XXXVI
En la mano inerte de Marchand
yacía su escramasax sajona del siglo VII DC, que utilizaba
para abrir sus cartas y que le habían servido para rechazar
a sus agresores.
A juzgar por el desorden y los trazos de sangre calculé que
habría matado dos de ellos por lo menos, sus compañeros
se habrían llevado los cadáveres. Ví que varios
objetos de la colección de Marchand habían desaparecido,
entre ellos el famoso pergamino.
De pronto percibí un olor repugnante e imposible de identificar
que provenía de la sangre de los agresores. Comprendí
entonces que los asesinos de M. Marchand no eran criaturas naturales.
Lleno de pavor tomé la herrumbrada escramasax y comencé
a bajar las escaleras.
Cuando llegué al vestíbulo escuché sonidos
que venían del cercano sótano. Supuse que sería
el asesino de M. Marchand y decidí sorprenderlo y ajustarle
las cuentas. Pero luego me dí cuenta que eran más
de uno y que se comunicaban entre ellos a traves de horrendos sonidos
guturales.
Mi valentía momentánea se desvaneció y huí
de aquel lugar.
De regreso a mi apartamento me comuniqué con Lavinia y con
Curwen para comentarles mi macabro descubrimiento.
Al día siguiente recogí en la estación a mi
amigo Curwen, lo cual me trajo un cierto alivio a la tristeza que
me procuraba el atroz asesinato de mi viejo amigo Marchand.
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