que a su vez le depararía fama y encasillamiento. El personaje del sargento Callahan, duro, agresivo, violento y expeditivo, supuso un revulsivo importante en el género pues nunca hasta ese momento la violencia de la autoridad había sido personificada en un único individuo con tanta intensidad. De hecho fue a partir de este trabajo cuando la brutalidad policial comenzó a abrise paso en las pantallas. "Harry, el fuerte" se convirtió así en una película pionera (o casi) que convirtió la Magnum 44 en el arma fetiche de sus seguidores. Tal fue el éxito que tuvo continuaciones, haciendo de Callahan el referente policial de la dureza a la vez que padre de posteriores policías y militares vengativos, tal es el caso de los Charles Bronson y Chuck Norris varios.
No obstante, dejando a un lado los innegables méritos cinematográficos, es de justicia reconocer que el personaje de Callahan es, cuanto menos, repulsivo. A fin de cuentas, Clint encarna a la perfección el estereotipo del fascista urbano violento partidario del jarabe de palo. Todas las cuestiones relacionadas con los derechos humanos, la razón, la moderación o la reinserción social son incompatibles con un tipo que se pasea por la vida actuando, no ya como policía, sinó como juez, jurado y verdugo. De hecho, bien pensado no hay tantas diferencias entre Callahan y los delincuentes a los que da caza, pues ambos comparten tanto los métodos como sus objetivos (a saber: someter al adversario vía fuerza bruta). Las únicas diferencias radican en sus actuaciones, la una amparada por la ley y la otra fuera de ella. Una separación tan estrecha que ambos papeles bien podrían conmutarse sin afectar a los resultados, tan escasas son las discrepancias entre quien defiende la ley y quien la infringue. El hecho de que los espectadores empatizen con Harry sólo puede entenderse por tanto a través del prisma de la relatividad. Es decir, Callahan es aceptable porque es "relativamente mejor" que sus delincuentes, aunque en términos absolutos ambos sean unas malas bestias. Y, por supuesto, esta obra es una apología visceral de "el fin justifica los medios". El colmo de la barbarie, vamos.
Curiosamente, en el límite de la aberración, no han faltado los asnos que han rebuznado proclamas a favor de una aplicación realista del sargento Callahan, amparándose en demagogias populistas al estilo de "no se puede dialogar con los criminales". Únicamente un ignorante (o un loco) se atrevería a defender tales ideas para solventar un problema tan complejo como es el crimen.
En resumen: Primera y conocidísima obra del sargento Harry Callahan, prototipo del policía soñado por cualquier aspirante a dictador que se precie.
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