XL
No dormí en toda
la noche. La pareja que llevaba un niño dormía profundamente.
Los oía respirar. A la señora la cabeza le tocaba
las rodillas y roncaba como un gato. Los estudiantes japoneses reían
entre dientes, no quiero pensar ni lo que hacían. Mejor así.
No estaba yo para fiestas precisamente. El señor con rasgos
arabescos leía un libro. Al menos daba esa impresión.
Me daba cierto miedo, bueno más bien intranquilidad. Me sentía
observada. No sé que hora sería cuando me dirigí
al servicio. Lo hice por estirar un poco las piernas. Al salir el
señor de rasgos arabescos estaba entrando al otro servicio,
al de caballeros. Me pareció que iba a decirme algo pero
salí disparada hacia mi asiento. Ya amanecía cuando
llegué a Brattleboro. Enseguida ví a He haciéndome
gestos con la mano. Sentí alivio. A su lado Joseph Curwen
permanecía sentado en el coche de He. Nos saludamos los tres
y subí al coche. Nada más arrancar He comenzó
a contarme muy nervioso las últimas novedades. Me daba la
impresión de que me estaba metiendo en un buen lío.
Pero lo peor fue cuando oí la única frase que Curwen
pronunció durante todo el camino. Había que enterrar
a Marchand esa misma noche sin más demora en el jardín
de su casa. He me miraba por el retrovisor. Yo no podía hablar.
Pero Curwen volvió a repetir la frase.
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