VI
Sé bien que antes
o después dará conmigo la pérfida Anguila de
la Albufera, tan sutil en sus pesquisas como malvada en sus elucubraciones;
pero le haré sudar de lo lindo antes de ofrecer mi cuello
a la voracidad insaciable de su profesionalidad obstinada. Ya adivino
la maquinación que debe estar tramando con su fiel amigo
Iranon, mas este viejo loco no piensa darles ninguna facilidad.
Es notorio que mi vida transcurre por los lúgubres sótanos
que limitan con el tránsito de esta vida; así que
no será difícil eludirles por entre los arrayanes
y los surtidores de los alcázares o deambulando por la alcaicería,
entre los mercaderes del arrabal.
Adivino al Dr. Armitage retorciéndose
de impotencia por no poder descifrar el misterio del faraónico
sapo verdoso que le regalara Curwen, y confío en que las
malas artes de Don Gonzalo, el Barón, estén lejos
de entender la maligna inocencia de tal obsequio. Nada ocurre por
azar. ¡Cómo no van a sentir interés Mr. Wilmarth
y Mr. Hee Hoo, ya lo creo! Pero nadie con más devoción
que yo en que esa valiosísima pieza llegue incólume
a mis manos.
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