IX
La llamada de la Srta.
Whateley me dejó un poco perplejo. Su voz se dejaba sentir
tan cálida como siempre. Me inspiraba una cierta serenidad
y, sobre todo, confianza. Sin embargo, noté en sus palabras
una calma tensa que presagiaba unos acontecimientos muy tormentosos.
Nunca pude imaginarme que el regalo de Joseph hubiera podido arrastrar
toda esa cadena de sucesos inexplicables.
En mi despacho me sentía
a salvo. La noche oscura tapiaba el ventanal que daba al campus
desierto y el humo perfumado de mi pipa cubría las luces
indirectas sobre mi escritorio. De pronto, escuché un ruido
tras la puerta y ví que una sombra acuchillaba la luz que
entraba por debajo de la madera y por el ojo de la cerradura. De
pronto, apareció en el suelo de parquet la mancha blanca
de un sobre, que me apresuré a recoger. Dentro había
dos pequeñas láminas, una de estaño y otra
de cobre, sobre las que había grabados unos caracteres moriscos
y otros que no podía identificar. También había
una pequeña nota en la que, con una letra como patas de araña,
se podía leer: "Os serán de utilidad, si conseguís
romper los sellos". De todo esto lo más sorprendente
era quien firmaba la nota, dos iniciales ambiguas, que no estaban
escritas horizontalmente, una L y una segunda letra girada que podría
corresponder a una M o a una W, según como se mirase.
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