XLVI
Me sentía raro,
extraño, diferente, desde que acudí en la ayuda del
Dr. Armitage y Don Gonzalo. Estaban en peligro y sin pensarlo dos
veces me dirigí donde se me dijo. Durante esa noche tuve
sueños espantosos, pesadillas inexplicables donde veía
a extraños seres vestidos con ropajes arabescos como de película
de Cecil B. De Mille. Me desperté muy sobresaltado y me fui
a la estación para partir hacia Brattleboro. Recuerdo a Hee
Hoo muy nervioso, a Lavinia sentada en la parte trasera del coche
de Hee Hoo. Recuerdo el cadáver desangrado de Marchand y
una húmeda fosa que cavamos en un bosque cerca de su casa
para enterrarlo junto a su perro. De camino de vuelta a Brattleboro
me sorprendí acariciando una pistola que Hee Hoo me había
proporcionado. Llegamos a su apartamento cuando ya había
amanecido y decidimos dormir un rato. Los horrendos sueños
volvieron a asaltarme, los extraños seres me rodeaban y hablaban,
yo me sentía como fuera de mí. Desperté de
pronto ante la cama de Lavinia que dormía profundamente y
yo mientras tanto le apuntaba con una pistola. Una extraña
fuerza me decía que apretase el gatillo. Intentaba luchar
contra esa terrible decisión pero no podía, algo me
impulsaba a disparar. Estaba decidido a hacerlo, ella tenía
guardado algo que yo quería. En ese momento algo me golpeó
fuertemente en la cabeza y me desplomé.
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