XXIII
Final del Relato de
Menehptah
A medida que nos acercábamos a Akhet-Aton las poblaciones
venían a nosotros presas de una histeria colectiva. Por lo
poco que pudimos apreciar por sus confusos relatos, lo que allí
estaba sucediendo era realmente abominable y no había más
tiempo que perder, así que lanzamos nuestros carros a toda
velocidad y al crepúsculo llegamos a las citadas ruinas.
Un espectáculo abominable nos aguardaba allí.
Aquellas ruinas estaban pobladas ahora por toda clase de individuos
marginales que adoraban divinidades impías y más abominables
que el propio Seth. Irrumpimos en una de sus ceremonias, en las
cuales estaban sacrificando víctimas humanas de la manera
más intolerable que puede haber. Dicho espectáculo
me llenó de ira e inmediatamente di la orden de atacar. Azuzamos
también nuestros perros de combate que, por una razon que
no comprendimos, se abalanzaron directamente a los viejos sótanos
de la ciudad. De los sectarios no dejamos ni uno vivo y, luego de
liberar a los cautivos fuimos hacia los sótanos donde algo
peor nos aguardaba. Los perros gruñían con furor ante
los cadáveres de horrendas criaturas con rostro bactraciano
que los mismos perros habían descurtizado. Entre los trofeos
que recogimos hallamos un extraño amuleto.
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