Cosmogonía lovecraftiana

© Henry Armitage

Casi todas las culturas han intentado explicar los misterios de la vida y las fuerzas de la naturaleza, a través de una cosmogonía nacional: Las mitologías grecolatina y germánica, las tradiciones de la India, el Kalevala de los finlandeses, los textos bíblicos del pueblo hebreo, por citar algunos ejemplos de relieve. De la misma manera, H.P. Lovecraft pretendió hacer lo mismo utilizando recursos tanto literarios y como científicos y sincretizando tradiciones y supersticiones. El resultado es lo que se ha dado en llamar los Mitos de Cthulhu, que intenta explicar metafóricamente de dónde venimos y cuál puede ser nuestro destino final. Básicamente nos vamos a centrar en la obra En las montañas de la locura, que en ningún momento pretende ser una novela de terror, sino un informe científico fruto de unos testimonios ficticios amparados por avances técnicos, nuevos descubrimientos y expediciones a la Antártida y nuevas teorías como las de Darwin y Einstein.

Portada de Pete Von Sholly

Los científicos de la Universidad de Miskatonic que emprenden una expedición por la Antártida, poco a poco van descubriendo lo que ellos consideran el origen de la humanidad y de los dioses que la crearon. Atrapado entre los hielos, encuentran a un fósil monstruoso y luego descubren varios ejemplares más. Entonces llegan a una ciudad megalítica, escondida entre esas enloquecedoras montañas, y entre las ruinas aparece la gran revelación representada en unos bajorrelieves labrados en las paredes: Es como un libro abierto que explica la génesis de los dioses y el nacimiento de la humanidad.

Los fósiles son los restos de una raza superior que habitó la Tierra hace billones de años. Lovecraft los llama los Elder Ones: Los Mayores, los Más Viejos, los Antiguos o los Primordiales, como se ha traducido en algunas ediciones.

El primer fósil aparece descrito con todo lujo de detalles y se completa la descripción con la que aparece en el Necronomicon:

Monstruo en forma de barril de naturaleza completamente desconocida; probablemente vegetal, a no ser qué se trate de un ejemplar hiperdesarrollado de radiado marino desconocido. [...] Mide seis pies de longitud y tres pies y cinco décimas de diámetro central que disminuye hasta un pie de diámetro en cada punta. Semejante a un barril con cinco protuberancias abultadas en lugar de duelas. [...] En los surcos entre los abultamientos hay curiosas excrecencias - grandes crestas o alas que se pliegan y despliegan como abanicos. [...] Su construcción recuerda a ciertos monstruos de los mitos primigenios, especialmente a los Primordiales del Necronomicón.

Una vez encontrados ejemplares completos, Lovecraft reitera la descripción y da detalles más precisos:

Los objetos tienen una longitud total de ocho pies. El torso, en forma de barril, con cinco protuberancias, mide seis pies de longitud, tres pies y cinco décimas de diámetro central y un pie de diámetro en los extremos. Gris oscuro, flexibles y extraordinariamente duros. Alas membranosas de siete pies de longitud y del mismo color, que encontramos plegadas, salen de los surcos entre las protuberancias. La estructura de las alas es tubular o glandular, de un color gris más claro, con orificios en las puntas. Las alas extendidas tienen los bordes serrados. En torno al ecuador, en el centro de cada una de las cinco protuberancias verticales semejantes a duelas de barril, hay un sistema de brazos o tentáculos gris claro y flexibles, que encontramos fuertemente plegados contra el torso, pero se pueden extender hasta una longitud máxima de más de tres pies. Se asemejan a los brazos de los crinoideos primitivos.

Dibujo de Keziah Mason, basada en la descripción de Lovecraft

Tallos sencillos de tres pulgadas de diámetro se ramifican a una distancia de unas seis pulgadas en otros cinco tallos, cada uno de los cuales se subdivide al cabo de ocho pulgadas en pequeños tentáculos o zarcillos ahusados que dan a cada tallo un total de veinticinco tentáculos. En la parte superior del torso un cuello romo, bulboso, de color gris claro con indicios de algo que se asemeja a branquias, sostiene lo que parece ser una cabeza amarillenta con forma de estrella de mar cubierta por pelillos o cilios muy recios de varios colores elementales.

Lovecraft, al que pocas veces se le asocia con el humor, en la novela llega al sarcasmo, cuando se expresa en los siguientes términos a través del narrador:

Lake volvió a la mitología en busca de un nombre provisional, y denominó jocosamente Los Primordiales a los seres que había encontrado. [...] Dyer y Pabodie han leído el Necronomicón y han visto las pinturas de pesadilla de Clark Ashton Smith basadas en el texto, y comprenderán lo que quiero decir si hablo de los Primordiales, supuestos creadores de la vida terrestre como broma o por error.

El estilo arquitectónico de la ciudad perdida entre las montañas recuerda la forma de los Primigenios, así los exploradores se encuentran con edificios con forma de estrella o de conos truncados y techumbres que sujetan unas columnas con aspecto de barril.

Lo que se crió y habitó dentro de aquellos formidables edificios en la era de los dinosaurios no fueron, desde luego, dinosaurios, sino algo mucho peor. Estos eran seres nuevos y casi desprovistos de cerebro, pero los constructores de la ciudad eran sabios y viejos y habían dejado ciertas señales en las piedras que, incluso entonces, llevaban colocadas casi mil millones de años, piedras colocadas antes que la vida - tal como hoy la conocemos - hubiera pasado de ser más que un dúctil grupo de células, piedras colocadas antes que hubiera existido en la Tierra vida verdadera. Ellos fueron sin duda los que crearon y esclavizaron esa vida y los modelos en que se basaban los pérfidos mitos primigenios que se insinúan temerosamente en los Manuscritos Pnakóticos y en el Necronomicón.

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La ciudad de los Primordiales perdida entre las Montañas de la Locura

 

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La Historia del Mundo, según Lovecraft