XIII
Diario de Hee Hoo día
XX/XX/XXXX
Luego de haber contactado con mi vieja amiga Lavinia, me sentí
más aliviado y aquella noche pude dormir más o menos
bien. Siempre he admirado en ella ese aplomo y ese carácter
flemático, que muestra ella en las peores situaciones.
Al día siguiente
tomé un tren hacia un pueblito de la campiña, donde
vive el Sr Marchand, un gran amigo mío de unos cincuenta
años y que, por encima de todo, es un gran egiptólogo.
Aunque es un egiptólogo amateur, sus conocimientos
son dignos del de un doctor de cualquier gran universidad.
Luego del copioso almuerzo
que me ofreció, le mostré la foto del amuleto que
el Sr. Curwen me había hecho llegar y, tras estudiarla minuciosamente
la apoyó sobre la mesa y se quedó unos minutos en
silencio, pensando.
Por fin exclamó: ¡Ah! ¡ya sé dónde
he visto ese amuleto! Luego me condujo a la buhardilla de su casa
donde tenía su estudio. Mientras subímos la escalera
me dijo: "Tengo un documento que te va a interesar. Es la
copia de un original..."
Una vez en su gabinete, se dirigió hacia unas estanterías
llenas de libros y papeles. Después de mucho buscar, vino
a mí con un viejo pergamino cubierto de inscripciones jeroglíficas
y algunas ilustraciones. Entre éstas estaba la réplica
exacta del amuleto de Curwen.
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