Al-Cuhuir

 Lavinia Whateley
LXIII

El teléfono móvil vibraba locamente en uno de los bolsillos trasero de mis jeans. Estaba en un taxi y no me gustaba demasiado hablar en los medios de transporte. Los taxistas ponían la antena mientras miraban por el retrovisor descaradamente. Lo saqué del bolsillo y reconocí el número de mi amigo He. La piel se me puso de gallina y no por He, que era un hombre majísimo, sino porque me vinieron a la cabeza momentos horrendos del último viaje a Brattleboro.

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Nueva Logia del Tentáculo

 

No sabía si contestarle o no, pero presentía que podía necesitar ayuda o al menos mi apoyo.

 

¿Sí? Hola ¿Bien y tú? En un taxi, no puedo hablar mucho. Tú dirás.

¿¿¿A El Cairo??? ¿Tú estás loco colega? ¡Estoy agotando mis vacaciones en este embrollo en que me has metido! En verano me veo aquí pasando calor.

¿¿¿Qué??? ¿¿¿Mañana??? ¿¿¿Joseph Curwen??? ¿¿¿Iranon??? ¿¿¿Marchand??? He ese nombre me escalofrío y ya sabes a qué me refiero. No puedo hablar más claro. Te repito que voy en un taxi hacia casa de mi madrina, es su cumpleaños. ¡El mío no! ¡el suyo! Sí, el de mi madrina. ¡¡¡Sííí!!! la que me puso Lavinia, esa misma.

No sé, He, este asunto me está inquietando mucho. No duermo por las noches sin la ayuda de píldoras de esas de abuela. ¡¡¡Nooo!!! ¡¡¡de mi abuela no!!! Ella duerme perfectamente. Píldoras de abuela, ¡¡¡de esas para dormiiiirrrrr!!! ¡Que no te enteras, hijo!.

¿La cobertura? ¿A ver? La tengo a medias, ¿Y la tuya? ¿Qué va a ser? Tu cobertura. Mira, He, yo no estoy para bromitas. Este asunto me preocupa mucho, mucho.

¡¡¡Heeee!!! ¿¿¿Estás ahí???

Vaya, ahora se corta, lo que faltaba. Voy a ponerle un mensajito. Lla-ma-me-es-ta-no-che.

Sigue


 

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