II
No quise tomar el objeto
que el Dr. Armitage me tendía. Era como si algo superior
a mis fuerzas me lo impidiera, un conocimiento oscuro sobre lo que
ese amuleto representaba que me llevaba a rehusar tan siquiera a
contemplarlo.
- ¿Qué ocurre, Don Gonzalo?
- Usted sabe bien lo que ocurre, Dr. Armitage. Ese amuleto es portador
de cosas que debiéramos dejar tranquilas y alejarnos de ellas
lo más posible.
- Pero es importante que sepamos su origen, sólo así
podremos enfrentarnos a ésto.
- Puede ser, pero preferiría que se deshaga cuanto antes
de esa pieza... Es maligna.
En cuanto llegué a casa, algo oscuro
me obligó a llamar por teléfono.
- Escúcheme, Armitage. Lo he estado
pensando mejor. Lo ayudaré con eso del amuleto, pero le recomiendo
el más extremo de los cuidados. Ud. ya conoce el Necronomicón
y lo que allí dice el árabe loco acerca de ese objeto
innombrable.
Decidimos vernos en la biblioteca de la
universidad para tener el Necronomicón a mano y que
nos sirviera de talismán protector.
- Bien. Lo veré en veinte minutos...
Hasta entonces, tenga cuidado, Armitage, mucho cuidado...
Cuando colgué el aparato, le imaginé
contemplando muy fijamente el extraño amuleto.
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