XXXII
Tal y como me recomienda
mi amigo Hee Hoo, decido viajar en tren nocturno hasta Brattleboro
para evitar mayores incomodidades, aunque después de la amenaza
telefónica he de reconocer que sentía cierto malestar
y ya no me fiaba ni de mi propia sombra. En una ocasión ya
había sido amenazado de agresiones físicas, por lo
que estaba acostumbrado a estas cuestiones, pero esta vez el asunto
era más grave si cabe. El trayecto transcurría perfectamente
hasta que me pareció observar algunos movimientos extraños
en una persona que se sentó cerca de mi asiento. Por supuesto
llevaba a buen recaudo el extraño medallón con la
rana coronada que me estaba causando más molestias que otra
cosa. Sabía que esa rana con corona guardaba importantes
enigmas y que intentarían arrancármela de mi poder.
¿Quién me mandaría a mí comprar aquella
estatuilla dichosa en El Cairo? ¡Tan tranquilo que yo estaba!
Ahora ya no había remedio, tenía que continuar salvando
el pellejo y mantenerme expectante. En la estación de Brattleboro
me esperaba Hee Hoo con semblante triste puesto que su amigo Mr.
Marchand había sido asesinado. Montamos en su coche y nos
dirigimos a su apartamento. Me comentó que Lavinia Whateley
llegaba al día siguiente con la intención de ayudarnos
en esta historia. Me pidió que le mostrase el medallón,
y al ver la figura de la rana coronada su tez palideció horriblemente.
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