XXXIX
Lo que me temía
de hace unos días me fue confirmado por Joseph Curwen cuando
me dio a conocer sus inquietudes. Desde la noche en que salí
despavorido de lo de Marchand se me ocurrió que yo había
sido el último en ver a Marchand en vida.Es más, el
día previo a su asesinato había cruzado en su pueblito
varios conocidos que me saludaron...para la policía sería
yo el sospechoso numero uno. Sobre todo que Mr Marchand me había
designado como heredero de la mayor parte de sus reliquias...La
idea de enterrarlo en su jardín tal como me lo propuso Curwen
me causó cierta repugnancia pero por otro lado admití
que no teniamos otra opción. No obstante el tiempo apremiaba
y había que actuar rápidamente. Decidimos que al día
siguiente, luego de haber recogido a Lavinia iríamos directo
al pueblito de Marchand y ejecutaríamos lo que debíamos
hacer. Su casa estaba en los linderos del pueblo así que
decidí que estacionaríamos el auto a unos kilómetros
de allí en un bosquecillo que solo Marchand y yo conocíamos.
De allí tomaríamos un sendero abierto por los ciervos
y que llegaba hasta las cercanías del pueblo y no lejos de
lo de Marchand. Entraríamos al atardecer por la puerta del
jardín, que daba a una callejuela que nadie frecuentaba.
En casa de Marchand encontraríamos los útiles necesarios
para llevar a cabo la triste tarea.
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