III
Se despidió de Don
Gonzalo y en un silencio espeso, colgó el teléfono
y guardó el amuleto en el bolsillo de su chaqueta. Quedó
sentado tras su escritorio con semblante serio mientras miraba cómo
me movía nerviosamente y esperando una orden suya.
Era tarde ya y los rayos del sol comenzaban
a morir levemente. Al fondo podía divisar una gran avanzadilla
de nubes, que amenazaban con tormenta.
- Vamos, Albert, no podemos llegar tarde
a la cita.
Así que, sin más dilaciones
subimos al coche negro como la noche y como todos los malos presagios
que parecía traer.
Mientras conducía por la carretera,
miré al Doctor Armitage por el espejo retrovisor. Miraba
el extraño amuleto, que Don Gonzalo ni siquiera había
querido tocar. Por increible que pudiera parecer, pude apreciar
que el amuleto tenía extraños simbolos grabados alrededor,
muy similares a los empleados por los egipcios que basaban su escritura
en jeroglíficos.
- No se preocupe, señor, seguro
que Don Gonzalo le echará una mano. Además... Ud.
sabe apañárselas por sí mismo e incluso podrá
recurrir a otras amistades.
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