LXXV
Hacía
tres días que estaba en el Cairo y me había visto
un par de veces con Iranon, aunque no habíamos elaborado
ningún plan aún. Entre tanto aproveché para
rendir visita a un viejo amigo mío, Abdel-Kadder Khabar.
Teníamos una pasión en común: la química.
Mi amigo me recibió lleno de alegría y me presentó
a su mujer y a sus dos hijas. Tras larga discusión y sendas
tazas de té verde me autorizó a servirme del laboratorio
que había montado en un sótano de su residencia. Pues
sentía que la aventura iba a degenerar aún más
y estaría obligado de utilizar armas radicales... Una hora
después había terminado lo que me había propuesto
y me despedía de Abdel Kadder y los suyos cuando mi celular
suena. ¡Qué sorpresa más agradable! Lavinia
acababa de llegar al Cairo, pero parecía ya estar en aprietos
así que sin perder más tiempo busqué un taxi,
y me asombró la rapidez con la que hallé uno... iba
camino al aeropuerto y el taxi pasaba por un suburbio medio abandonado,
cuando de pronto el taxi paró violentamente. El taxista bajó
del coche, abrió el capot y tras jurar en árabe me
dijo que lamentablemente tenía un problema y que no podriamos
seguir. Me dijo que si caminaba un par de cuadras hacia la izquierda,
llegaría a una gran avenida donde debería encontrar
fácilmente otro taxi.
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