LXXII
Al
final decido viajar a El Cairo, no puedo abandonar ahora a mi amigo
He ni tampoco a mi antiguo profesor Henry Armitage. No me hace ni
pizca de gracia continuar en este enredo que cada vez me da la impresión
de ser peligroso. Ya había habido algún que otro muerto
en extrañas circunstancias y me daba nosequé de que
el asunto va a terminar fácilmente. He metido en la maleta
algunas prendas de ropa para unos pocos días, tampoco puedo
estar mucho tiempo fuera, mi trabajo es importante para mí,
me había costado mucho conseguirlo y los favores a mis colegas
para que me sustituyeran ya eran demasiados. Al fin me encontraba
montada en el avión rumbo a Egipto. He de confesar que en
parte a mi también me iba este lío, sino hubiera sido
así le hubiese dicho a He que no contara conmigo, lo mismo
que a Henry, pero no podía negarme a acudir a sus llamadas.
El viaje fue bastante agradable y el aterrizaje muy bueno, menos
mal, pues he viajado en algunos aviones que parecían una
atracción de la feria. Una vez en El Cairo me puse en contacto
con He a través del móvil. Tuve que insistir varias
veces pues no me descolgaba el teléfono: ¿¿He??
Soy Lavinia. Sí aquí en el aeropuerto de El Cairo.
¿Vienes a recogerme o cojo un taxi? ¿¿Oye??
¡¡Casi no te oigo!! ¿¿¿Qué???
¿¿¿La mujer de Marchand muerta??? He, unos
tíos raros parece que me siguen. Son dos con pinta de macarras.
Te espero en la cafetería, no tardes porfa.
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