LIX
Curwen
ya había vuelto en sí y ahora nos estaba hablando.
Aunque era su voz, Lavinia y yo sentimos que el individuo que se
hallaba frente a nosotros no era el J. Curwen que conocíamos.
Este pretendía ser una divinidad o el servidor de una divinidad
llamado Kryshul DNaihotep que se hallaba prisionera en un
medallón que Curwen llevaba colgado sobre el pecho, y que
gracias a ese medallón podía servirse del cuerpo de
nuestro amigo cuando se le apetecía. También declaró
haber sido él quien había mandado a matar a Marchand.
A pesar de lo inusitado de la situación, me sentía
extrañamente calmado y cuando aquel individuo hubo terminado
su discurso, acerqué mi rostro al suyo y le hablé,
pero dirigendome al Joseph Curwen que se hallaba allí preso.
Le dije:
-Cuando apuntaste tu arma sobre Lavinia, ¿realmente
pensabas matarla? ¡No!, ¿verdad?, Tú no serías
capaz de hacer eso, ¿eh, Joseph? -. Su rostro entonces se
convulsionó, su cuerpo se sacudió y volvió
a caer inconsiente. Se ve que Lavinia y yo pensábamos lo
mismo en ese momento porque, los dos al mismo tiempo, nos avalanzamos
sobre la cadena que sobresalía del cuello de su camisa y
arrancamos el medallón. Alcé el medallón a
la altura de mis ojos y le dije:
- Grave error, mon cher DNaihotep; un buen mago jamás
revela sus secretos -. Lavinia, que mientras tanto había
desatado a Curwen que volvía en si, me dijo:
-
Debemos contactar al profesor Armitage.
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