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Esperaba
nervioso al Profesor de la Miskatonic. Esa parte de la ciudad no
era la más recomendable. Allí, bajo el Puente de Madera,
hasta el río parecía correr siniestramente. Como me
imaginé, no apareció el hombre que esperaba. En su
lugar, se me acercó un anciano harapiento. Me dió
un susto de muerte. Al hablar, el aire se le salía por entre
los dientes que le faltaban. Me agarró por muñecas
con manos increíblemente férreas y me dijo:
-
Me manda ... - y dijo un nombre que me esforcé en reconocer
como el del Profesor.
Apenas
entendí lo que me dijo a continuación y todavía
entendí menos, cuando amenazarme y quitarme la cartera; me
puso en la mano un par de chapitas de metal de tacto extraño.
Puse toda mi atención en ellas y sentí cómo
empezaban a quemarme la piel. Así que, de repente, una fuerza
extraña controló mis manos y las llevó a los
ojos del anciano, mientras que de mi garganta empezaron a brotar
palabras extrañas leídas en el Al-Cuhuir. Con
un Zuij-ja-estorek las chapitas metálicas se le incrustaron
al anciano en los ojos y el metal se volvió cristalino
como ojo de lagarto. En esos ojos embrujados empezaron a aparecer
imágenes entre las que pude reconocer a la de mi Señor,
el que se había apoderado de mi alma y me pedía que
le liberara de su prisión. Pero no sabía cómo
podía hacerlo, ya que apenas había podido entender
los enigmas del "Manuscrito Bermellón".
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