Casi
todas las culturas han intentado explicar los misterios de
la vida y las fuerzas de la naturaleza, a través de
una cosmogonía nacional: Las mitologías grecolatina
y germánica, las tradiciones de la India, el Kalevala
de los finlandeses, los textos bíblicos del pueblo
hebreo, por citar algunos ejemplos de relieve. De la misma
manera, H.P. Lovecraft pretendió hacer lo mismo utilizando
recursos tanto literarios y como científicos y sincretizando
tradiciones y supersticiones. El resultado es lo que se ha
dado en llamar los Mitos de Cthulhu, que intenta explicar
metafóricamente de dónde venimos y cuál
puede ser nuestro destino final. Básicamente nos vamos
a centrar en la obra En las montañas de la locura,
que en ningún momento pretende ser una novela de terror,
sino un informe científico fruto de unos testimonios
ficticios amparados por avances técnicos, nuevos descubrimientos
y expediciones a la Antártida y nuevas teorías
como las de Darwin y Einstein.
Portada
de Pete Von Sholly
Los
científicos de la Universidad de Miskatonic que emprenden
una expedición por la Antártida, poco a poco
van descubriendo lo que ellos consideran el origen de la humanidad
y de los dioses que la crearon. Atrapado entre los hielos,
encuentran a un fósil monstruoso y luego descubren
varios ejemplares más. Entonces llegan a una ciudad
megalítica, escondida entre esas enloquecedoras montañas,
y entre las ruinas aparece la gran revelación representada
en unos bajorrelieves labrados en las paredes: Es como un
libro abierto que explica la génesis de los dioses
y el nacimiento de la humanidad.
Los
fósiles son los restos de una raza superior que habitó
la Tierra hace billones de años. Lovecraft los llama
los Elder Ones: Los Mayores, los Más Viejos,
los Antiguos o los Primordiales, como se ha traducido en algunas
ediciones.
El
primer fósil aparece descrito con todo lujo de detalles
y se completa la descripción con la que aparece en
el Necronomicon:
Monstruo
en forma de barril de naturaleza completamente desconocida;
probablemente vegetal, a no ser qué se trate de un
ejemplar hiperdesarrollado de radiado marino desconocido.
[...] Mide seis pies de longitud y tres pies y cinco décimas
de diámetro central que disminuye hasta un pie de
diámetro en cada punta. Semejante a un barril con
cinco protuberancias abultadas en lugar de duelas. [...]
En los surcos entre los abultamientos hay curiosas excrecencias
- grandes crestas o alas que se pliegan y despliegan como
abanicos. [...] Su construcción recuerda a ciertos
monstruos de los mitos primigenios, especialmente a los
Primordiales del Necronomicón.
Una
vez encontrados ejemplares completos, Lovecraft reitera la
descripción y da detalles más precisos:
Los
objetos tienen una longitud total de ocho pies. El torso,
en forma de barril, con cinco protuberancias, mide seis
pies de longitud, tres pies y cinco décimas de diámetro
central y un pie de diámetro en los extremos. Gris
oscuro, flexibles y extraordinariamente duros. Alas membranosas
de siete pies de longitud y del mismo color, que encontramos
plegadas, salen de los surcos entre las protuberancias.
La estructura de las alas es tubular o glandular, de un
color gris más claro, con orificios en las puntas.
Las alas extendidas tienen los bordes serrados. En torno
al ecuador, en el centro de cada una de las cinco protuberancias
verticales semejantes a duelas de barril, hay un sistema
de brazos o tentáculos gris claro y flexibles, que
encontramos fuertemente plegados contra el torso, pero se
pueden extender hasta una longitud máxima de más
de tres pies. Se asemejan a los brazos de los crinoideos
primitivos.
Dibujo
de Keziah Mason, basada en la descripción de Lovecraft
Tallos
sencillos de tres pulgadas de diámetro se ramifican
a una distancia de unas seis pulgadas en otros cinco tallos,
cada uno de los cuales se subdivide al cabo de ocho pulgadas
en pequeños tentáculos o zarcillos ahusados
que dan a cada tallo un total de veinticinco tentáculos.
En la parte superior del torso un cuello romo, bulboso,
de color gris claro con indicios de algo que se asemeja
a branquias, sostiene lo que parece ser una cabeza amarillenta
con forma de estrella de mar cubierta por pelillos o cilios
muy recios de varios colores elementales.
Lovecraft,
al que pocas veces se le asocia con el humor, en la novela
llega al sarcasmo, cuando se expresa en los siguientes términos
a través del narrador:
Lake
volvió a la mitología en busca de un nombre
provisional, y denominó jocosamente Los Primordiales
a los seres que había encontrado. [...] Dyer y Pabodie
han leído el Necronomicón y han visto las
pinturas de pesadilla de Clark Ashton Smith basadas en el
texto, y comprenderán lo que quiero decir si hablo
de los Primordiales, supuestos creadores de la vida terrestre
como broma o por error.
El
estilo arquitectónico de la ciudad perdida entre las
montañas recuerda la forma de los Primigenios, así
los exploradores se encuentran con edificios con forma de
estrella o de conos truncados y techumbres que sujetan unas
columnas con aspecto de barril.
Lo
que se crió y habitó dentro de aquellos formidables
edificios en la era de los dinosaurios no fueron, desde
luego, dinosaurios, sino algo mucho peor. Estos eran seres
nuevos y casi desprovistos de cerebro, pero los constructores
de la ciudad eran sabios y viejos y habían dejado
ciertas señales en las piedras que, incluso entonces,
llevaban colocadas casi mil millones de años, piedras
colocadas antes que la vida - tal como hoy la conocemos
- hubiera pasado de ser más que un dúctil
grupo de células, piedras colocadas antes que hubiera
existido en la Tierra vida verdadera. Ellos fueron sin duda
los que crearon y esclavizaron esa vida y los modelos en
que se basaban los pérfidos mitos primigenios que
se insinúan temerosamente en los Manuscritos Pnakóticos
y en el Necronomicón.