DEL OTRO LADO

Traducido por José A. Álvarez Garrido, El intruso y otros cuentos fantásticos. Edaf 26, 1995.

***

RESULTA horrible más allá de cualquier imaginación el cambio que sufrió mi mejor amigo, Crawford Tillinghast. No lo había visto desde el día en que, dos meses y medio antes, me hablara de algunos de los objetivos que guiaban sus experimentos físicos y metafísicos; cuando me lo contó, mis objeciones espantadas y casi aterrorizadas provocaron que me expulsara de su laboratorio y su casa en un arrebato de ira ciega. Yo sabía que ahora pasaba casi todo el tiempo en el laboratorio del ático con esa maldita máquina eléctrica, comiendo apenas y manteniendo fuera incluso a los criados, pero yo no sabía que un lapso tan corto como son diez semanas pueden alterar y desfigurar hasta tal punto a un ser humano. No resulta agradable la visión de un hombre robusto súbitamente enflaquecido, y es aún peor cuando la piel fláccida se torna amarillenta o grisácea, los ojos hundidos y ojerosos, resplandeciendo de forma extraña, la frente surcada de venas y arrugas, y las manos trémulas y nerviosas. Si a eso unimos una repulsiva falta de higiene, un salvaje desafino en el vestir, una pelambrera de cabellos oscuros encanecidos en las raíces y unas tupidas barbas sobre el rostro otrora bien afeitado, el efecto acumulado resulta bastante impactante. Pero tal era la apariencia de Crawford Tillinghast la noche en que su mensaje, coherente sólo a medias, me hizo acudir hasta su puerta tras semanas de distanciamiento; tal era el espectro que temblaba al franquearme el acceso, vela en mano y ojeando furtivamente sobre el hombro como si temiese la presencia de seres invisibles en la antigua y solitaria mansión ubicada tras Benevolent Street.

El que Crawford Tillinghast pudiera haber estudiado alguna vez ciencias y filosofía resultaba un error. Tales materias deben confiarse a investigadores fríos e impersonales, ya que ofrecen dos alternativas igualmente trágicas al hombre de espíritu o al de acción; el desánimo en caso de errar en el experimento, y terrores inenarrables e inimaginables en el caso de alcanzar el éxito. Tillinghast fue una vez presa del fracaso, solitario y melancólico; pero ahora supe, con un nauseabundo temor por mi mismo, que era presa del éxito. Ciertamente, yo le había advertido hacía diez semanas, cuando me confió el relato de lo que pensaba estar a punto de descubrir. En esos momentos estuvo rubicundo y exaltado, hablando con voz alta y forzada, aunque en todo momento impregnada de pedantería.

- ¿Qué sabemos - decía - sobre el mundo y el universo a nuestro alrededor? Los medios de los que disponemos para recibir impresiones son absurdamente pocos, y nuestras nociones sobre los objetos circundantes infinitamente estrechas. Vemos cosas tan sólo porque estamos diseñadoss para verlas, y no podemos hacernos idea de su naturaleza absoluta. Con cinco débiles sentidos tratamos de asimilar el cosmos complejo e infinito, aunque otros seres con sentidos más amplios, más fuertes o de clase diferente podrían no sólo ver muy distintas las cosas que nosotros vemos, sino también acceder y estudiar mundos completos de materia, energía y vida que se encuentran al alcance de la mano, pero que jamás podremos detectar con nuestros sentidos. Siempre he pensado que tales mundos extraños, inaccesibles, coexisten junto a nosotros, y ahora creo haber encontrado una forma de romper las barreras. No es broma. En las próximas veinticuatro horas esta máquina que está junto a la mesa generará ondas que actuarán sobre incógnitos órganos sensoriales que sobreviven en nosotros como vestigios atrofiados o rudimentarios. Tales ondas nos abrirán perspectivas desconocidas para el hombre, y algunas ignotas para cualquier ente que podamos considerar vida orgánica. Veremos aquello a lo que los perros aúllan en la oscuridad y lo que hace aguzar el oído a los gatos tras la medianoche. Veremos tales cosas y otras que ninguna criatura que respira viera. Nos impondremos al tiempo, espacio y dimensiones, y sin movernos podremos indagar en los fundamentos de la creación.

Cuando Tillinghast dijo tales cosas lo recriminé, ya que lo conocía suficientemente como para sentirme antes asustado que contento, pero era un fanático y me echó de su casa. Ahora segura siendo un fanático, pero su deseo de hablar se había impuesto sobre su resentimiento y me había reclamado imperiosamente con una escritura que apenas era capaz de reconocer. Al llegar a la morada de mi amigo, tan súbitamente transformado en una temblorosa gárgola, me infecté del terror que parecía aguardar en cada sombra. Las palabras y creencias expresadas diez semanas antes parecieron tomar cuerpo en la oscuridad que había más allá del pequeño resplandor de la vela, y me sentí enfermar por la voz cavernosa y alterada de mi anfitrión. Ansiaba la presencia de los criados y no me gustó nada que me dijera que se habían marchado todos tres días antes. Me resultó extraño que el viejo Gregory, al menos, hubiera abandonado a su amo sin comunicárselo a un íntimo como era yo. Era él quien me había suministrado toda la información que había recibido sobre Tillinghast desde que éste me despachara lleno de rabia.

Aunque bien pronto subordiné todos mis temores a las crecientes curiosidad y fascinación. Tan sólo podía conjeturar lo que Crawford Tillinghast pudiera desear ahora de mí, pero ya no albergaba dudas sobre que poseía un formidable secreto o descubrimiento aún por desvelar. Antes yo me opuse a sus antinaturales intromisiones en lo desconocido; pero ahora que, evidentemente, había triunfado, de alguna forma yo casi compartía su estado de ánimo, por terrible que pudiera parecer el precio de la victoria. Subiendo a través de la oscura vacuidad de la casa, seguía la vela que temblaba en la mano de esta estremecida parodia de hombre. No parecía haber corriente, y cuando pregunté sobre ello a mi guía, éste dijo que había una buena razón para ello.

- Sería demasiado... no me atrevo - acabó murmurando.

Especialmente reparé en su nuevo hábito de susurrar, ya que antes no solía hablar para sus adentros. Entramos en el laboratorio del ático y vi aquella detestable máquina eléctrica, resplandeciendo con enfermiza luminosidad, siniestra, violeta. Estaba conectada a una potente batería química, pero parecía no tener corriente; pero yo recordaba cómo en su etapa experimental chisporroteaba y ronroneaba al ponerse en marcha. En respuesta a mi pregunta, Tillinghast musitó que su permanente fulgor no era de origen eléctrico en cualquiera de los sentidos que yo pudiera entender esto.

Me hizo entonces sentar cerca de la máquina, de tal forma que ésta quedaba a mi derecha, y giró un conmutador bajo el grupo superior de bulbos de cristal. Comenzó el habitual crepitar, transformándose en zumbido, y se resolvió en un rumor tan tenue que parecía haber vuelto al reposo. Mientras, crecía la luminosidad, menguaba de nuevo, por fin llegó a un color o mezcla de colores pálidos y extraños que no puedo dosificar ni describir. Tillinghast, que había estado observándome, advirtió mi expresión asombrada.

- ¿Sabes qué es esto? - susurró -. Es ultravioleta - gorgojeó de forma espantosa ante mi sorpresa -. Creías que era invisible, y lo es... pero esto, así como otras muchas cosas invisibles, lo podrás ver ahora.

«¡Escucha! Las ondas de esta máquina están despertando en nosotros un millar de sentidos adormecidos; sentidos que hemos heredado tras eones de evolución, desde el estadio de electrones dispersos al de humanidad orgánica. Yo he visto la realidad y ahora he decidido mostrártela. ¿Te preguntas cómo es posible? Yo te lo diré - entonces, Tillinghast se sentó directamente enfrente de mí. soplando hasta apagar la vela, escudriñando de forma espantosa dentro de mis ojos -. Tus actuales órganos sensoriales, primeramente el oído, creo, serán capaces de aprehender muchas de las impresiones, ya que se hallan eserechamente conectados con los órganos dormidos. Luego entrarán otros en acción. ¿Has oído hablar de la glándula pineal? Me río de esos endocrinólogos superficiales, tan falsarios y advenedizos como los freudianos. Esa glándula es el órgano supremo de los órganos sensoriales... yo lo he descubierto. Después de todo, es parecido a la vista y transmite imágenes visuales al cerebro. Si eres normal, ésa es la forma en que recibirás casi toda la información... me refiero a las impresiones del otro lado.»

Observé alrededor; el inmenso ático con su pared sur inclinada, levemente iluminada por rayos que el ojo cotidiano no puede ver. Las esquinas alejadas estaban totalmente en sombras, y sobre todo el sitio se asentaba en una brumosa irrealidad que entrevelaba su naturaleza, invitando a la imaginación hacia el simbolismo y la fantasmagoría. Durante el lapso en que Tillinghast guardó silencio me imaginé en algún vasto e increíble templo de dioses muertos mucho tiempo atrás, algún difuso edificio de innumerables columnas de piedra negra que se alzaban desde un suelo de húmedas losas hacia alturas nubladas, mas allá del alcance de mi visión. La imagen resultó por un instante sumamente vívida, pero gradualmente fue dejando paso a una escena más horrible, a una completa, absoluta soledad de espacio infinito, ciego, sordo. Parecía tratarse de un vacío y nada más, y sentí un miedo pueril que me llevó a empuñar el revólver que siempre llevaba en el bolsillo desde que me atracaron en East Providence. Entonces, desde las más lejanas regiones de apartamiento, el sonido cobró suavemente vida. Resultaba infinitamente débil, tenuemente vibrante e inconfundiblemente musical, aunque dotado con una cualidad de estremecedora ajenidad que convirtió su reverbero en una delicada tortura que cubrió todo mi cuerpo. Sentí sensaciones como las que se sienten al hacer rechinar accidentalmente un cristal. Simultáneamente apareció algo parecido a una corriente fría que, en apariencia soplaba sobre mí desde el mismo lugar del que provenía el siseante sonido. Mientras aguardaba conteniendo la respiración, noté que tanto el viento como el sonido arreciaban, un efecto que me produjo una extraña impresión sobre mí mismo, como si me encontrase atado sobre unas vías en el camino de una gigantesca locomotora que fuese aproximándose. Hice gesto de hablar con Tillinghast, y en el acto se esfumaron repentinamente todas aquellas insólitas impresiones. Tan sólo vi al hombre, la máquina y la penumbrosa estancia. Tillinghast se reía repugnantemente del revólver que había empuñado en forma casi inconsciente, pero por su expresión me convencí de que había visto y oído lo que yo, si no más. Le susurré lo que me había ocurrido, y él me instó a permanecer tan quieto y atento como me fuera posible.

- No te muevas - me advirtió -, ya que estos rayos permiten tanto que veamos como que seamos vistos. Ya te dije que los criados se habían ido, pero no te conté cómo. Fue esa atontada ama de llaves... encendió las luces de abajo a pesar de mis órdenes y los cables captaron vibraciones simpáticas. Debió de ser espantoso... pude escuchar los gritos desde aquí a pesar de lo que estaba viendo y oyendo de otras procedencias, y después resultó bastante terrible encontrarme con aquellos montones de ropas dispersos por la casa. La ropa de la señora Updike estaban cerca del conmutador... por eso sé que fue ella quien lo hizo. Pero en tanto en cuanto no nos movamos estaremos razonablemente a salvo. Recuerda que nos las vemos con un mundo espantoso en el que nos hallamos prácticamente inermes... ¡Permanece inmóvil!

La impresión combinada de aquella revelación y la orden abrupta me sumió en una especie de parálisis, y en mi terror de nuevo mi mente se abrió a la sugestión que procedía de los que Tillinghast llamaba «otro lado». Ahora me encontraba en un remolino de sonidos y movimientos, con confusas imágenes pasando ante mis ojos. Veía los perfiles borrosos de la escancia, pero desde algún punto del espacio parecía surgir una hirviente columna de formas irreconocibles, o quizás nubes, traspasando el sólido techo por un punto arriba y a la derecha. Entonces noté de nuevo el efecto del templo, pero esta vez las columnas alcanzaban algún etéreo océano de luz que envió un rayo cegador a través de la columna nubosa que viera previamente. Tras eso, la escena se tornó completamente calidoscópica, y en la barahúnda de visiones, sonidos e impresiones sensoriales sin identificar sentí que estaba a punto de disolverme, o de perder la forma corpórea. Siempre recordaré un instante bien definido. Por un momento creí contemplar una porción de extraño cielo nocturno repleto de esferas brillantes que giraban y, mientras retrocedían, vi que los soles resplandecientes formaban una galaxia o constelación de forma definida; tal forma era el rostro distorsionado de Crawford Tillinghast. En otra ocasión sentí cómo inmensos seres animados me rozaban al pasar y, en ocasiones, traspasaban o se deslizaban a través de mi cuerpo, supuestamente sólido, y, sin embargo, veía a Tillinghast mirarlos como si sus sentidos, mejor entrenados, pudieran captarlos visualmente. Recordé lo que dijera acerca de la glándula pineal y me pregunté que habría contemplado con ese ojo preternatural.

Súbitamente yo mismo comencé a gozar de una especie de visión aumentada. Por encima del caos luminoso y sombrío se alzó una imagen que, aunque difusa, poseía elementos de consistencia y permanencia. De hecho, se trataba de algo familiar, ya que la parte insólita se sobreimpresionaba sobre la habitual tal y como una proyección cinematográfica puede proyectarse sobre el telón pintado de un teatro. Vi el laboratorio del ático, la máquina eléctrica y la repugnante forma de Tillinghast frente a mí, pero nada del espacio no ocupado por objetos familiares y materiales se encontraba vacío. Indescriptibles formas, vivas o no, se entremezclaban en abominable tumulto, y junto a cada cosa conocida se encontraban mundos enteros de alienígenas entidades desconocidas. Igualmente, parecía que todos los seres conocidos entraban en la composición de otras cosas desconocidas, y viceversa. Sobre todo, entre los seres vivos se encontraban unas monstruosidades gelatinosas, negras como la tinta, que tremolaban con flaccidez en sincronía con las vibraciones de la máquina. Se encontraban presentes en una espantosa profusión, y para mi horror descubrí que se superponían; que eran semilíquidas y capaces de traspasar unas a través de otras, así como a través de lo que nosotros entendemos como sólido. Tales seres nunca estaban quietos, sino que parecían flotar alrededor siguiendo algún propósito maligno. A veces parecían devorarse unas a otras, el atacante lanzándose sobre la víctima y haciéndola desaparecer instantáneamente de la vista. Estremeciéndome, creí descubrir que había hecho esfumarse a los infortunados criados, y no pude alejar de mi mente tal pensamiento mientras intentaba observar otras propiedades del mundo recién descubierto que subyacía invisible en torno nuestro. Pero Tillinghast había estado observándome y me hablaba.

- ¿Lo ves? ¿Lo ves? ¿Ves los seres que flotan y caen en torno y a través tuyo a cada momento de tu vida? ¿Ves las criaturas que forman parte de lo que los hombres llaman aire puro y cielo azul? ¿No he logrado romper la barrera, no te he mostrado mundos que ningún otro ser vivo ha visto?

Yo escuchaba sus horribles gritos entre aquel horrible caos y observaba su rostro distorsionado, ofensivamente cerca del mío. Sus ojos despedían llamaradas y me observaban con lo que ahora entiendo era odio estremecedor. La máquina zumbaba de forma detestable.

- ¿Crees que esos seres ameboides mataron a los criados? ¡Son inofensivos, idiota! Pero los criados han desaparecido, ¿no? Intentaste detenerme, me desanimaste cuando necesitaba cada brizna de valor que pudiera reunir; tenías miedo de las verdades cósmicas, maldito cobarde, ¡pero ahora estás en mis manos! ¿Qué fue lo que mató a los criados? ¿Qué fue lo que los hizo gritar así?... no lo sabes, ¿eh? ¡pronto lo sabrás! Mírame, escucha cuanto te digo, ¿crees que existen de verdad cosas tales como tiempo y magnitud? ¿Crees que existen cosas como forma y materia? ¡Pues yo te digo que me he sumido en profundidades que tu pequeño cerebro no alcanza siquiera a intuir! He visto más allá de los limites del infinito y frecuentado a los demonios de las estrellas... he viajado a lomos de las sombras que saltan de mundo en mundo sembrando la muerte y la locura... el espacio me pertenece, ¿me oyes? Tengo a ciertos seres ahora a mis talones, seres que devoran y disuelven, pero yo sé cómo escapar de ellas. Te cogerán a ti, tal y como cogieron a los criados. ¿Te inmutas, amigo mío? Ya te dije que es peligroso moverse. Hasta ahora te has salvado gracias a la advertencia de que permanecieras quieto... salvado para contemplar más visiones y oírme. Si te hubieses movido, hace rato que hubieran caído sobre ti. No te preocupes, no te dolerá. No lastimaron a los sirvientes... fue el contemplarlos lo que hizo gritar así a los pobres diablos. Mis mascotas no resultan agradables, ya que proceden de lugares con patrones estéticos... muy distintos. La desintegración resulta bastante indolora, puedo jurártelo... pero quiero que los veas. Yo casi los vi, pero sé cómo parar. ¿No sientes curiosidad? ¡Siempre supe que no tenías temperamento científico! ¿Tiemblas, eh? ¿Tiemblas de ansiedad por ver a los postreros seres que he descubierto? ¿Por qué no te mueves entonces? ¿Estás cansado? Bueno, no hay ningún problema, amigo, ya llegan... ¡Mira! ¡Mira! ¡Mira, maldito seas! ¡Justo sobre tu hombro izquierdo!

Queda muy poco por contar, y puede ser ya conocido por las noticias de los periódicos. La policía escuchó un disparo en la vieja casa Tillinghast y nos descubrió allí... Tillinghast muerto y yo inconsciente. Me arrestaron por culpa del revólver hallado en mi mano, pero me liberaron unas tres horas después, apenas comprobaron que Tillinghasy había muerto de apoplejía y que mi pistola había sido disparada contra la malsana máquina que ahora se encuentra inservible sobre el suelo del laboratorio. No conté mucho de cuanto viera, pues temía que el forense se mostrara escéptico; pero por el evasivo esquema que le suministré, el doctor me dijo que sin duda había resultado hipnotizado por aquel loco vengativo y homicida.

Quisiera poder creer a ese médico. Resultaría de gran ayuda para mis nervios alterados el que pudiera descartar lo que ahora pienso sobre el aire y el cielo sobre y en torno mío. Nunca me siento solo o a gusto, y una odiosa sensación de ser perseguido me hace estremecer a veces, cuando me encuentro fatigado. Lo que me impide creer al médico es este sencillo hecho... que la policía nunca encontró los cuerpos de aquellos criados cuyas muertes se atribuyen a Crawford Tillinghast.


* From Beyond (16-18 de noviembre 1920). Primera publicación: The Fantasy Fan, junio de 1934; publicado con correcciones del autor. Se conserva un manuscrito sin correcciones posteriores.

 




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