LVIII
Cuando
Armitage me dejó en la puerta de mi despacho, me apresuré
a entrar y, corriendo como impelido por un demonio, me dirigí
a la gaveta secreta que estaba oculta detrás de un tabique
a espaldas de mi escritorio, y, mirando sobre mis hombros de un
lado a otro, asegurándome que no había nadie acechándo,
retiré el rollo de papiro que allí guardaba con tanto
celo. Ninguna precaución era poca. Nadie, y, en especial,
ningún condenado sectario de Nyarlathotep debía echarle
el guante. Con mis manos temblando por la tensión y el temor,
lo desplegué sobre el escritorio y me puse febrilmente a
releer su texto. Las líneas de jeroglíficos pasaban
bajo mis ojos a la velocidad de una liebre del desierto, y sólo
me detuve cuando reencontré el párrafo clave que buscaba:
iu.i em necheru nebu, iu.i em necheret
nebet, iy.i em Iten, necher âa, em pet, em ta, em mu, em duat...
"Soy todos los dioses y soy todas
las diosas. Vengo como Atón, el Gran Dios, en el Cielo, en
la Tierra, en el Agua, en el Inframundo"... Sabía positivamente
que sólo este potente encantamiento podría detener
el retorno... el retorno de la caótica Sombra Oscura... Necesitaba
memorizarlo al dedillo para enfrentarla, y que la confrontación
tendría lugar en aquella Gruta que tan bien recordaba y tanto
temía.
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