XLIII
Al día siguiente
fuimos a recoger a Lavinia a la estación de Brattleboro.
Me hubiera gustado poder ofrecerle una noche de reposo bien merecida,
tras tan agotador viaje pero teníamos otros imperativos urgentes,
tal y como me lo recordaba Joseph Curwen sin cesar. Miré
a Lavinia por el retrovisor con una expresion que quería
decir "perdón por este imprevisto" y tomamos
la autorruta hacia Pertètte-les-Oies. Llegamos al anochecer
a casa de Marchand y finalmente optamos por enterrarlo a él
y a su perro en el bosque que había detrás de su casa
y no en el jardín. Tras terminar la funesta tarea, a eso
de las tres de la madrugada, volvimos a su casa tomando las precauciones
necesarias (con guantes de goma y con los pies envueltos en bolsas
de nylon para no dejar huella alguna). Nos pusimos entonces a limpiar
mis huellas digitales y mientras hacíamos esto en el gabinete,
Lavinia notó un sobre en papel madera caído al costado
del escritorio que los agresores no habían visto. Era un
sobre que Marchand había preparado para enviarme el mismo
día que me fui de su casa y contenía más documentos
sobre el medallón y el culto al que se le asociaba. Decidimos
que examinaríamos el contenido más tarde.
Antes del amanecer nos fuimos de allí, pero previamente tomé
del armario donde Marchand guardaba la colección de armas
de su padre tres pistolas que repartí entre nosotros tres.
- Es mejor que a partir de ahora estemos armados - les dije.
|